Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 con el símbolo del "Ojo que todo lo ve".
¿Pensabas que los Derechos Humanos proclamados en Francia eran un triunfo de libertad a la humanidad "venida de dios"?
bueno, hay algo de eso pero no precisamente lo que tal vez deberíamos de pensar y creer... ¿y que deberíamos tanto de no pensar y creer? pienso y creo que TODO FUE UN PLAN PRECONCEBIDO COMO SIEMPRE HA SUCEDIDO, PARA SOLO LIBERARNOS TEMPORALMENTE DE UNAS CADENAS PERO QUE SOLO HEMOS CAMBIADO CADENAS Y GRILLETES POR OTRO COLLARIN... que a lo mejor ahora deberíamos de llamar e interpretar como "Microchip", bueno, desde antes de la creación de los microchips en nuestro planeta ya estábamos controlados... PERO QUE SEGUIMOS SIENDO HOY, PERROS, BORREGOS, POLLOS, ATADOS POR LOS MISMOS GRILLETES Y BOZALES DE ESCLAVITUD.
Pero aún es tiempo de liberarnos y luchar mi hermano, y el primer escenario y campo de batalla está dentro de ti..
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La ciudad de Isis
Articulo Original: http://www.elmundo.es/papel/2006/08/09/uve/2009972.html
Los impulsores de la Revolución Francesa tuvieron una ‘agenda
secreta’ para crear una religión que sustituyera al cristianismo. Robespierre
quería una fe basada en mitos egipcios. Su proyecto tenía su origen en una vieja
leyenda: París fue fundada por la mismísima Isis.
Por Javier Sierra
Al falso conde de Cagliostro, un pícaro italiano que supo
ganarse el favor de la nobleza europea del siglo XVIII, se le atribuye una
extraña profecía. A finales de 1786, Cagliostro se había refugiado en Londres
después de que un intento de estafa al obispo Rohan, capellán del rey Luis XVI
de Francia, hubiera manchado su reputación. Y desde las orillas del Támesis,
lejos del escándalo y resentido, redactó un texto titulado Lettre au peuple
français. En él urgía a los ciudadanos de París a una revolución pacífica, los
invitaba a convocar los Estados Generales, a destruir la prisión de la Bastilla
y a que la reemplazaran por un templo consagrado a la diosa Isis.
Todo, a excepción del pacifismo, se cumplió. Su revolución se
consumó sólo tres años más tarde. E incluso su extraña solicitud para que se
levantara un lugar dedicado a una divinidad pagana, se llevó a término con
extraña celeridad. Es una de mis historias favoritas.
VIEJOS PLANES EGIPCIOS.
El asalto a la Bastilla del 14 de julio de 1789 marcó el inicio
de la Revolución Francesa. Casi un millar de ciudadanos descontentos se
abalanzaron sobre los muros que retuvieron a Voltaire o al hombre de la máscara
de hierro, conquistándola. Hasta ahí la historia es conocida. Lo que ya no lo es
tanto es que, al día siguiente, un contratista local llamado Pierre François
Palloy empezó su demolición, dejando sus cimientos al aire en sólo un mes. ¿Qué
iban a hacer con aquellas piedras? La primera idea que manejó fue, curiosamente,
la construcción de una pirámide a imitación de las egipcias. Pero Palloy no
asumió el proyecto y éste terminó arrinconándose por falta de fondos. Pasaron
cuatro años hasta que la máxima autoridad de la ciudad retomara la idea, dándole
algunos retoques.
Corría 1793. Robespierre era ya el señor de París, la
Revolución se había consumado y una de las mayores preocupaciones de su gobierno
era la de dotar a la ciudadanía de nuevos símbolos en los que confiar. La corona
y la cruz eran recuerdos de otro tiempo. Había que inventar otras referencias
para el pueblo. Y Robespierre puso esa tarea en manos de su nuevo ministro de
propaganda, el pintor Jacques-Louis David.
Como era de esperar, su primer objetivo fue la Bastilla. A toda
prisa diseñó una fuente de seis metros de alto en la que la figura principal era
una enorme diosa Isis, sentada sobre un trono custodiado por dos leones.
Cagliostro jamás la vio. Probablemente, ni siquiera supo de su existencia. Un
golpe de mala fortuna lo hizo caer en manos del Santo Oficio italiano, que lo
encerró en el remoto castillo de San Leo, al norte de Italia, acusado de
herejía. Si hubiera podido, el Papa hubiera arrestado también al ministro David.
Sabía de su intención de crear sobre los cimientos de la Bastilla una especie de
gigantesca pila bautismal en la que la ciudadanía parisina podría beber de los
pechos de su enorme Isis y descristianizarse.
