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domingo, 31 de marzo de 2013

Extraterrestres, apócrifos varios y los manuscritos del Mar Muerto




Aunque la opinión generalizada es que los textos bíblicos y afines, sobre todo los gnósticos, han de ser interpretados como el reflejo de fuerzas que actúan en el interior del ser humano, al estilo del bien, el mal, el ego y esas cosas,  hay gente que no se da por enterada y va por ahí sacando conclusiones historicistas sobre los mismos.
Quién sabe, puede que aquello de “como es arriba es abajo, como es dentro es fuera” sea un concepto extremadamente literal, más radical y poderoso de lo que se pueda llegar a pensar, quienes lleguen a pensar en ello, claro, y que todo ese asunto de la manifestación de los arquetipos en la materia ilusoria tenga desenlaces imprevisibles…

John Lamb Lash es uno de esos que se dedican a buscar conexiones entre nuestra historia y las complejas cosmogonías gnósticas extraídas de los textos de Nag Hammadi. Y claro, cuando uno se mete en estos berenjenales, lo normal es que surja lo que nadie que no lea tales cosas puede concebir que surja: “compañeros cósmicos”. Esto es, que los manuscritos del mar muerto encierran la historia de cómo unos tipos sin escrúpulos invadieron la Tierra con bastantes malas artes.
Por suerte, también es posible encontrar las claves para librarse de ellos, que es la parte en que la interpretación se vuelve más “al estilo” de las explicaciones convencionales sobre el ego, el bien, el mal y esas cosas, por lo que no entraremos en ello. Al menos, esta vez.
Es lo que tienen los antiguos y sus cosmogonías tan elaboradas y complejas. Y es que parece que la sencilla y simple idea de un cosmos con un dios único y todopoderoso que lo tiene todo controlado de cabo a rabo les resultaba un tanto aburrida.
Las tradiciones más antiguas y herméticas consideran que la Fuente, pura y perfecta, no puede ser la responsable directa de la imperfección. Ésta tiene que deberse a la actividad de agentes intermedios que han perdido, en el proceso de la cosmogénesis, parte de la perfección primera. Estos agentes intermedios eran, en las tradiciones herederas de las culturas que poblaron Mesopotamia hace seis mil años, los diferentes dioses y sus cohortes.
Acudiremos aquí a uno de esos libros que no sabes cómo ni por qué lo tienes hasta que se te ocurre un tema como este que nos ocupa: Apócrifos del Antiguo Testamento, una colaboración entre profesores de la Universidad Complutense de Madrid y el Centro Bíblico Español de Jerusalén.
En su primer tomo, se analiza “un conjunto de obras judías (o, excepcionalmente, judeocristianas) escritas en el período comprendido entre el año 200 a. C. y el 200 d. C , obras pretendidamente inspiradas y referidas, ya sea como autor o como interlocutor, a un personaje del Antiguo Testamento”, pero que no fueron incluidas en el canon bíblico.
El Yahvé hebreo parece, cuando no se le presta mucha atención, un buen intento de monoteísmo. Sin embargo, como su homólogo y antecesor sumerio Enlil, famoso entre los aficionados a las historias de alienígenas gracias a lasobras de Zecharia Sitchin sobre la identidad extraterrestre de los dioses, se muestra más complejo de lo que a muchos les gustaría, con sus cosas buenas pero también malas, estricto a la hora de imponer leyes, firme partidario del gobierno basado en el terror y severo a la hora de castigar a quien no se acoja a su sistema.
Mientras que para los hebreos éste era el dios supremo, hubo otros que consideraron que no daba la talla, que la pirámide debía tener más niveles hacia arriba. Es por ello que muchos acabaron refugiándose en textos alternativos que no fueron incluidos en las versiones canónicas de la Biblia, pero que parecían profundizar más en el asunto de las contradicciones entre el bien y el mal, lejos de un simple ángel caído que la lió parda. Como El libro de Enoc, donde se habla de la lucha entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad, y otros libros en los que se describe a multitud de seres intermedios entre Dios y sus criaturas.
En los textos de la tradición hebrea no incluidos en el canon del Antiguo Testamento, los ángeles y demonios tienen un protagonismo enorme. La multiplicación de espíritus buenos y malos se atribuye al influjo de la cultura babilónica, al igual que lo es la serpiente del paraíso como fuerza enemiga de Yahvé.
El nombre de querubines dado a los que guardan el paraíso alude a seres híbridos mesopotámicos, mitad hombres mitad animales, que guardaban los palacios o templos. Los serafines, ángeles con seis alas que se sitúan encima del trono de Yahvé, parecen tener su origen en los dioses protectores que flanqueaban a los reyes de Oriente, y que en un principio se representaban como serpientes. El que uno de estos protectores fuera un rebelde se ajusta a la imagen de la serpiente del Génesis, ese ángel que se rebela contra su superior.
