Nos habíamos quedado en el artículo anterior avistando los ovnis falsamente presentes en el Antiguo Testamento, y algunos lectores han insistido en que revisemos el lado más extraterrestre del Nuevo Testamento. Pues vamos allá. Y comencemos por el final, por el resultado de esta peculiar exégesis del texto sagrado, para que los que están menos acostumbrados a la lectura puedan quedarse en el primer párrafo sin ir más allá.
Jesús, el del origen tan extraño, el que ha inspirado después al mesías postmoderno llamado Superman, el de un Padre “de otro mundo”… ¿lo adivinan? Sí, por supuesto: Jesús es extraterrestre. Una conclusión que es fácil de inferir, ya que si el Nuevo Testamento está plagado de ovnis –cosa que, veremos ahora, quieren hacernos creer algunos–, y Cristo es el protagonista… lo más sencillo es que venga del espacio exterior. Sumando a esto que, tal como entendemos los cristianos la Biblia como una unidad fundamental, Jesús es el protagonista de la recopilación completa de los libros sagrados, puesto que las escrituras hebreas no hacían otra cosa que anunciarlo y esperarlo, preparando el camino en la historia de la salvación. Si esta historia ha estado repleta de visitas alienígenas, lo más normal del mundo es que su culmen sea un descendimiento extraterrestre en toda regla.
Vayamos a los textos de esta gente. Primer acontecimiento extraordinario en los evangelios: la encarnación del Hijo de Dios. ¿Cómo pudo María quedar embarazada sin haber tenido relaciones sexuales? Aquí la explicación “racional” no consiste en desechar la virginidad de la Madre, sino en afirmar que la joven de Nazaret fue objeto de una operación de inseminación artificial, mediante la cual le fueron implantados los genes del Mesías, como afirman algunos autores de la órbita de la nueva religiosidad ufológica.
En una revista esotérica de las más divulgadas en España (es decir, en todos los kioscos) he podido leer recientemente cómo se dice la siguiente barbaridad: “son legión los autores que en los últimos tiempos, a tenor de las evidencias aportadas por los Evangelios canónicos y apócrifos, defienden que el Mesías era en realidad el ‘enviado’ de una civilización extraterrestre, cuyo cometido era cambiar el destino de una humanidad sumida en la violencia y la maldad”. Menuda entradilla: ¿una legión de autores? En el texto del artículo sólo se nombra a tres, y ninguno de ellos dedicado a la exégesis ni a nada serio relacionado con la Biblia.
A partir de aquí, uno puede imaginarse lo demás: todo suceso de difícil comprensión tendrá una retorcida interpretación alienígena. Al igual que pasaba en el Antiguo Testamento, toda luz, voz, nube o hecho que venga de lo alto no es más que una manifestación extraterrestre. ¿No estamos hablando de cosas “del cielo”? Pues ya está –concluyen con una facilidad asombrosa–: vienen del espacio exterior, de civilizaciones más evolucionadas que la nuestra. Si Yahvé es un ser de otro planeta, su principal Enviado, y más si es su Hijo, comparte su misma naturaleza no humana. Y con el nacimiento de este personaje tan especial, nos encontramos con el primer gran signo que nos habla del espacio: la estrella que guió a los magos de Oriente hasta el Niño.
Leyendo el texto del evangelista Mateo, se aferran a la letra –aquí sí– y dicen que nada de supernovas, conjunciones planetarias ni cometas. No, porque la estrella guiaba a los magos, y aparecía y desaparecía, y al final paró sobre el lugar donde estaba el Mesías recién nacido. Ah, y no olvidemos la serie de anuncios angélicos que, ya en sueños o en vigilia, sucedieron en torno al nacimiento de Cristo: un repertorio clarísimo de intervenciones alienígenas.
La siguiente manifestación mesiánica de Jesús, la escena del bautismo en el Jordán, tiene su correspondiente lectura extraterrestre: la voz que baja del cielo, el descenso del Espíritu Santo, el señalamiento de Jesús, entre todos los presentes, como alguien muy especial… Otro episodio muy querido para estos relectores de los evangelios es el de la transfiguración de Jesús. No sólo hay una nube y una voz, sino que Jesús resplandece de repente. Y, por si fuera poco, en el texto leemos que Cristo y sus tres discípulos “entraron en la nube”, lo que da una idea del acceso a una nave espacial, que sería la que emitía la luz que llena la escena. La aparición de los dos personajes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, no sería otra cosa que el encuentro con los pasajeros de la nave, el segundo de los cuales –recordemos– fue abducido unos siglos antes en el célebre carro de fuego.
