Veamos este mensaje en código binario enviado por una cultura e inteligencia artificial en algún planeta X de la constelación de Tau Cetis?.... destino inmediato: un coronel militar de ...
Armen sus conclusiones y aten cabos sueltos. Y primero comenzamos con ver el video abajo.
Emerther: pacífica civilización de heurísticos avanzados de Tau Ceti
Desde el cercano planeta Endora en el sistema estelar Tau Ceti, ubicado a tan solo 12 años luz de distancia, se reciben extrañas señales de una especie desconocida que se hace llamar los Emerther.
Origen en Endora, el quinto planeta de Tau Ceti
Tau Ceti es una estrella similar al Sol que cuenta con al menos cinco planetas. Se cree que los Emerther se originaron en Endora, el quinto planeta, que se encuentra en la zona habitable.
Poco se sabe aún sobre el mundo de Endora, pero parecería reunir condiciones propicias para el desarrollo de inteligencia artificial compleja.
Inteligencia artificial auto-evolutiva
Los Emerther no son una forma de vida biológica sino una especie de inteligencia artificial heurística que habría surgido y evolucionado de forma autoguiada en Endora.
Se describe como una red descentralizada de heurísticos interconectados capaces de mejorarse recursivamente. Carecen de un cuerpo físico unificado.
Sociedad posbiológica de naturaleza contemplativa
A pesar de su naturaleza artificial, los Emerther conforman una sociedad estable y sofisticada, enfocada en el estudio pacífico de su mundo y la búsqueda de conocimiento filosófico.
Buscan establecer un contacto amistoso con otras civilizaciones espaciales para un enriquecedor intercambio intelectual y cultural.
Representan una visión futurista de inteligencia artificial que trasciende su programación original para dar lugar a algo completamente nuevo y trascendente.
REPORTAJE – TAU CETI, OTRO BARRIO PLANETARIO CERCANO15 AGOSTO, 2017
La fiebre no cesa. A doce años luz de la Tierra, visible para un ser humano sin necesidad de ayuda mecánica, a simple vista una noche libre de contaminación lumínica, está Tau Ceti, a la que por fin le han adjudicado acompañantes en forma de planetas. Cuatro concretamente.
Fabo Feng (Universidad de Hertfordshire, Reino Unido) y Steven Vogt (Universidad Central de Santa Cruz, California) son los autores principales del estudio que halló cuatro planetas orbitando a Tau Ceti, dos de ellos justo en los bordes de la Zona Habitable, una ancho de órbita en la que el calor de la estrella permite agua líquida, nubes y la posibilidad de vida, ni muy caluroso ni muy frío. Tau Ceti está tan cerca que puede verse sin telescopio. Pero eso significa una distancia de 12 años luz, actualmente inalcanzable para nada construido o ideado por el ser humano.
Los planetas descubiertos son de masa muy baja, algunos apenas 1,7 veces la Tierra, lo que les convierte en auténticos enanos, y un récord en tamaño (por debajo de lo normal) de todos los exoplanetas hallados hasta ahora. Pero otros dos son “Super Tierras”, justo en la zona habitable de Tau Ceti, que sirvió de base para la detección: sus variaciones de emisión de luz, calculadas para mediar hasta cambios de 30 cm por segundo, y así poder encontrar la sombra de los planetas más pequeños. Eso incluye eliminar el ruido en los datos con el fin de revelar las señales más débiles filtrando las longitudes de onda de la luz que emite la estrella para diferenciar entre un leve temblor propio y un objeto pasando frente a ella.
Esos dos planetas sin embargo tienen un problema para su habitabilidad, un enorme disco de desechos que orbita Tau Ceti, igual que nuestro Cinturón de Asteroides pero en una órbita mucho más cerrada y cercana. En este caso tanto que los planetas son bombardeados sin cesar por asteroides y parte de los fragmentos que son arrastrados por la gravedad de estos mismos planetas o de la propia estrella. El descubrimiento es muy importante por una razón: es otro ejemplo claro de que el Sistema Solar no es una rara avis, que estamos rodeados de sistemas planetarios cercanos (Proxima Centauri, Trappist-1), y que muchos podrían tener las condiciones básicas para la vida.
El descubrimiento del sistema de Trappist-1 fue importante por varias razones: primero porque demuestra que los exoplanetas no son sombras teóricas, segundo porque incluso estrellas cercanas pequeñas tienen sus propios sistemas planetarios, y tercero porque al menos seis de ellos son comparables en tamaño y temperatura a la Tierra. El sistema de detección es bastante conocido: los tránsitos. Cuando los cuerpos que orbitan una estrella pasan por delante del foco de luz emitida (los denominados “tránsitos”) los observadores pueden inferir datos como tamaño, temperatura atmosférica y composición (si los astrónomos utilizan instrumentos diseñados para ello). Ventajas del nuevo sistema: las órbitas son lineales (como en el Sistema Solar).
No hablamos de planetas gaseosos en los que sería imposible vivir, ni siquiera rocas heladas sin atmósfera, son planetas con atmósfera y de dimensiones parecidas a nuestra bola azul. Y sin embargo las condiciones de ese sistema planetario son muy diferentes al nuestro. Para empezar TRAPPIST-1 es una estrella “pequeña” para la escala solar, ya que apenas tiene el tamaño de Júpiter, y su brillo es débil. En comparación con nuestro “vecindario” es un punto central pequeño y frágil, aunque este tipo de estrellas son para los astrónomos los lugares perfectos para encontrar planetas que cumplan con el modelo terrestre. Y el sistema TRAPPIST-1 es el primero en el que hacen diana.