En las tradiciones más antiguas, los ángeles no tienen condición moral. Son buenos cuando ayudan a los humanos, y malos cuando no. Sencillamente, aparecen en la Tierra para llevar a cabo una misión concreta. Esta idea irá cambiando según avanza la tradición y surgen nuevos escritos sobre la misma.
Sin embargo, no parece posible simplificar aquí la existencia de ángeles como la idea de un sistema teológico que reinterpreta a Dios y lo convierte en ser trascendental y fuente primera, siendo necesario así alejarlo de sus criaturas para explicar las imperfecciones del mundo mediante la acción de seres intermedios, al estilo de lo explicado más arriba. Puesto que Dios se seguirá comunicando con su pueblo elegido.
Es decir, tenemos a un dios que cuida directamente a algunos de sus favoritos pero que gobierna al resto de pueblos mediante ángeles. Sencillamente, este dios no cumple con los “exigentes” requisitos de la Fuente, sino que más bien parece tener una graduación superior al resto del reparto y, en ocasiones, delega responsabilidades.
Dios distribuyó los pueblos entre los ángeles y se reservó para sí a Israel. Cada nación tiene su ángel custodio, habiéndose establecido las fronteras en función del número de “hijos de Dios”. Los ángeles velan para que la historia siga su curso fijado en las tablas celestes, por lo que intervienen constantemente en la vida de los humanos. El poder de estos ángeles es tal que pueden cometer actos tales que ciertas naciones se llegan a apartar de Dios.
Los demonios son ángeles rebeldes que se presentan como enemigos de los hombres. A su frente está Satán, Mastema, Beliar… depende del libro. En algún tipo de pacto, éste pide a Dios que no encadene a todos sus espíritus, de forma que logra que una décima parte de sus subordinados anden sueltos por la tierra causando el mal, garantizándoles que no serán castigados hasta el fin de los días.
El origen del mal en la Tierra llega con el descenso de los elohim, “dioses”, la historia del Génesis donde “los hijos de los dioses” bajaron a la Tierra y se unieron a las hijas de los hombres. Por supuesto, la versión oficial es que no eran hijos de los dioses, sino de Dios. El plural era algo así como señal de respeto y reconocimiento de su gran poder.
Pero los apócrifos que narran esta historia parecen mucho más divertidos. Se refieren a ángeles que llegaron al planeta para engendrar hijos de mujeres terrestres, de donde surgió una raza de gigantes, los nephilim.
En otras versiones, esa no era la misión encomendada, sino que venían con una intención más noble, enseñar leyes y justicia. Sin embargo, algunos de ellos, concretamente doscientos, se desmadran al ver a las humanas. El caso es que los príncipes de tal grupo, Semyaza y Azazel, parecen haber desobedecido las órdenes de más arriba, por lo que el asunto acabará con la reclusión y castigo de los insubordinados.
Al contrario de lo que se pretende aparentar con los textos canónicos, los eruditos que escriben sobre los apócrifos veterotestamentarios dicen que
en el mundo de los apócrifos, ángeles y demonios figuran como seres personales;  Satán, Mastema, Beliar, Azazel no son personalización de fuerzas nocivas, sino seres personales malos.
[...] hay una intuición verdadera compartida por otras religiones: que entre Dios y el hombre existen seres personales que dan razón de los males que, por su magnitud y calidad, no pueden derivar del libre albedrío del hombre, pues le superan”.  “[…] en el origen del mal tienen mucho que ver seres y poderes suprahumanos (que, por otra parte, no quitan la libertad del hombre), pero tales seres perversos –llámese Mastema, Beliar, Satán o Sammael—se conciben siempre como criaturas bajo el supremo dominio de un solo principio bueno, Dios.
En este sentido de la realidad de estos seres, los autores también apuntan a la Epístola a los Efesios 6,12:
No es nuestra lucha contra la carne y la sangre [el hombre], sino contra los principados, potestades, contra los poderes mundanales de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de la maldad que andan en las regiones aéreas.
Hasta aquí la historia contada por los textos hebreos, pero no reconocidos por el canon bíblico, donde Yahvé es temido pero todavía respetado como poder supremo o “principio bueno”, aunque, como vemos, las historias apócrifas filtran datos, por algo son apócrifos, que permiten atisbar que la cosa no es tan simple.  Ahora vamos con los gnósticos, la otra parte de la historia.




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