Últimamente, la posibilidad de que un asteroide pueda golpear la tierra, se ha convertido en un tema cada vez más frecuente en los medios de comunicación.
En abril se produjo en Italia una conferencia centrada en el tema, a la que acudieron expertos de todo el mundo, y este pasado 30 de junio se celebró el primer “Día de los Asteroides”, con el objetivo de concienciar a la opinión pública sobre este peligro potencial.
Cada vez más personas en el mundo científico hablan sobre ello y abogan por una preparación ante tal eventualidad.
¿Qué se esconde tras esta creciente “obsesión”?
¿Hay un peligro real? ¿Algo que desconocemos? ¿Hay intereses ocultos relativos al desvío de presupuestos y a la asignación de dinero para “luchar contra las amenazas del espacio”?
Sea como sea, parece que se seguirá hablando del tema en los próximos tiempos.
Sin ir más lejos, esta pasada primavera, se produjo en Frascati, Italia, una reunión de científicos y astrónomos titulada Conferencia de Defensa Planetaria, donde se estudiaron las posibles maniobras de actuación ante un asteroide que amenazara la tierra.
Para ello se trabajó en la hipótesis de que una gigantesca roca espacial de unos 400 metros de diámetro se dirigía hacia la Tierra, un asteroide de tal tamaño que pudiera destruir una zona del tamaño de Irlanda.
Fue una especie de juego de simulación, en el que participaron astrónomos, matemáticos, ingenieros nucleares y físicos.
La simulación preveyó hasta el último detalle con la intención de cómo el mundo respondería ante un asteroide y como podríamos actuar para que la situación no nos cogiera desprevenidos.
Al comienzo del juego de simulación, a los participantes se les comunicó que un supuesto asteroide, de entre 140 y 400 metros de diámetro, se había detectado acercándose a la tierra, donde se estrellaría el 3 de septiembre de 2022.
Los participantes se dividieron en tres grupos, unos ejercieron de responsables políticos nacionales e internacionales, otros de medios de comunicación y otros de científicos durante cinco días, “jugando” a predecir lo que los humanos podrían hacer ante un evento de este tipo.
En el primer año tras el descubrimiento del asteroide (días uno y dos de la simulación), los participantes escucharon que los científicos habían estimado un largo “corredor de riesgo” que se extendía desde el Asia sudoriental hasta Turquía.
A medida que el asteroide se movió a través de su órbita, los expertos refinaron sus predicciones, calcularon su tamaño y su probable punto de impacto y aconsejaron a los responsables políticos sobre las diferentes opciones para afrontar la situación.
Para agosto de 2019 (cuarto día de la simulación), los participantes aprendieron que los políticos mundiales habían acordado disparar seis impactores cinéticos (un método del que hablaremos más adelante), y alcanzaron su objetivo seis meses después.
Sin embargo, una nube de escombros luego impidió a los participantes saber exactamente si el proyecto había funcionado, hasta que en enero de 2021 (día cinco de la simulación), se anunció que dos de los seis impactadores cinéticos se habían perdido, que uno había golpeado y fracturado el asteroide, y que otro había provocado que un trozo de asteroide de mantuviera en camino hacia la Tierra, pero oculto a la vista por la luz solar. Otros dos habían impactado los restos fragmentados del asteroide, desviando el fragmento de mayor tamaño.
Al año siguiente (más tarde durante el día cinco de la simulación), los participantes se enteraron de que el fragmento roto seguía precipitándose hacia la Tierra y seguía siendo un peligro significativo.
El fragmento caería en algún lugar de la India, Bangladesh o Myanmar. Y aproximadamente un “mes” antes de su impacto, los científicos fueron capaces de determinar el tamaño del objeto (aproximadamente 80 metros de diámetro), así como el tiempo probable (9 am) y la ubicación precisa (Dhaka, Bangladesh, con una población de 15 millones de habitantes).
Predijeron que la explosión liberaría 18 megatones de energía: similar a la explosión de 1908 en Tunguska, que arrasó miles de millas de bosque siberiano.
Así pues, el ejercicio de simulación terminó en un drama, con una gran roca en llamas golpeando una inmensa y empobrecida ciudad asiática.
Dicha simulación llevó a una serie de conclusiones. Una de las más llamativas es la que dio el astronauta Russell “Rusty” Schweickart, que afirmó: “Me temo que no hay suficiente instinto de supervivencia colectiva como para superar las diferencias políticas. Esa es, en pocas palabras, la razón por la que acabaremos recibiendo el impacto de uno de estos objetos espaciales”
Como podemos intuir, el objetivo real de estas jornadas y especialmente de esta simulación, fue llamar la atención sobre el peligro de los asteroides y sobre la necesidad de una unión de todas las naciones para afrontar este posible problema común.
