Promotor del "quizá" como totem cosmogónico, RAW se dedicó a vandalizar, con gallardía cuántica y humor brujo, la noción de que la realidad es única y corresponde, casualmente, justo a nuestro mapa de creencias.
Todos los fenómenos son reales en algún sentido, irreales en algún sentido,
sin sentido y reales en algún sentido, sin sentido e irreales en algún sentido
y sin sentido reales e irreales en algún sentido…
y si repites 666 veces esto alcanzarás la iluminación suprema… en algún sentido
Uno de los autores que han manifestado con mayor lucidez la naturaleza cuántica de lo que llamamos realidad, aún décadas antes que la física cuántica se consagrará como un modelo de interpretación pop, incluso adoptado efusivamente por el movimiento New Age, es Robert Anton Wilson. Empapando su obra con algo similar a una anti-ideología narrativa, fundamentada en elementos como la honestidad auto-biográfica, un humor refinadamente agnóstico y un escepticismo tan inquietante como evolutivo, Wilson compartiría su coqueta erudición con generaciones de lectores que encontramos en él una especie de paternal anti-gurú.
De su mano entendimos o, mejor dicho, aceptamos, la esencia “probabilística” del universo, es decir, que todo aquello que conocemos, imaginamos o percibimos está fundamentado en una red, dinámicamente entrelazada, de posibilidades y no de absolutos. Ah, y también aprendimos extravagancias de supervivencia: por ejemplo, ofrecer un deleitante cocktail de camarones a los demonios que previamente invocamos y que no sabemos cómo confrontar, o confirmamos el hecho de que, lo escuchemos o no, el universo se está riendo permanentemente de nosotros.
Agnosticismo Trascendental fue el nombre que Wilson dio a su anti-sistema de creencias: “Estoy tratando de mostrar que una vida sin certeza puede ser una hilarante y liberadora aventura. Quiero crear un verdadero sentido del asombro, que es todo lo que requerimos como religión y es a lo único a lo que podemos atarnos en estos tiempos”.
Pocas personas se han divertido más durante el proceso de dilucidar de qué se tratan esos fenómenos abstractos y, generalmente, solemnes, que llamamos “universo”, “realidad”, “existencia”, etc. Entre otras muchas cosas Wilson nos mostró que, a pesar de que para muchos podrá tratarse de un proceso angustiante o incluso implicaría un violento pero necesario vértigo existencial, debemos soltar esas muletas existenciales que llamamos certezas y simplemente entregarnos a jugar con las posibilidades del ser.
“Si crees que sabes qué demonios está sucediendo, lo más probable es que estés lleno de mierda”, afirmaría Wilson con su característica sonrisa, promoviendo así una invitación abierta a derrocar las creencias (o por lo menos a burlarte concientemente de ellas). Pero por creencias no solo se refería a la prohibición a comer hot dogs, que promovía sarcásticamente el Discordianismo o de los valores moralinos inculcados por instituciones religiosas y políticas, también hay que sacudirse las creencias sobre las visiones místicas que generan los psicotrópicos o las supuestas epifanías que conlleva el desdoblamiento de la conciencia, es decir, hay que dudar, principalmente, del propio escepticismo. En este sentido, si acaso la humanidad no está definitivamente condenada al dogmatismo, se lo debemos a personas como Wilson.
El modelo de interpretación de RAW, mismo que compartía a sus lectores tras ser catalizado con una especie de prudente insolencia, era producto no solo de su privilegiada sinapsis, también proyectaba lo que había sido su historia personal: nacido en los barrios bajos de Nueva York, como parte de la castigada población irlandesa que había emigrado hacia este país en busca del sueño americano, Wilson acudió a una escuela católica, en donde recibiría una impronta ligada al miedo y el tabú. Posteriormente se graduaría como ingeniero matemático en NYU y eventualmente se entregaría al oficio editorial, entre cuyas labores se incluiría la de editor de la revista Playboy.
