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lunes, 17 de diciembre de 2012

MORIR COMO LA CHICHARRA: PEGADA AL PALO...

¿y tu, qué harías?
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EL ÚLTIMO QUE APAGUE LA LUZ



Tras un humo intenso, que se podía cortar con un cuchillo, se escondían los rostros preocupados y también ciertamente resignados. Los cigarrillos se amontonaban en el sufrido cenicero, mientras las pipas descansaban entre sus arrugados dedos. Eran hombres de ciencia, pero cualquiera hubiera jurado que parecían monjes ensimismados en sus reflexiones. De hecho, habían permanecido tantos años encerrados entre las paredes de aquel laboratorio, que sus vidas se asemejaban a la de los ascetas. El más anciano se levantó de su silla y habló a sus compañeros:

-No hay duda caballeros, la suerte está echada. Nuestras conclusiones son claras. Dentro de 12 horas el mundo llegará a su fin. Todo lo conocido desaparecerá para siempre, y lo que hemos sido no será más que una sombra de nuestras aspiraciones. Lamentablemente hemos cometido un error. No hemos sido capaces de anticiparnos con el tiempo suficiente para tomar alguna medida paliativa, algo que pudiera sembrar con una mínima esperanza el futuro que nos aguarda. Lamento decir estas palabras y no hay mucho más que añadir, solo espero que dediquen estas últimas horas para hacer un examen de conciencia de sus vidas, y que concedan algo de paz a sus conciencias. No hay tiempo para más.
Todos asintieron, expresando su conformidad y permanecieron en silencio. Sus miradas estaban perdidas en la nada más absoluta, apenas se atrevían a respirar, esperando que aconteciera algo que rompiera aquella incomoda introspección. Alguien carraspeó y dio final al incomodo silencio:

-Tengo algo que decir y no me importa que piensen que he perdido el juicio. Llevamos tanto tiempo en este lugar que hemos perdido nuestra vida entre fórmulas y teorías. A ninguno le queda  familia ni amigos. Todo lo que tenemos es nuestra relación profesional, y maldita la gracia que me hace pasar mis ultimas horas viendo sus arrugados rostros. Sugiero que reunan sus ahorros, que no serán ninguna fortuna desde luego, y que pasemos el tiempo que nos queda en compañía femenina, algo de lo que hemos carecido durante todos estos años y que, en estos momentos, me parecería como un regalo para mis cansados ojos.
-¿Qué está sugiriendo?- Le espetó un compañero- ¿No pensará que pasemos esta noche en un burdel?

-En efecto, o cree usted que unos viejos carcamales como nosotros van a tener la capacidad de conquistar a una sola mujer en tan poco tiempo.

-¡Pero eso es denigrante, tanto para nosotros, como para la mujer que tiene la necesidad de vender su cuerpo!- protestó otro.
-No sea usted tan moralista, ya no le queda tiempo para ello, ni tampoco pretenda insinuar que a doce horas  del final tenemos la posibilidad de arreglar el mundo. Llegamos unos cuantos milenios tarde.

Un murmullo recorrió la sala y, tras unos minutos deliberando, llegaron a una decisión final. Esa noche se atreverían a cruzar el umbral de un local de alterne, de chicas y alcohol. Un pequeño grupo se acercó en torno a quién tuvo semejante idea y su portavoz dijo:
-Verá, no se como decirlo, hemos hablado y tenemos un pequeño problemilla. Nosotros no... , es que no se cómo explicarlo...Lo que ocurre es que estamos desentrenados, no nos vemos con capacidad como para emprender esta aventura. Dudo mucho de que estemos a la altura y no queremos quedar en ridículo. Son muchos años encerrados y...
-¡Jajajajajaja, por todos los santos, no se trata sólo de eso. No tienen que realizar ninguna gesta sexual, ni tan siquiera planteársela. Charlen con ellas, ríanse con ellas, abracenlas, siéntasen vivos por una vez!.

Poco a poco fueron colgando sus blancas batas en sus vetustos armarios, se colocaron sus apolillados trajes y se encamiraron a la salida. En sus rostros se mezclaba la ilusión con el temor propio de un niño. Iban a morir viviendo. Alguien al fondo del pasillo dijo: 
-El último que apague la luz.














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