Parece más una maniobra de propaganda para que se hable de ello en los medios, que una preocupación real y profunda.
Y la pregunta que deberíamos hacernos es ¿por qué ahora?
Al fin y al cabo, la amenaza de los asteroides lleva mucho tiempo siendo una realidad.
David Morrison fue uno de los primeros investigadores que sugirieron la posibilidad de que los humanos se defendieran de la caída de un asteroide, en un libro de 1989 titulado Cosmic Catastrophes y que co-escribió con el astrónomo Clark Chapman.
Desde entonces, el campo de la lucha contra los asteroides ha crecido hasta incluir a agencias espaciales nacionales, al Congreso de Estados Unidos, las Naciones Unidas y laboratorios repletos de especialistas. Gracias a sus esfuerzos, más de 150.000 asteroides se han registrado en el Minor Planet Center del Smithsonian. Sin embargo, se estima que hay entre decenas y cientos de miles más que no podemos detectar, muchos de ellos ocultos por el sol.
Y el 24 de diciembre de 2004, Chapman y Morrison captaron la atención de todo el mundo cuando realizaon un cálculo alarmante: una roca espacial de 270 metros se dirigía hacia la tierra, con una posibilidad entre 25 de estrellarse contra la Tierra en 2036. La roca fue llamada ominosamente “Apofis”, un dios egipcio de las tinieblas.
Posteriores cálculos, sin embargo, han reducido las posibilidades de colisión con la tierra a niveles de 1 posibilidad entre 45.000, o menos incluso.
Pero ha habido casos curiosos que han pasado más o menos desapercibidos.
Por ejemplo, en 2008, un astrónomo de origen canadiense llamado Paul Chodas, que gestiona la oficina de objetos cercanos a la tierra de la NASA, detectó un minúsculo objeto que se aceleraba hacia la Tierra.
Chodas introdujo las coordenadas en su computadora y pronto fue capaz de predecir un tiempo de impacto y la ubicación del impacto, que se produciría en tan sólo 20 horas, en Oriente Medio.
La NASA llamó a la Casa Blanca y la informó de la posibilidad de ese impacto en una zona tan problemática como Oriente medio. De hecho, existía la posibilidad de que el meterorito se encaminara nada más y nada menos que hacia La Meca.
Pero pronto el equipo de científicos repasó los datos y obtuvieron un punto de impacto preciso, cerca de una población de 10 personas, en el desierto de Sudán.
Científicos del Jet Propulsion Laboratory fueron capaces de dirigir a un equipo de estudiantes universitarios de Jartum al lugar y se sorprendieron al restos del impacto justo donde sus ecuaciones los habían llevado a mirar.
Sin embargo, las incertidumbres siguen siendo alarmantes.
Nadie fue capaz de detectar la roca espacial del tamaño de un autobús que explotó en el cielo cerca de la ciudad de Chelyabinsk, en Siberia, con una fuerza similar a la de una bomba nuclear.
Y eso nos lleva a preguntarnos: ¿qué opciones reales hay de afrontar el peligro de un asteroide acercándose a la tierra, aunque sea de pequeño tamaño?
Si bien todo esto puede sonar a ciencia ficción, los investigadores ya están diseñando herramientas para desviar asteroides y están esbozando como serían las misiones con cohetes enviados a las grandes rocas espaciales.
Un par de telescopios están programados para entrar en funcionamiento a finales de 2015, con el fin de alertar a la humanidad en el último momento ante la posibilidad de que un asteroide se acerque a la tierra. Grandes telescopios ya se están escaneando el cielo para darnos tiempos de aviso más largos.
Como decíamos anteriormente, los científicos declararon este pasado 30 de junio como el primer “Día de los Asteroides” del mundo, con la esperanza de elevar aún más la conciencia pública sobre la amenaza, que consideran algo real.
Después de décadas de escepticismo, “hay una verdadera planificación en marcha y realmente estamos haciendo progresos”, afirma John Tonry, de la Universidad de Hawaii y jefe de los telescopios de alerta final. “La gente está empezando a darse cuenta de que no es una idea estúpida que un asteroide pueda causar grandes daños”
Como recordatorio de la amenaza, solo tenemos que pensar en la roca espacial que explotó sobre Chelyabinsk, Rusia, en 2013, destrozando miles de ventanas y causando heridas a algunos de los habitantes de la región. Y todo ello a pesar de que el asteroide de Chelyabinsk, medía tan solo 20 metros de diámetro, un tamaño risible.
