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¿Vivimos en un sistema solar binario? Nuevo estudio y viejas teorías
Un nuevo estudio sugiere
que los desajustes en la alineación entre las órbitas planetarias y el ecuador
solar se deben a la acción de una estrella compañera.
La Tierra orbita en un plano que se inclina 7 grados
con respecto al ecuador del Sol. Otros planetas tienen rangos más
acentuados. Según el astrónomo Konstantin Batygin, del Centro
Harvard-Smithsonian de Massachusetts, la falta de alineación es el resultado
natural de un tirón gravitatorio causado por una segunda estrella.
Teniendo en cuenta que, según parece, la mayoría de los sistemas
estelares son binarios, la idea es más que probable. Las nubes
de donde se forman las estrellas suelen ser más alargadas que esféricas,
facilitando así que el material se condense en dos focos y no en uno, dando
lugar a estrellas compañeras.
Puesto que a día de hoy el estado oficial de nuestro
Sol es no conocer pareja, Batygin supone que en algún momento de un pasado muy,
pero que muy lejano, antes de que los planetas nacieran de un supuesto disco
protoplanetario, la susodicha marchó libre.
Creo que en algún lugar de la Vía Láctea hay una
estrella que es la responsable de habernos inclinado. (Fuente: ScienceMag)
La hipótesis de que vivimos en un sistema binario es
algo barajado por los astrónomos desde los años 80, cuando se propuso que más
allá de Plutón existe una enana marrón a la que se llamó Némesis, un objeto que sólo emitiría luz
infrarroja y que cada cierto tiempo alteraría la nube de Oort, de donde se cree
que proceden los cometas de largo recorrido, provocando una lluvia superior a
la habitual. Los partidarios de esta hipótesis, como Richard
Muller, de la Universidad de Berkeley, creen que esto explica las
extinciones masivas periódicas que se dan en la Tierra.
En 1983, The Washington Post llegó a hablar del descubrimiento de un objeto gigante más
allá de Plutón, pero ahí se quedó la cosa. Especulaciones similares se han
sucedido cada cierto tiempo, desde las más entretenidas, donde se mezclan hallazgos de la NASA, mitos
ancestrales como Nibiru y científicos muertos, hasta las más
“oficiales”, como la espectación surgida el año pasadoante
los nuevos datos que podría aportar el radiotelescopio WISE, y que aún no se
han confirmado.
Todo ello pasando por el descubrimiento en 2003, esta
vez real, de Sedna, un objeto transneptuniano que da mucho juego, pues de las
tres hipótesis sugeridas para explicar las anomalías que presenta en su
recorrido, una es que su órbita está condicionada por otra estrella que no es
la que conocemos:
En su artículo inicial, los descubridores sugirieron
tres posibles candidatos para el cuerpo perturbador: un planeta oculto más allá
del cinturón de Kuiper, una estrella en tránsito o una de las estrellas jóvenes
integradas con el Sol en el cúmulo estelar en el que se
formó. Concretamente respaldaron esta última hipótesis, aduciendo que
el afelio de Sedna de aproximadamente 1 000 ua, que está relativamente
cerca en comparación con el de los cometas de período largo, no está lo
suficientemente lejos como para verse afectado por estrellas en tránsito en sus
actuales distancias al Sol. Propusieron que la órbita de Sedna se explica mejor
si el Sol se hubiera formado en un cúmulo abierto de estrellas que se disoció
gradualmente con el tiempo. Otros astrónomos avanzaron posteriormente en
esta hipótesis. Simulaciones por computadora muestran que múltiples
tránsitos entre las estrellas jóvenes de dichos cúmulos abiertos podrían
provocar en muchos objetos órbitas semejantes a las de Sedna. Un estudio
sugiere que la explicación más probable de la órbita de Sedna es que fue
perturbada por una estrella que transitaba cerca —a unas 800 ua— en los
primeros 100 millones de años aproximadamente de la existencia del Sistema
Solar.
