http://www.conecultachiapas.gob.mx/publicaciones/descargas/los_zoques.pdf
HOJAS: 65 - 66; PAGS. 129 - 130, 131
Gustavo Ruiz Pascacio
Dirección de Patrimonio e Investigación Cultural
CONECULTA-Chiapas
Para Blanca Viridiana
PERCIBIR
LA PRESENTE APROXIMACIÓN PROPONE el encuentro de dos escenarios disímbolos y convergentes a la vez: la poesía y lo sagrado.Y, con mayor precisión, el ejercicio poético y el territorio de los mitos y ritos colectivos de lo sagrado en una geografía física e imaginaria, Tuxtla Gutiérrez, y en una geografía humana, el pueblo zoque y los poetas tuxtlecos mestizos.
Si la poesía nació como canto y celebración, una vocación “trascendente”, un canto más allá de sí y un arrebato dionisíaco, constituyeron, de origen, la relación y la presencia de lo otro, ineludible pero inexplicable; hartazgo y angustia de los sentidos; la voz y la lengua del poeta que celebran la otra voz, la emanación que colma, desenreda y enmudece, y que también tiene su paralela manifestación colectiva en los ritos que vuelven tangibles la verbalidad mítica. Es la traslación in illo tempore de los ciclos de la vida y la muerte en el espacio-tiempo de la comunidad.
Mircea Eliade ha dicho que “la religión ‘comienza’ allí donde hay revelación total de la realidad: revelación de lo sagrado a la vez –de lo que es por excelencia, de lo que no es ilusorio ni efímero- y de las relaciones del hombre con lo sagrado, relaciones multiformes, cambiantes, muchas veces ambivalentes, pero que siempre sitúan al ser humano en el corazón mismo de lo real”.
Ese corazón mismo de lo real es lo que subyace en los cultos hierofánicos de las cofradías zoques de Tuxtla, en su simbología y en sus mecanismos de comunicación con lo divino, lo sagrado y lo ultraterreno. Esa cifra chamánica y cosmológica que acude a nosotros, revelatoriamente, y que es relato, danza, armonía, ritmo, sonidos, gestos, cuerpos, canto, procesión, colorido, naturaleza vívida, centro rector de vírgenes y santos, centro nuclear del “costumbre”.
Pero esta persistencia endémica y de franca heroicidad cultural, enfrenta no sólo la intolerancia de un corpus teológico dominante, sino el espíritu de una época que ha puesto al individuo en jaque: la posmodernidad. Es aquí, precisamente, donde convergen el ejercicio del rito y el ejercicio poético dionisíaco. Los dos, al ser transmutadores del espacio-tiempo (uno por efecto del lenguaje ritual, y el otro por la operación traslativa del sentido) terminan enfrentándose a un hecho social concreto, continuo y vibrante, que es, a la vez, un modo de vida, la conjunción de parámetros de acción multisectoriales y el acoso de lo común.
Marc Augé ha identificado que la esencia de la posmodernidad reside en la experiencia particular de una forma de soledad y de su esencia espacial (que linda con lo abstracto): el arquetipo del no lugar. Qué ofrece la posmodernidad sino la individualidad solitaria, lo provisional y lo efímero como vínculo territorial y
antropológico, donde los puntos de tránsito y las ocupaciones provisionales se multiplican aceleradamente.
En aras de la libertad sin límites, la sociedad posmoderna se ha visto obligada a inventarse a sí misma, según la razón huma- na no la herencia del pasado colectivo. El extremo individualista sofoca al individuo. Lo vuelve un híbrido que en materia de creación cree dialogar consigo mismo sin la presencia del otro.
Hedonismo y autoconsumo son referentes de un proceso cada vez más arraigado en las generaciones de incipientes creadores desublimados.
HOJAS: 65 - 66; PAGS. 129 - 130, 131
Gustavo Ruiz Pascacio
Dirección de Patrimonio e Investigación Cultural
CONECULTA-Chiapas
Para Blanca Viridiana
PERCIBIR
LA PRESENTE APROXIMACIÓN PROPONE el encuentro de dos escenarios disímbolos y convergentes a la vez: la poesía y lo sagrado.Y, con mayor precisión, el ejercicio poético y el territorio de los mitos y ritos colectivos de lo sagrado en una geografía física e imaginaria, Tuxtla Gutiérrez, y en una geografía humana, el pueblo zoque y los poetas tuxtlecos mestizos.
Si la poesía nació como canto y celebración, una vocación “trascendente”, un canto más allá de sí y un arrebato dionisíaco, constituyeron, de origen, la relación y la presencia de lo otro, ineludible pero inexplicable; hartazgo y angustia de los sentidos; la voz y la lengua del poeta que celebran la otra voz, la emanación que colma, desenreda y enmudece, y que también tiene su paralela manifestación colectiva en los ritos que vuelven tangibles la verbalidad mítica. Es la traslación in illo tempore de los ciclos de la vida y la muerte en el espacio-tiempo de la comunidad.
Mircea Eliade ha dicho que “la religión ‘comienza’ allí donde hay revelación total de la realidad: revelación de lo sagrado a la vez –de lo que es por excelencia, de lo que no es ilusorio ni efímero- y de las relaciones del hombre con lo sagrado, relaciones multiformes, cambiantes, muchas veces ambivalentes, pero que siempre sitúan al ser humano en el corazón mismo de lo real”.
Ese corazón mismo de lo real es lo que subyace en los cultos hierofánicos de las cofradías zoques de Tuxtla, en su simbología y en sus mecanismos de comunicación con lo divino, lo sagrado y lo ultraterreno. Esa cifra chamánica y cosmológica que acude a nosotros, revelatoriamente, y que es relato, danza, armonía, ritmo, sonidos, gestos, cuerpos, canto, procesión, colorido, naturaleza vívida, centro rector de vírgenes y santos, centro nuclear del “costumbre”.
Pero esta persistencia endémica y de franca heroicidad cultural, enfrenta no sólo la intolerancia de un corpus teológico dominante, sino el espíritu de una época que ha puesto al individuo en jaque: la posmodernidad. Es aquí, precisamente, donde convergen el ejercicio del rito y el ejercicio poético dionisíaco. Los dos, al ser transmutadores del espacio-tiempo (uno por efecto del lenguaje ritual, y el otro por la operación traslativa del sentido) terminan enfrentándose a un hecho social concreto, continuo y vibrante, que es, a la vez, un modo de vida, la conjunción de parámetros de acción multisectoriales y el acoso de lo común.
Marc Augé ha identificado que la esencia de la posmodernidad reside en la experiencia particular de una forma de soledad y de su esencia espacial (que linda con lo abstracto): el arquetipo del no lugar. Qué ofrece la posmodernidad sino la individualidad solitaria, lo provisional y lo efímero como vínculo territorial y
antropológico, donde los puntos de tránsito y las ocupaciones provisionales se multiplican aceleradamente.
En aras de la libertad sin límites, la sociedad posmoderna se ha visto obligada a inventarse a sí misma, según la razón huma- na no la herencia del pasado colectivo. El extremo individualista sofoca al individuo. Lo vuelve un híbrido que en materia de creación cree dialogar consigo mismo sin la presencia del otro.
Hedonismo y autoconsumo son referentes de un proceso cada vez más arraigado en las generaciones de incipientes creadores desublimados.
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