Un equipo de investigadores localiza gigantescas erupciones de vapor de agua en Europa, cuyos océanos podrían tener las condiciones para que surgiera la vida
Como una gigantesca ballena blanca espacial, por allí resopla Europa. La helada luna de Júpiter cuenta con géiseres que disparan penachos de vapor de agua hacia el exterior de su superficie a través de grietas en sus pálidas placas de hielo. Estas erupciones de vapor son un fenómeno que se ha podido observar en tres ocasiones y que podría alcanzar hasta 200 kilómetros, según publica la revista Science.
“Son básicamente como los géiseres, pero sólo vemos el vapor de agua, ni agua líquida ni granitos de hielo. El agua no puede existir en Europa por encima de la superficie, ya que la temperatura ronda los -150 grados Celsius”, explica a Materia el investigador Lorenz Roth, “pero los granitos de hielo también podrían estar en estas erupciones, aunque no podamos verlos”. Roth, del Southern Research Institute de Texas (EEUU), firma este estudio que se centra en tres observaciones tomadas por el telescopio espacial Hubble: una de 1999 y dos recientes, de noviembre y diciembre de 2012.
Estas tres erupciones de vapor de agua duraron unas siete horas y en todos los casos estallaban en el polo sur de Europa, una de las lunas de Júpiter y uno de los mundos cercanos a la Tierra que mejores condiciones tendrían para contar con vida, junto con Marte, Titán y Encélado, lunas de Saturno estas dos últimas. Precisamente, en Encélado se ha detectado este mismo fenómeno de géiseres que se cuelan entre las grietas heladas de la superficie, expulsando vapor de agua y restos de hielo desde sus océanos interiores.
Diversas observaciones de Europa han convencido a los científicos de que debajo de su agrietada superficie esconde grandes océanos de agua salada que podrían calentarse debido a la actividad volcánica subterránea. Este satélite de Júpiter, descubierto por Galileo Galilei hace cuatro siglos, tiene un tamaño muy similar al de nuestra Luna.
“Utilizamos observaciones ultravioletas para ver unas líneas espectrales procedentes del hidrógeno y el oxígeno. El brillo relativo nos indica que se trata de agua, H2O. Y el hecho de que la señal se localice cerca del polo sur requiere que allí haya una fuente local de agua que serían las erupciones de las que hablamos”, explica Roth, que firma el trabajo junto al astrónomo alemán Joachim Saur, de la Universidad de Colonia. Contando con la gravedad que ejerce la masa de Europa, el vapor debería expulsarse a una velocidad de 700 metros por segundo —más de 2.500 kilómetros por hora— para que los penachos de vapor alcanzaran los 200 kilómetros de altura.
“El mecanismo y la composición es similar a lo que ocurre en Encélado. Sus erupciones también están formadas por vapor de agua que surge entre las grietas de la superficie helada. Esas columnas además contienen restos de hielo”, explica Roth sobre la similitud con la luna de Saturno. Sin embargo, también hay similitudes con las erupciones de Io, otro de los satélites de Júpiter: “La altitud y la forma es más similar a las de Io, porque Io y Europa son similares en tamaño y masa y tienen por lo tanto la gravedad similar”.
Vida en Europa
Uno de los primeros investigadores en detectar que en Europa hay interacción entre los océanos subterráneos y la superficie exterior fue Mike Brown, del Instituto de Tecnología de California (CalTech), que siguió el rastro de salinidad que dejarían esos mares al filtrarse al exterior. Consultado por esta redacción, Brown considera que “estas nuevas observaciones son muy emocionantes”. “El entorno de Júpiter es un lugar muy activo y cambiante, lo que me obliga a ser siempre un poco cauteloso acerca de cómo interpretar algo novedoso frente a observaciones anteriores”, defiende, “pero creo que su interpretación es buena”.
No obstante, Brown reconoce que le gustaría ver este fenómeno repetirse “un par de veces más antes de decir que la interpretación es sólida como una roca”. Los propios autores de este descubrimiento también son cautelosos, como expresa Lorenz Roth: “Para poder sacar conclusiones sobre las consecuencias de este hallazgo, deberíamos confirmar estas erupciones con observaciones adicionales. Ahora que sabemos dónde y cuándo se producen, podemos buscarlas sistemáticamente, e incluso ver cómo se refleja en ellas la luz solar, lo que proporcionaría una bonita imagen”.
Europa se ha convertido recientemente en objeto de interés creciente por el mundo científico, que considera que sus condiciones son bastante compatibles con la posibilidad de que surgiera vida. Sus corrientes oceánicas (que fuerzan esas grietas en el hielo exterior), la interacción del agua con los materiales del exterior y una temperatura no tan gélida son buenas condiciones. “El hielo de la superficie nos proporciona una ventana a ese océano potencialmente habitable que tiende debajo; si quieres saber lo que hay en el océano, sólo tienes que ir a la superficie y raspar un poco”, asegura Brown, animando a que se envíen nuevas misiones a estudiar ese planeta.
Todo lo que sabemos de Europa nos lo proporcionaron la sonda Galileo, el programa Voyager y el telescopio Hubble. Pero ahora muchos científicos hacen lobby para conseguir que este satélite reciba una atención más personalizada. La NASA tiene encima de la mesa la misión Europa Clipper, aunque de momento tan sólo es un proyecto. Y la Agencia Espacial Europea tiene lista la misión JUICE para explorar las lunas de Júpiter, que aunque sobrevolará dos veces Europa no se centrará en este satélite.
Desde otra perspectiva más modesta, en la Tierra también se está investigando la vida en Europa. Varios grupos de investigadores tratan de encontrar en lagos subglaciales, enterrados bajo el hielo de la Antártida, rastros de vida. Estos lagos, como el Vostok o el Whillans, tendrían unas condiciones muy similares a las que se darían en los océanos de Europa si fueran capaces de dar un empujoncito a la aparición de seres extraterrestres.
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