Varios astrónomos avanzaron en la hipótesis del
planeta transneptuniano de varias maneras. Un escenario involucra
perturbaciones de la órbita de Sedna por un cuerpo hipotético de tamaño
planetario en el interior de la nube de Oort. Simulaciones recientes muestran
que las características orbitales de Sedna podrían explicarse por
perturbaciones de un objeto de la masa de Neptuno a 2 000 ua —o
menos—, una masa de Júpiter a 5 000 ua, o incluso un objeto de
masa terrestre a 1 000 ua. Las simulaciones por computador sugirieron
que la órbita de Sedna pudo ser causada por un cuerpo del tamaño de
la Tierra, expulsado hacia el exterior por Neptuno, a principios de la
formación del Sistema Solar y que hoy en día se encontraría en una órbita
alargada de entre 80 y 170 ua del Sol. Se han realizado varios estudios
del cielo sin detectar objetos del tamaño de la Tierra a una distancia
aproximada de 100 ua. Sin embargo, es posible que dicho objeto haya sido
expulsado fuera del Sistema Solar después de la formación de la nube de Oort
interior.
Algunos astrónomos han sugerido que la órbita de Sedna
es el resultado de la influencia de una gran compañera binaria del
Sol situada a una distancia de miles de unidades astronómicas. Una de esas
estrellas hipotéticas es Nemesis, una compañera oscura del Sol propuesta
como responsable de la supuesta periodicidad de las extinciones
masivas en la Tierra por impactos cometarios, el registro de impactos
lunares y los elementos comunes orbitales de una serie de cometas de período
largo. Sin embargo, no hay hasta la fecha evidencia directa de la
existencia de Némesis y muchas líneas de investigación, por ejemplo el índice
de craterización, han puesto en tela de juicio su existencia. Astrónomos
que apoyan esta hipótesis han sugerido que un objeto de cinco veces la masa de
Júpiter que se extienda aproximadamente a 7 850 ua del Sol, podría
provocar en un objeto una órbita como la de Sedna.
Otras hipótesis sugieren que Sedna no se originó en
nuestro Sistema Solar, sino que fue capturado por el Sol procedente de un
sistema planetario extrasolar en tránsito, específicamente del de
una enana marrón con una masa unas veinte veces menor que
la del Sol.
(Fuente: wikipedia)
De otras y variadas anomalías que pueden ser
explicadas por la existencia de un cuerpo masivo en las regiones exteriores del
Sistema Solar, una es la del denominado “acantilado de Kuiper”, el cinturón de
asteroides que existe más allá de Plutón:
El acantilado de Kuiper es el nombre que le
dan los científicos a la parte más alejada del cinturón de Kuiper. Es una
incógnita que ha dado quebraderos de cabeza durante años.
La densidad de objetos en el cinturón de Kuiper decrece
drásticamente, de ahí su nombre de acantilado.
La explicación más lógica sería la existencia de
un planeta con una masa suficientemente grande como para atraer con
su gravedad a todos los objetos de su órbita. Ese supuesto
planeta recibe el nombre de Planeta X.
Planeta X o enana marrón, algo considerablemente
masivo parece haber, puesto que, si no, los objetos que integran el cinturón de
Kuiper deberían esparcirse cada vez más, en forma de estructura difuminada, no
abrupta. En favor de la enana marrón, esta idea es usada por un grupo
llamado Binary Research Institue que
está empeñado en demostrar la realidad de nuestro sistema binario contra toda
crítica.
Uno de sus miembros, Walter Cruttenden, defiende en su
libro Lost
Star of Myth and Time que el bamboleo de la Tierra a modo de peonza,
la precesión de los equinoccios, no es un fenómeno local como sugiere la teoría
aceptada, según la cual este cambio de dirección se debe a la torsión que
ejercen las fuerzas de marea de la Luna y
el Sol sobre la Tierra, sino que es resultado de girar en torno
a un centro de masas creado por las órbitas cruzadas del Sol y una estrella
compañera.
Entrando en el mundo de los mitos, un vínculo así
explicaría por qué los antiguos le daban tanta
importancia a ese asunto de la precesión y por qué la manía de
asociarla con grandes catástrofes planetarias. Y según esto, mientras que la
hipótesis de Richard Muller sobre Némesis se basa en periodos de 26 millones de
años, la de Cruttenden se reduce a 26000 años.
Sea como sea, las enanas marrones son objetos oscuros
y difíciles de detectar, aunque cada vez se hacen más y mejores avistamientos. Así
que puede que más pronto que tarde suenen campanas y termine por confirmarse la
existencia de la dichosa estrella. O no…
O quizás, como tercera opción, puede que sólo
sospechemos algo cuando el cielo caiga sobre
nuestras cabezas…
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