Hoy casi ningún libro de Historia menciona aquella fuente de la
regeneración, y mucho menos los planes que se diseñaron para aquel monumento ya
desaparecido. Junto a Robespierre, David sembró allí mismo la semilla de una
nueva fe llamada a sustituir a la cristiana: la llamaron la religión de la
razón. Ese mismo invierno, las calles de París se llenaron de extrañas
manifestaciones públicas. Conocidas actrices de la época, como las damiselas
Aubry, Maillard o Lacombe, se vistieron de blanco, túnica azul y gorro frigio
rojo, y fueron entronizadas como diosas del nuevo culto. El 7 de noviembre, una
de aquellas hordas obligó al obispo de París a retractarse de su fe, y el día 10
asaltaron la catedral de Notre Dame de París para reinstaurar, decían, los ritos
originales de aquel lugar: los de la diosa Isis, divinidad que ellos creían
fuente de toda razón.
DIOSA DE PARIS.
A aquellos revolucionarios les asistía un puñado de viejas
tradiciones. Algunas procedían de principios del siglo XIV, como un manuscrito
conservado en la Biblioteque Nationale de París en el que se ve a una dama
llegando en barca a la ciudad, siendo recibida por clérigos y nobles. La
inscripción que acompaña al dibujo no deja lugar a duda: «La muy antigua Isis,
diosa y reina de los egipcios».
Su imagen llegando a donde se asienta la catedral de París fue
tan evocadora que ya los primeros escudos de armas de la ciudad incluyeron la
barca de Isis en sus diseños. Jacobus Magnus, un fraile agustino del siglo XV,
dio incluso una pista más. Habló de un templo a Iseos (Isis) construido a
orillas del Sena, donde hoy se alza la iglesia de Saint Germain des Prés. «París
debe su nombre a la siguiente circunstancia -escribió-: Parisius quiere decir
igual que Iseos (quasi par Iseos)». Sin embargo, fue Court de Gebelin, un famoso
egiptólogo y escritor del siglo XVIII, el que poco antes de estallar la
revolución desveló que la embarcación con la que Isis llegó a la ciudad se
llamaba Barís, y que fue el fuerte acento del norte lo que hizo el resto,
convirtiéndola en París.
PIRAMIDOMANIA REVOLUCIONARIA.
A partir de ahí toda la obsesión de los poderes públicos fue
sembrar la capital de imágenes egipcias.Robespierre no perdió la ocasión de
celebrar multitudinarias reuniones populares en las que alzaba pirámides de
honor en recuerdo de los mártires de la revolución. La primera se levantó el 14
de julio de 1792 en el Campo de Marte. Después vendrían otras en las Tullerías,
e incluso algunas terminaron adornando jardines donde aún siguen. Como la del
Parque Monceau, encargada por el Gran Maestre masón del Gran Oriente de Francia
Felipe de Orleáns al arquitecto Poyet. Allá sigue.
Esa rara obsesión por convertir París en una ciudad egipcia en
el corazón de Europa no se extinguió con la caída del directorio revolucionario.
Napoleón, entonces un joven y prometedor general, había estado un año entero en
Egipto, e incluso había pasado una noche a solas dentro de la Gran Pirámide. Y
bajo su gobierno, París siguió embelleciéndose con esfinges, cuadros de
inspiración faraónica y reproducciones de obeliscos. Él mismo eligió la silueta
de una abeja como símbolo de su realeza, el mismo icono que usaron los faraones
miles de años antes. Incluso dio por ciertas las leyendas que vinculaban su
capital con Isis y las estableció como verdad histórica incuestionable. La
inconfundible efigie de la diosa no tardaría en aparecer en uno de los patios
del palacio del Louvre.
Pero semejante programa iconográfico no se detuvo ni siquiera
con la caída de Bonaparte. De hecho, cuando en 1814 el hermano menor de Luis
XVI, Louis-Stanislas Xavier, fue investido rey de Francia bajo las buenas artes
de Tayllerand, el programa de egipcianización de París continuó con más fuerza
que nunca. El nuevo Luis XVIII fue masón. Como los impulsores de la Revolución
Francesa. Y heredó de ellos un gusto por los símbolos ancestrales que traspasó a
Carlos X, su sucesor.
En 1827, Carlos X encargó a Jean-François Champollion, el
hombre que había descifrado los jeroglíficos egipcios, la tarea de traerse un
obelisco de 3.500 años de antigüedad para emplazarlo en el lugar donde una vez
estuvo la guillotina. Pareciera que los gobernantes franceses tuvieran la
imperiosa necesidad de decorar con motivos egipcios ese sector de París, pues en
1889, con motivo del primer centenario de la Revolución Francesa, se hizo
público el proyecto del arquitecto Louis-François Leheureux de levantar una
pirámide coronada por una estatua de Napoleón. Jamás se ejecutó. Pero no por
casualidad, ése fue el mismo lugar elegido por la Administración Mitterand para
inaugurar en 1989, con motivo del bicentenario de la Revolución, la hoy famosa
pirámide de cristal del Louvre.
¡Ay, si Cagliostro levantara la cabeza!
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