Contrario al pensamiento binario que nos han inculcado, modelo dentro del cual algo es de un cierto modo o no lo es (y si lo es, eso excluye la posibilidad de que sea de otra manera), Wilson hablaba de las posibilidades, del “quizá” (maybe). “El cerebro de la humanidad ha sido lavado por Aristóteles por los últimos 2500 años. La creencia, inconsciente, no del todo articulada, de la mayoría de los occidentales, es que existe un mapa que representa adecuadamente la realidad. Por pura buena suerte todo occidental cree que tiene un mapa que encaja. La ontología de guerrilla, para mí, involucra estremecer esa certidumbre”.
Y al adoptar está filosofía “posibilista”, al convertirnos en guerrilleros ontológicos, comenzamos a derrocar una buena porción de los vicios psicoculturales que hemos cargado a lo largo de nuestra existencia:
- Creer que uno mismo o alguien es portador de una verdad definitiva.
- Entregarnos con fervor a un sistema de creencias, con una inconciencia lo suficientemente egocéntrica para descalificar cualquier otro túnel de realidad, el cual por cierto tiene exactamente las mismas posibilidades que el nuestro de estar en lo “cierto”.
- Alabar ese cetro, esa fuente de alegorías hegemónicas, que nuestro sistema racional ha decidido agraciar con el título irrebatible de “verdad”.
- Considerar que las cosas y sus causas se rigen bajo un esquema excluyente en el que si alguien tiene la razón (o al menos lo anuncia y encuentra otros que lo legitimen), por descarte cualquiera que opine algo distinto quedara excluido de la verdad. De hecho es muy probable que aunque percibamos las cosas de una manera completamente distinta, tú, yo o alguno de los múltiples gurús, todos tengamos la razón, o al menos una porción de ella.
“Mis novelas están escritas para forzar al lector a ver a través de diversos túneles de realidad y no a través de solo uno. Es importante abolir el dogmatismo inconsciente que provoca que una persona piense que su manera de ver la realidad es la única perspectiva realmente sana de entender el mundo. Mi meta es atraer a la gente a un estado de agnosticismo general, no solo hablando en términos religiosos, sino un agnosticismo frente a todo”, explicaba RAW sobre su trabajo, mismo que Philip K. Dick calificó como algo que “logró revertir cualquier polaridad mental dentro de mí, como si hubiese sido propulsado a través del infinito. Estaba asombrado y a la vez encantado”.
Consciente de que la realidad es a fin de cuentas una orgía de sistemas de creencias, y a la vez desmarcándose de cualquier destello mesiánico, Wilson sabía que todo lo que exponía era, en sí, otro más de estos sistemas. Y no solo lo sabía, sino que disfrutaba enormemente burlarse de sus propias propuestas (como buen amante de los flujos paradójicos que emanan desde el río hacia el espejo, y viceversa).
“Yo jamás he experimentado a otro ser humano. Solo he experimentado mis impresiones sobre ellos”.
Este humor cuántico, el cual implicaba una notable sapiencia, lo llevó a enrolarse apasionadamente en un culto que tributaba a Eris, la diosa del caos, y que nombraron la Sociedad Discordiana. Auspiciado por entidades que transitaban entre el chascarrillo metafísico, la realidad convencional y la literatura esotérico-humorística, este grupo, auto descrito como una desorganización no-religiosa y anti-profética, generó un impecable manifiesto, el Principia Discordia, a través del cual se establecía la delirante identidad de esta religión tan lúdica como conspiratoria.
Posteriormente fundaría una academia dedicada a tributar esta naturaleza “posibilista” de todas las cosas, y de todo conocimiento, llamada Maybe Logic. En ella participarían algunos de los más destacados alter-pensadores del momento, como Douglas Rushkoff, Antero Ali o RU Sirius, impartiendo talleres en-línea sobre diversos tópicos. Por cierto, Maybe Logic aún sigue funcionando y mantiene la luminosa anti-mística que Wilson le imprimió.