Se sabe que más de 600.000 asteroides se mueven cerca de la Tierra, y que tienen un tamaño de 45 metros o más, algunos lo suficientemente grandes como para destruir la ciudad de Nueva York en impacto directo.
Ante este peligro, largamente ignorado, los científicos están tratando de asegurarse de que tal posibilidad no nos pille por sorpresa. Observatorios en Hawai y Arizona, entre otros, rastrean el cielo buscando grandes asteroides que entren en una trayectoria peligrosa.
Los telescopios dirigidos por Tonry, por ejemplo, darán la advertencia, con una semana de antelación, si una roca del tamaño de una piscina entra en trayectoria de colisión con la tierra y será capaz de detectar asteroides mucho antes de su paso cerca de la Tierra.
Ante la posibilidad de que un asteroide se acerque a la tierra, los investigadores están trabajando en la técnica del “rayo de la muerte”, como fue bautizada en Twitter. Todavía está en la fase de las primeras pruebas, pero este rayo enviaría una nave espacial a la roca, que apuntaría un láser de gran alcance sobre la superficie de un asteroide. El objetivo es que el chorro de escombros vaporizado resultante de calentar la roca en un punto determinado, impulsaría la roca fuera de su ruta original.
“No podemos llevar carburante al asteroide para impulsarlo. Utilizamos al propio asteroide como combustible”, dice Philip Lubin, físico de la Universidad de California.
Otra técnica que se puede aplicar para desviar un asteroide peligroso es un vehículo de Intercepción de Asteroides de hipervelocidad, que llevaría consigo una carga nuclear para destruir el asteroide, dividiéndolo en trozos inofensivos.
Los investigadores han calculado que, en teoría, un cohete ahora disponible en el mercado podría transportar la nave espacial propuesta hasta un asteroide, cuando aún estuviera a una buena distancia de la Tierra, tras pocas horas tras su detección.
Empujar al asteroide fuera de su trayectoria sería otra opción, menos espectacular, pero posiblemente igual de eficaz, al menos si se recibiera la advertencia con el tiempo suficiente.
Es el conocido como método del “impactador cinético”, consistente en una nave espacial con una gran masa, golpeando en la superficie del asteroide a más de 20.000 kilómetros por hora, empujando la roca hacia una nueva trayectoria a través del sistema solar.
Una nave espacial demasiado pequeña o demasiado lenta podría empeorar la situación, por lo que los investigadores han estado trabajando en predecir cómo una colisión afecta a rocas de diferentes formas y composiciones.
Por ejemplo, han aprendido que en comparación con un asteroide sólido, una roca menos sólida exigirá un impacto aún más duro procedente de una nave espacial más grande o de varias más pequeñas. También han aprendido que golpear un asteroide más bien pequeño con demasiada fuerza, podría romperlo en pedazos, creando un campo de escombros que podrían ser más peligrosos que el cuerpo original.
Sin embargo, la NASA espera demostrar que este método es el más adecuado durante una misión prevista para el año 2020, cuando se lanzaría una nave espacial robótica hacia un pequeño asteroide. La nave y su carga permanecerán en la órbita del asteroide durante 100 días, arrastrando la pequeña roca hacia una órbita alrededor de la luna con el objetivo de dejarla allí para realizar futuros experimentos con ella.
“Hemos hecho un progreso definitivo…y se han reducido las posibilidades de lo que sucedería en cada caso”, dice el científico planetario de la Universidad de Washington, Keith Holsapple. La investigación reciente “nos da una idea mucho mejor de lo que podemos hacer, cuáles son nuestros límites”
Los análisis recientes nos ha dado “un poco de ventaja”, coincide Mark Boslough, de Sandia National Laboratories de Nuevo México. “Si tuviéramos que hacerlo a partir de cero, tomaría más tiempo”
Afortunadamente este tipo de rocas, aunque son numerosas, no impactan con la tierra demasiado a menudo.
Un objeto capaz de destruir una ciudad golpea la Tierra, en promedio, sólo una vez cada 500 años aproximadamente.
La mayoría de estos visitantes del espacio exterior caen en el mar o sobre tierras deshabitadas. Pero teniendo en cuenta el daño que pueden causar, los investigadores creen que vale la pena prepararse.
“Este es probablemente el mayor desastre natural que podemos afrontar y que es potencialmente prevenible mediante nuestras acciones”, afirma Paul Miller, del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore en California. “Si tuviéramos la mala suerte de que se acercara un objeto muy grande, es un asunto muy serio, y tenemos que estar bien preparados para ello”.
En 1998 ya recibimos una primera andanada de propaganda masiva al respecto, con el estreno simultáneo de 2 grandes producciones de Hollywood que probablemente dejaron una marca en el imaginario común: Deep Impact y Armageddon.
