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Con el siglo XVII, nuevas formas de milenarismo habrían de emerger, esta vez en aguas protestantes. Según Richard Popkin:
La publicación de textos milenaristas estuvo prohibida en Inglaterra hasta 1640, por considerarse subversiva y atentar contra el orden establecido. Cuando los puritanos subieron al poder en 1640, salieron a la luz pública toda clase de grupos anunciadores de un nuevo tiempo.
Hubo quienes vieron en los pueblos americanos la prometida reaparición de las tribus perdidas de Israel. Entre los judíos animados por la reaparición del pueblo perdido, una figura clave en los acontecimientos políticos europeos fue el rabí Menasseh Ben Israel, quien escribió a Cromwell para advertirle de que la única señal que faltaba para la llegada del Mesías era la dispersión de los judíos por las cuatro esquinas del mundo, y esto no sería posible si no se levantaba la prohibición que impedía a los judíos ser ciudadanos en Inglaterra.
Fuese porque el Lord Protector era un apasionado milenarista, fuese porque la comunidad judía era una pieza clave en el creciente comercio internacional, Cromwell no perdió tiempo en llevar la propuesta al Parlamento.
Entre los protestantes milenaristas, por su parte, la preocupación era que la conversión al cristianismo del pueblo judío era un hecho necesario para el comienzo del milenio:
Entre los aspirantes a Mesías, nos encontramos al rey de Francia, al de Suecia, al príncipe exiliado Carlos de Inglaterra y a su enemigo, el propio Cromwell. Por falta de opciones que no fuera.
Pero ni los judíos se convirtieron, ni apareció el Mesías de los hebreos ni se logró identificar quién era el Salvador cristiano-político. Aunque un año después, en 1656, el jefe de los cuáqueros, James Nayler, anunció al mundo que, en realidad, él era la nueva encarnación de Cristo.
Y, como tal, arropado por una multitud que cantaba “hossana en las alturas”, entró en Bristol a lomos de un pollino.
La historia levantó revuelo, y obligó a intervenir al mismísimo Cromwell, que llegó a posicionarse en su defensa. Con todo, a Nayler, en una continuación similar a la pasión de aquel a quien decía encarnar, las autoridades no le creyeron y, cual juicio de Pilatos, su vía crucis fue el castigo por blasfemia y cuatro años de cárcel.
Ante los sucesivos fracasos predictivos, los milenaristas ingleses y holandeses entendieron que era fundamental, para no volver a errar con las fechas, “estudiar los hechos naturales extraños, como los cometas, o acontecimientos humanos como muertes súbitas y nacimientos monstruosos”.
Zevi tuvo que convertirse al islamismo para salvar su vida cuando el sultán que le había dado protección en los Dardanelos quiso comprobar si era o no el mesías haciendo que sus arqueros lo atravesasen con flechas. Aunque siempre dejó claro a sus seguidores que la conversión había sido externa, nunca espiritual. Con esta seguridad, los sabateos conformaron un grupo de enorme peso en la diáspora judía hasta bien entrado el siglo XIX.
Fue en el siglo XVII que la ciencia emergente se descubrió heredera de cierto pensamiento hermético que continuaría su discurrir histórico por canales subterráneos hasta desembocar en nuestros días.
Todos ellos abogaban por una mejora espiritual del individuo como preparación para la llegada de los Últimos Días, en una interpretación de los apocalipsis de Daniel y de san Juan más sosegada y ajena a la histeria de la época.
Además de la mecánica de la gravedad, Newton descubrió que las fuerzas del Anticristo se habían adueñado de la Iglesia cristiana en los primeros siglos y que habría que restaurar la Iglesia auténtica antes de la Segunda Venida. Para evitar ser apartado de la sociedad por blasfemo, el matemático de Cambridge jamás dio a conocer sus investigaciones bíblicas, que se irían conociendo en diferentes ediciones posteriores a su muerte.
Así, se supo que, según sus cálculos, el milenio habría de comenzar a finales del siglo XIX o comienzos del XX, aunque precisó que no había manera de decir cuándo ocurrirían los hechos concretos de las profecías.
Frente a la cautela del maestro, uno de sus discípulos, William Whiston, sí se pronunció en vida en torno a las cuestiones milenaristas y denunció como falsa la doctrina de la Trinidad, lo que le valió el ostracismo académico. A partir de ahí, se ganó la vida como pudo, interpretando acontecimientos naturales, tal que terremotos, cometas y tempestades, como signos de que los sellos del apocalipsis estaban a punto de abrirse.
El siglo XVIII comenzará a cuestionar la profecía desde el emergente pensamiento racionalista. Pero el sueño de la razón produce monstruos, así que…
En la modernidad, cuando la razón ilustrada se impuso a la fe cristiana, la intervención divina dejó de tener razón y fue sutituida por la fe en la intervención humana…
No obstante, aunque el secularismo elevado se centrara en la historia y en una ingenua confianza en el saber hacer de los hombres, los ambientes populares siguieron siendo conquistados por el milenarismo religioso, el cual creció sobremanera a finales del siglo XIX y afectó a las élites intelectuales del siglo. Investíguese a las grandes figuras del modernismo, su conexión con los esoterismos de la época y se entenderá el decadentismo milenarista desde una perspectiva que no se enseña en las escuelas.
Pero, mientras que las escatologías religiosas elevadas se preocupan por el pasado y por el futuro indefinidos, el catastrofismo popular enfoca los hechos que ocurren en el presente y en el futuro inmediato: cada acontecimiento relevante es un augurio del fin.
En cuanto a hoy:
Seculares y religiosos se unen para socavar la creencia en los beneficios del progreso desde polos opuestos que comparten una misma idea emergente desde el inconsciente: que todo proceso histórico caracterizado por el incremento de las miserias humanas es un síntoma de que el fin de los tiempos está cerca.
(Continuará…)
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