“Después de cierto punto, el universo se convierte por completo en un continuo proceso de iniciación”.
Una de las líneas más recurrentes en la obra de RAW fueron las teorías de conspiración, espectro en el cual encontró una fértil arena para encubar este agnosticismo lucido-lúdico que tanto disfrutaba.
Las teorías de la conspiración me producen una cierta fascinación porque representan un gran campo de experimentación para la lógica no-aristotélica. La mayoría de las personas las aceptan o las rechazan por completo; yo trato de aplicar una lógica juguetona en su análisis. Es interesante observar las enormes posibilidades que emanan en cuanto a que varias de sus partes puedan ser o no ciertas.
Vale la pena enfatizar en que, al menos en lo personal, jamás he encontrado postura más sana frente a las teoría de la conspiración que la de Wilson. Lejos de los paranoicos extremistas estilo Alex Jones, pero también de los tradicionalmente incrédulos que niegan per se la posibilidad de que algo ocurra si no ha sido cubierto en CNN, RAW se limitaba a disfrutar el malabar de posibilidades, como espectador en un circo cuántico, que ofrecen este tipo de teorías.
“La certidumbre sólo es posible para las personas que tienen una sola enciclopedia”.
De acuerdo con su honestidad anti-dogmática, RAW se involucraría con decenas de cultos, linajes espirituales, sectas y escuelas ocultistas. Entre su ambulantaje místico-intelectual, Wilson se convertiría en un cercano colega de Timothy Leary, a quien ayudaría a refinar algunos de sus conceptos más destacados y de quien recibiría una franca influencia para desarrollar preceptos pre-cibernéticos de programación neurológica. Su nomadismo también lo llevaría a profundizar en las enseñanzas de Aleister Crowley, a reflexionar sobre la migración espacial, la tecno-extensión de vida, la muerte de JFK, la numerología como un protagonista cotidiano, las lecciones alter-semánticas de James Joyce, practicas paganas y linajes de magia, el consumo evolutivo de psicodélicos, sociedades secretas (especialmente los Iluminati), fenómenos paranormales, etc.
“La mente es una herramienta construida por el universo para observarse a sí mismo”.
Devoto de las sincronías, congruente con una estricta ausencia de credulidad, obsesivo del número 23 y enemigo explícito de los gurús y los “especialistas”, Wilson ha sido uno de los más sonrientes espectadores en esa épica puesta en escena que es el universo. Y a pesar de haberse desdoblado de su cuerpo físico en 2007 (el 11 de enero pasado fue su 5° aniversario luctuoso), resulta difícil creer que su conciencia se ha esfumado, que ya no sigue burlándose de él mismo y de todas las fuerzas místicas y materiales que permitieron su estancia en este plano.
Hoy Robert Anton Wilson cumple 80 años. En lo personal siempre me ha costado comulgar con la figura del maestro, pero estoy seguro de que RAW, en alguno de los planos, es uno de ellos. Gracias a sus lecturas pude acceder, tal vez, a la conciencia de que mi forma de entender el mundo es como un mapa y que por ende no puede ser el territorio. Mientras que en la sede editorial de Pijama Surf mantenemos un altar imaginario para su figura (aunque a veces su lugar, también imaginario, sea ocupado por envolturas de comida chatarra o por dispositivos vintage de bioretroalimentación -posiblemente también imaginarios).
“Un maestro iluminado es ideal si tu meta es convertirte en un abrumado esclavo“.
Hoy la conciencia, tras mirarse al espejo, podría no reflejarse, pues tal vez ha confirmado que la suya no es una existencia garantizada. Hoy los hot dogs quizá se comerán sin pan para no hacer enojar a la diosa del caos. Hoy solo existe una certeza en torno a una obligación que todos debiésemos compartir, como diría RAW: “mantengamos la lasagna volando”.
Feliz cumpleaños Robert Anton Wilson!
Twitter del autor: @paradoxeparadis / Lucio Montlune
No hay comentarios.:
Publicar un comentario