Seguimos adelante, y nos encontramos con la resurrección. Otro misterio más que es destripado por los que escudriñan la Biblia buscando platillos volantes. ¿Quiénes son los ángeles que guardan el sepulcro vacío o que hacen rodar la piedra en los diversos relatos evangélicos? Extraterrestres, por supuesto. Por eso tienen vestidos refulgentes, faltaría más. Y habrían llegado, según algunos, para llevarse el cadáver del más importante. Comentando esto, en el artículo que citaba antes leo: “seguro que muchos ufólogos de nuestros días no dudarían en identificar a estos seres con los humanoides que suelen presentarse junto a los ovnis, y que han sido contemplados por miles de testigos en todos los rincones del planeta”. Ya está, ya se ha desentrañado el misterio de los ángeles que aparecen en la Sagrada Escritura: son humanoides. ¿Con alas o sin alas? Eso no lo sabemos, pero sí que son humanoides, porque les brilla la ropa. Eso es seriedad al leer un texto antiguo, y lo demás son tonterías.
Yendo cuarenta días más allá, lo de la Ascensión de Cristo al cielo les suena a abducción, como no podía ser de otra manera. Pero debido a la sencillez de los evangelios al narrar esta escena, se tienen que fiar de “otras fuentes”. ¿Cuáles? Los evangelios apócrifos, que precisamente son los más fantasiosos y menos históricos de todos, como está comprobado. A estos autores les da igual, y llegan a decir con todo el desparpajo del mundo que “son, como de costumbre, los evangelios apócrifos los que aportan mayor exactitud”. Querrán decir que aportan detalles extraños. Resulta que en uno de estos textos se habla de una luz cegadora que envuelve a Jesús, el mismo sol que lo rodea y se lo lleva al cielo, con movimientos extraños. Ahí está, otra vez, la nave espacial.
Creo que no hace falta que dé más detalles. Queda clara la forma de proceder de los que se acercan a los textos del Nuevo Testamento y a la figura de Jesús de Nazaret con una forma mentis que quiere darle a todo una lectura ufológica, tal como veíamos anteriormente con el Antiguo Testamento. Pero antes de acabar quiero citar al autor español que más ha divulgado todas estas cosas, o al menos algunas de ellas. No es el único ni el primero, pero sí el más vendido y leído: J.J. Benítez. El autor de la sagaCaballo de Troya, una serie de novelas que ofrecen, como si se tratara de una revelación particular, una vida peculiar de Cristo, escribió otros libros –bajo la discutible categoría del ensayo– donde explicaba con pelos y señales el importante lugar de lo extraterrestre en la vida y misión de Jesús. Por ejemplo, en El ovni de Belén (1983) pretendía demostrar que “las iglesias han manipulado la historia de la estrella” porque, como ya dije yo antes, “la estrella que guió a los Reyes Magos sólo pudo ser un objeto controlado inteligentemente”.
Antes de publicar este libro, en otra de sus obras, El Enviado (1979), afirmaba que“Jesús de Nazaret fue ‘ayudado’, o ‘acompañado’ o ‘asistido’ de alguna manera por todo un ‘equipo’ de seres que hoy podríamos etiquetar como ‘astronautas’… Seres en un avanzadísimo estado evolutivo –tanto espiritual como tecnológico– y que pueden poblar muchos de los miles de millones de galaxias que forman los distintos universos, pudieron ‘colaborar’ en ese formidable ‘plan’ de la redención de la humanidad”.
Como puede observarse, toda una relectura en clave ovni de la historia de la salvación tal como la entiende la fe cristiana. Estos dos libros, principalmente, sirvieron como “aperitivo teórico” para la publicación, a partir de 1984, de la saga Caballo de Troya, que ha vendido muchos miles de libros (hasta que ha salido el último, el número 9, en el año 2011) divulgando enormemente una figura de Jesús atractiva para mucha gente por la ambigüedad buscada entre la realidad y la ficción, en un tema tan apasionante como es la figura de Jesucristo y mezclando ahí su fama como autor de la cosa extraterrestre.
Tiene razón Benedicto XVI cuando inicia su reciente libro La infancia de Jesús, el último de su trilogía sobre la figura central del cristianismo, con la pregunta “¿De dónde eres tú?”, tomada del evangelio de Juan, de boca del romano Pilato. La cuestión acerca del origen de Jesús tiene mucho que decirnos sobre su identidad y su misión, quién es y para qué ha venido. La Biblia muestra claramente la naturaleza especial –y no “espacial”– del Dios que se hace hombre para salvar a los hombres. Si bien es verdad que se trató de una intervención sobrenatural del Eterno en el tiempo, lo hizo de manera totalmente histórica, y así el Verbo de Dios nació como hombre, vivió como hombre y murió como hombre. Y por el poder divino, resucitó de la muerte.
¿Por qué será que muchos prefieren un Dios algo más lejano (o unos dioses varios igual de alejados) que de forma condescendiente y paternalista nos mande un recadero en un platillo volante, con cosmonautas de apoyo y luces fluorescentes? No, no es ése el Dios revelado en la Biblia y encarnado en Palestina. El misterio de su persona lo resumieron bien sus escépticos paisanos cuando decían: “¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?” (Jn 6,42). Del cielo, que es la morada de Dios. No del cielo estrellado de los ovnis.
Luis Santamaría del Río
FUENTE
Ahora si ¡nos vimos!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario