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martes, 4 de febrero de 2025

Trump y su impacto internacional

 NECESARIO RECORDAR AUNQUE YA CONOCIDOS ESTOS LINEAMIENTOS RESPECTO AL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA  A PARTIR DE 2025.

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Trump y su impacto internacional

El recién llegado presidente parece determinado a aprovechar cada minuto de su segundo mandato

Las manos del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, tras firmar un decreto. | Yuri Gripas (Zuma Press)

Hay una antigua maldición China que condena al desafortunado contertulio «a vivir tiempos interesantes». Una maldición que parece perseguirnos a día de hoy. 

El pasado 20 de enero, Donald Trump asumió su segundo mandato como el 47º presidente de los Estados Unidos y proclamó el inicio de una nueva «Edad de Oro Americana». En un mensaje dirigido al mundo, confirmó que Estados Unidos se une oficialmente a China y Rusia como la tercera gran potencia revisionista, decidida a forjar un «Nuevo Orden Mundial» a su medida. Así pues, ya nadie puede alegar ignorancia o falta de pruebas; estamos inmersos en una nueva era geopolítica y en una nueva realidad internacional. 

Una propuesta incierta y preocupante a todas luces, que debemos asumir, comprender y negociar para poder adaptarnos, prosperar y sobrevivir en este nuevo marco global.

El fin de la estrategia del avestruz 

A 21 de enero de 2025, el escenario global está marcado por una inestabilidad sin precedentes. Dos guerras regionales transforman el orden internacional: el conflicto entre Rusia y Ucrania en Europa y la creciente confrontación entre Israel e Irán en Oriente Medio. A estas tensiones se suma la posibilidad de una tercera guerra en Asia, si la crisis en el Pacífico Occidental por Taiwán continúa escalando.

Mientras tanto, múltiples conflictos internos desangran regiones enteras. Guerras civiles devastan Sudán, el Congo, el Sahel y Myanmar, mientras que Estados como Líbano, Libia, Haití, Somalia, Guinea-Bisáu, Siria, Afganistán, Venezuela, Cuba y Nicaragua enfrentan un colapso progresivo. La crisis es global y abarca desde África hasta América Latina.

Los mecanismos tradicionales de gobernanza internacional, diseñados para la gestión de crisis y la resolución de conflictos, se encuentran bloqueados o sobrepasados. La confianza entre los Estados miembros de los organismos multilaterales se ha erosionado y, con la llegada de la nueva Administración Trump, Estados Unidos –la más poderosa de las tres grandes potencias– ha decidido apartarse de estos sistemas. El orden global, tal como lo conocíamos, está en ruinas.

El sistema ya no funciona

El mundo regresa a una lógica hobbesiana, donde la realpolitik dicta las decisiones de los Estados. Las alianzas militares resurgen como el único escudo efectivo ante la incertidumbre global. La escena internacional se asemeja a un juego de «sillas musicales», en el que aquellos que no encuentran cobijo bajo un paraguas disuasorio ven comprometida su supervivencia como sociedades soberanas.

Estamos presenciando un cambio estructural en el orden global. Se habla de un «Nuevo Orden o Desorden Mundial», de una «Nueva Guerra o Paz Fría». En este punto de inflexión, resulta inevitable recordar la obra del maestro Hedley Bull, «The Anarchical Society», que ya en los años 70 advertía sobre la fragilidad del sistema internacional y su tendencia cíclica hacia el caos.

Hoy, más que nunca, estas palabras resuenan con inquietante claridad. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca para su segundo mandato marca un giro decisivo en la política exterior de Estados Unidos. Su agenda está delineada en el documento Agenda 2025 de la Heritage Foundation y se sustenta en una serie de promesas –y amenazas– repetidas a lo largo de los últimos años. Sus principales objetivos son los siguientes:

  • Reafirmar la hegemonía global de Estados Unidos: la administración Trump buscará consolidar a EEUU como la «potencia imprescindible», garantizando su acceso irrestricto a todas las regiones del planeta y evitando la consolidación de «esferas de influencia regionales» que puedan limitar su poder.
  • Redefinir la gobernanza global bajo la doctrina America First: Trump pretende moldear un nuevo marco legal internacional que responda a los intereses de su país. Esto incluye asegurar el acceso estadounidense a los bienes comunes globales: océanos y mares, recursos estratégicos, espacio aéreo, el espacio exterior y las cadenas logísticas.
  • Reducir el rol de EE.UU. como «policía global»: según Trump, su país está «harto de ser el hazmerreír del sistema», asumiendo un costo desproporcionado «en vidas y tesoro» para mantener la seguridad internacional. Su gobierno buscará redistribuir esa carga entre sus aliados, exigiendo que europeos y asiáticos asuman más responsabilidades y contribuyan económicamente en mayor medida. Para Trump, el mundo de hoy no es el de 1945, ni el de 1989, ni siquiera el de 2001.
  • Revertir el supuesto declive estadounidense: su administración abordará lo que considera los problemas estructurales de una «América en decadencia»: inmigración, refugiados, déficit comercial y financiero, crimen organizado, seguridad nacional e intereses estratégicos. Además, promete restaurar los valores tradicionales y combatir lo que él define como la «decadencia moral» de la sociedad. En otras palabras, su meta es clara:  Make America Great Again (MAGA).

Durante sus primeras dos semanas, Trump ha implementado las herramientas ya anunciadas durante su campaña electoral, que augura seguir implementando. Entre ellas están:

  • Deportar a entre 11 y 18 millones de inmigrantes ilegales.
  • Emascular la Administración americana federal con Elon Musk como ejecutor.
  • Imponer aranceles del 10% al 100% dependiendo del socio o rival comercial.
  • Un liderazgo fortalecido, pero transaccional. La nueva política exterior de Trump busca mantener la influencia global sin intervención militar directa. Su enfoque prioriza relaciones basadas en intereses, abandonando o presionando a los aliados según la coyuntura. En palabras de Palmerston: «No hay aliados permanentes, solo intereses permanentes». 

La estrategia exterior de la nueva administración estadounidense presenta una contradicción evidente: apuesta por una política de disuasión, pero sugiere una preferencia por el uso de plataformas aéreas, navales o tácticas no convencionales que, en realidad, podrían debilitar esa misma capacidad disuasoria. Precisamente lo contrario de lo que pretende.

Lo que aún no está claro es si estas declaraciones forman parte de una estrategia negociadora –al más puro estilo de The Art of the Deal– diseñada para impresionar y coaccionar a la élite de Washington, o si realmente reflejan una política transaccional con la que Trump abordará a sus rivales en el tablero global.

La respuesta entorno a los aranceles se está materializando con represalias de parte de México, Canadá y China, y no hay duda de que se sumarán en un futuro cercano. Los dos conflictos que dominan la agenda internacional en 2025, la guerra entre Rusia y Ucrania y la crisis en Oriente Medio, están en el punto de mira del presidente. Ambos atraviesan una fase crítica, en la que pueden evolucionar hacia una contención temporal o incluso una resolución definitiva.

En el caso de Rusia y Ucrania, Trump ha prometido alcanzar un acuerdo en «24 horas o 100 días» mediante una negociación directa con Vladimir Putin, aunque sin especificar los términos. La clave radica en a quién beneficiará realmente ese acuerdo. Su capacidad de presión sobre las partes es asimétrica, y todo apunta a que la parte más débil, Kiev, será la que deba hacer las mayores concesiones.

Todo apunta a que Kiev deberá ceder en tres frentes para conservar su independencia y recibir garantías externas:

  • Territorio: reconocer la soberanía rusa sobre Crimea y las cuatro provincias anexadas por Moscú.
  • Seguridad: renunciar a unirse a la OTAN, prohibir tropas estadounidenses en su territorio y aceptar una reducción del apoyo militar.
  • Finanzas y reconstrucción: Estados Unidos dejará de financiar la guerra y trasladará la responsabilidad a Europa para sostener y reconstruir Ucrania.

La buena noticia para Zelenski es que Trump detesta la derrota y quiere evitar imágenes como las de Afganistán en agosto 2021 que sellaron la credibilidad de la Administración Biden.

La clave va a estar en lo que decidan los europeos pues Trump pone la pelota claramente en su tejado. La verdad a uno le cuesta ser optimista. 

En cuanto al conflicto israelí-palestino, Trump lo divide en dos partes. 

Primero, mantiene un apoyo incondicional a Israel en la lucha contra el terrorismo en Gaza y la liberación de rehenes, pero se desinteresa por la causa palestina. Considera que la solución de dos Estados es algo que todos desean, excepto los líderes israelíes y palestinos actuales. Tras la primera fase de acuerdos en Gaza, Trump perderá interés y dejará el problema a un lado.

El objetivo principal de su política en Oriente Medio es consolidar los Acuerdos de Abraham y fortalecer la integración de Israel en el mundo árabe, especialmente con Arabia Saudí. Para ello, Trump estaría dispuesto a resolver el «problema persa» con Irán, ya sea por medio de un acuerdo diplomático que levante las sanciones a cambio de que Teherán abandone su programa nuclear, o bien de forma más coercitiva. Esta última opción contaría con el apoyo de Pekín y Moscú.

Si Irán se muestra inflexible, Trump dejaría en manos de las potencias regionales la solución, lo que podría incluir una operación militar tipo Osirak 1981 contra Irán, con el respaldo de aliados árabes como Arabia Saudí, Egipto y los Emiratos del Golfo. Su enfoque en la región sería algo así como una adaptación de la Doctrina Monroe: «Oriente Medio para los levantinos».

Por otro lado, bajo Xi Jinping, China sigue el legado de Mao y Deng, con el objetivo de restaurar su soberanía y recuperar su liderazgo en Asia para 2049. Ya ha reincorporado el Tíbet, Xinjiang, Hong Kong y Macao, y ahora se enfoca en Taiwán y el Mar del Sur de China, con posibles aspiraciones futuras hacia la Mongolia Exterior y territorios siberianos.

La verdadera pregunta no es si China se reunificará, sino cuándo. Contener a China es el principal desafío de la administración Trump, con Rusia como un socio potencial para lograrlo. Desde que asumió el poder en 2000, Vladimir Putin ha dejado claro que su objetivo es restaurar el prestigio de Rusia, recuperando el estatus que alguna vez tuvo la URSS y el Imperio Romanov. Ucrania, desde 2014, ha sido su laboratorio para implementar esta estrategia de expansión y aseguramiento de su esfera de influencia en la euroasia.

Tanto Rusia como China comparten un objetivo común: recuperar la soberanía y dignidad perdidas, y desafiar un orden internacional dominado por potencias occidentales e imperialistas. Aunque ambos países excluyen un enfrentamiento nuclear directo, no lo descartan completamente.

Lo más preocupante de esta «realidad geopolítica» es el deterioro y quizás el fracaso del concepto clave de «Disuasión», la clave de todo el sistema. La disuasión, sobre todo la nuclear, ha sido la herramienta esencial y el concepto que ha funcionado desde 1945 para evitar un conflicto entre grandes potencias.

Desde la Guerra del Golfo en 1991 hasta la anexión de Crimea en 2014, las amenazas se centraron en actores no estatales y naciones fuera del ámbito nuclear, como los talibanes, chechenos y uigures, mientras que las grandes potencias nucleares quedaron en segundo plano. La prioridad era la guerra preventiva y la contrainsurgencia, no la disuasión.

Desde 2001, Estados Unidos, Rusia y otras potencias nucleares han dejado de lado el control de armamentos nucleares. Tratados clave como ABM, INF, SALT y START no fueron renovados y cayeron en el olvido. Conceptos como «disuasión mínima» y «vectores tácticos y estratégicos» han mantenido la capacidad nuclear, pero no su credibilidad. Las amenazas de «El infierno en la tierra» y las ambiguas referencias al Artículo 5 de la OTAN han reavivado la discusión sobre el papel nuclear, pero las soluciones parecen más simplistas que efectivas.

La disuasión nuclear, la carrera armamentista y el control de armas se han transformado en un juego con tres jugadores en lugar de dos, creando un escenario mucho más volátil y complejo. Mientras las negociaciones entre Rusia, China y Estados Unidos no avancen, el riesgo de una confrontación, ya sea accidental o deliberada, crece de manera exponencial.

Un factor clave es la falta de un «teléfono rojo» entre Washington y Pekín, algo que sí existe entre Moscú y Washington desde 1963. Esta ausencia de comunicación directa, junto con la falta de un lenguaje común, añade una sutil pero crucial diferencia en la dinámica de la tensión nuclear global.

Además, la carrera armamentista entre las tres grandes potencias está llevando a una escalada tanto cuantitativa como cualitativa de vectores nucleares. Esto debilita los compromisos del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) de 1968, dejando sus disposiciones prácticamente inoperativas. La retirada del paraguas disuasorio global por parte de Trump probablemente empujará a muchos países vulnerables a considerar la opción nuclear, desde Irán, Corea del Sur y Japón, hasta Arabia Saudí, Egipto, Turquía e incluso algunas naciones europeas como Ucrania, Polonia, Alemania, Suecia y Rumanía.

Como dice el proverbio chino, «vienen tiempos interesantes».

Andrew Smith Serrano es investigador principal del Centro de Seguridad Internacional del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.


Andrew Smith Serrano es investigador principal del Centro de Seguridad Internacional del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.


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