Ambas películas bebieron probablemente del interés suscitado 4 años antes por el impacto del cometa Cometa Shoemaker-Levy 9 sobre Júpiter y aprovecharon el tirón mediático de ese fenómeno para atraer a la audiencia.
Ambas películas nos permitieron visualizar la posibilidad como algo real y tangible, un asunto que el mundo, sin distinción de fronteras ni razas debía temer.
Y ahora, 17 años después, cuando el peligro está plenamente asumido y visualizado por todos, parece que nos acercamos a una nueva andanada de propaganda.
El peligro es real y eso no lo va a negar nadie.
Y es necesario afrontarlo, eso tampoco lo va a negar nadie.
Pero también es cierto que detrás de este renovado interés, se esconden intereses ocultos.
LA GRAN MANIOBRA
Estamos inmersos en una creciente marea de propaganda unificadora a nivel planetario: el Papa Franciso y la ONU nos hablan de la necesidad de una Autoridad Mundial para afrontar el cambio climático; las autoridades en su conjunto nos hablan de unificaciones políticas y de tratados comerciales masivos para unificar el planeta bajo un mismo marco económico y regulatorio, a través de tratados como el TPP, el TTIP o TISA; y ahora, los científicos aparecen de nuevo con el peligro de los asteroides, como si fuera ahora un tema más urgente que hace 25 o 50 años.
Todo ello tiene un mismo leit-motiv: la necesidad de entidades supranacionales que unan a todo el planeta bajo un mismo poder.
Y para reforzar la idea, nada mejor que una amenaza común para todo el planeta en su conjunto.
No descartemos que en pocos años, vivamos una primera maniobra propagandística al respecto: un asteroide peligroso, de pequeño tamaño pero suficiente capacidad destructiva, que se acerque a la tierra y que exija de una actuación común.
Sería como el guión de una película: primero se detectaría el peligro y se publicaría en los medios de comunicación.
Poco a poco se revelarían detalles: su tamaño, su posible trayectoria y su posible punto de impacto, así como los posibles daños que podría causar allí donde cayera (con uno capaz de destruir una ciudad o un poco menos incluso, habría suficiente).
Entonces se iniciaría una dramática cuenta atrás que tendría al mundo en vilo, como en una gran película de Hollywood planetaria: una tensión que trascendería fronteras y culturas.
Se producirían reuniones políticas al más alto nivel, proclamas llamando a la solidaridad común y a la unión de todos ante el peligro, así como la necesidad de una organización supranacional que superara los intereses egoístas de las naciones y coordinara todos los trabajos de preparación ante el desastre.
Se iniciarían los preparativos para desviar la roca, con gran profusión de explicaciones técnicas y un claro protagonismo del mundo científico y militar, ahora al servicio del bien común y probablemente, con la colaboración “desinteresada” de algunas multinacionales, entidades financieras y multimillonarios, que ayudarían a financiar en gran manera la misión (seguro que el Papa Francisco y la ONU les pedirían públicamente que arrimaran el ombro).
Se especificaría el punto de impacto final del objeto y se calcularían las posibles y devastadoras consecuencias y con ello se iniciarían las consiguientes evacuaciones y las medidas de solidaridad con los afectados, superando cualquier diferencia cultural.
Y finalmente, el ser humano triunfaría, consiguiendo destruir la amenaza, enmedio de un gran espectáculo de “fuegos artificiales”, formado por los minúsculos fragmentos de roca que llegarían a la tierra, consumiéndose en su entrada en la atmósfera.
Una gran representación que se convertiría en un punto de inflexión para la especie humana, un antes y un después, a partir del cual todos tomaríamos consciencia plena de “que somos la misma especie”,“que nuestras diferencias son irrelevantes” y sobretodo, “que necesitamos de una autoridad común” que nos coordine a todos, bajo el paraguas de la ciencia y de la técnica, superando nuestras diferencias políticas. Y todo ello aderezado con el nuevo papel de las multinacionales, las entidades financieras y los grandes magnates, ahora convertidos en contribuyentes por el bien común en “este pequeño planeta que todos compartimos”.
¿No sería una magnífica carta de presentación para el establecimiento de un Nuevo Orden Mundial?
¿Quién podría decir que tras ello se escondiera una maniobra premeditada, sin ser calificado de loco conspiranoico, o incluso de insensible y mala persona?
Quien sabe, a lo mejor ya se está fraguando esta magnífica maniobra propagandística y ahora, con esta creciente y renovada preocupación por los asteroides, estamos asistiendo a los primeros ensayos o preparativos de una gran obra de teatro…
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