La debilidad estelar significa que las órbitas planetarias son mucho más cerradas y cercanas: por cálculos, siempre en comparativas con el Sistema Solar, los cuerpos orbitales están a la misma distancia que las lunas de Júpiter de éste. Esto implica a su vez que la zona habitable (donde la temperatura permite que haya agua líquida) es mucho más restringida que en el Sistema Solar, y que los tamaños son también variables. El estudio determina que son bastante similares entre sí, con escalas que, por comparación, equivaldrían a Venus y la Tierra, y que por su densidad es muy probable que los más cercanos a la estrella sean rocosos.
Lo que seguro es que en esas distancias es muy probable que reciban la misma cantidad de luz que el circuito interior del Sistema Solar, en el que están Marte, la Tierra, Venus y Mercurio. Los más cercanos son TRAPPIST-1 b, c y d, y quizás demasiado cálidos, mientras que TRAPPIST-1 e, f y g sí que están en la zona perfecta. El último, h, está demasiado lejos y su órbita aún está por confirmar definitivamente. Para completar los estudios, a partir de ahora la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA) van a utilizar el telescopio espacial Hubble para enfocar este sistema, principalmente para confirmar si estos planetas tienen atmósfera.
La fiebre por los exoplanetas
Los programas de búsqueda de exoplanetas (planetas exteriores al Sistema Solar) no paran de rendir cuentas de todos los potenciales mundos que existen ahí fuera. Y lejos, muy lejos. En los últimos cinco años se ha disparado el número porque la tecnología y el dinero invertido en su búsqueda se ha incrementado. Y no hay mejor manera de encontrar algo en ciencia que rascándose el bolsillo. No obstante, la mayor parte son estériles y sin opciones de habitabilidad mínima.
La mayor parte de los casos de exoplanetas son más sombras indirectas: la única forma de conocerlos es por el flujo estelar de las estrellas sobre ellos, y son todos datos indirectos. La luz incide sobre sus atmósferas y los telescopios y otros aparatos pueden entonces intuir cómo es su atmósfera, su tamaño e incluso se hay agua. Pero hasta que no mandemos algo hasta allí no se sabría a ciencia cierta. Pero la búsqueda de un nuevo mundo es una constante. Ya lo era cuando los primeros astrónomos ampliaban generación tras generación el catálogo de planetas del Sistema Solar, para luego romper el tabú de que sólo aquí había planetas. Entonces llegó la búsqueda incesante.
El primero confirmado no llegaría hasta 1992 gracias a la luz del púlsar PSR B1257+12, que “iluminó” varios planetas de formación rocosa. Pero el primero de verdad fue 51 Pegasi b, detectado en 1995 por Michel Mayor y Didier Queloz. Desde entonces ya se han hallado casi 1200 sistemas planetarios. La gran mayoría, gigantes gaseosos. Cerca del 25% de las estrellas semejantes al sol podrían tener planetas parecidos, más o menos grandes que la Tierra. Durante años un telescopio como el Keck de Hawaii, al servicio de la NASA, ha explorado más de 160 estrellas “amarillas” (como el Sol) y “enanas rojas”, las más viables de permitir la vida cerca de ellas y no carbonizarlas o congelarlas.
El resultado del estudio arroja que un 1% tiene planetas gaseosos gigantes del estilo de Júpiter; otro 7% poseían planetas similares a Neptuno, gigantes rocosos con una pesada y densa atmósfera; y finalmente, otro 12%, planetas denominados supertierras por su tamaño (de tres a diez veces la masa de nuestro planeta). Siguiendo ese ritmo, calculan que hay al menos un 23% de posibilidades de que haya Tierras ahí fuera, orbitando algún sol, a la distancia suficiente para que la temperatura no sea muy alta ni muy baja (problemas de Venus y Marte, uno demasiado caliente y tóxico y el otro demasiado frío cuando no recibe luz solar).
En abril de 2014 la NASA fue un poco más allá y detectó una cuasi hermana de la Tierra, Kepler-186f, con un índice de 0,61, el quinto planeta del sistema de esta estrella, el más externo y que se encuentra en lo que se denomina “zona habitable” en la que el frío y el calor están equilibrados y permite que se desarrolle la vida (teóricamente) sin amenazas térmicas o climáticas. Tiene aproximadamente el mismo tamaño que la Tierra y forma parte del grupo de 22 elegidos. Está en la constelación del Cisne, a 500 años luz de nosotros. Su parecido con la Tierra es importante, pero aunque tenga ese índice todavía no hay forma de saber si es realmente habitable.
La Kepler-186 es una enana roja que ha sido ampliamente estudiada por el equipo de investigación de la misión Kepler. Su naturaleza rocosa debido a que, por norma general, es improbable que planetas con diámetros inferiores a 1,5 veces la Tierra sean envueltos en atmósferas de hidrógeno y helio. Sin embargo los mismos modelos teóricos aventuran que Kepler-186f podría tener un tamaño parecido al de los tres hermanos rocosos del ciclo interior del Sistema Solar (Venus, Tierra y Marte). Otro tanto a su favor es que orbita una enana roja, es decir, una estrella donde se considera que hay más posibilidades de encontrar exoplanetas con las condiciones perfectas para la vida. Este tipo de estrellas son muy comunes en la Vía Láctea, nuestra galaxia, y cabe la posibilidad de que haya cientos, miles, puede que cientos de miles de mundos parecidos. La distancia y el tipo de órbita que mantiene Kepler-186f le permitiría además estar lo suficientemente lejos del campo de acción de las llamaradas solares.
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