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sábado, 25 de agosto de 2012

El chamanismo y las fuerzas o espíritus invisibles 1/2


Aqui un articulo como acostumbra hacelos el autor, extensos y referenciados.
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Por   alguna   razón   extraña   que   nadie   ha   podido   explicar,   el   hombre   ha sido   siempre   un   animal   religioso.   Los   escépticos   del   siglo   XVIII   trataron   de explicarlo   de   forma   convincente   diciendo   que   era   una   mera   superstición.   El hombre   temía   a   las   fuerzas   naturales,   así   que   personalizó   los   truenos   y relámpagos como dioses y a ellos elevó sus rezos. Pero esto no explica por qué   nuestros   antepasados   durante   la   glaciación   de   Riss,   hace   más   de 200.000   años,   quisieron   hacer   esferas   perfectamente   redondas,   cuando   no había   ninguna   aplicación   práctica   obvia   para   ellas.
Al   parecer,   la   única explicación posible es que son objetos religiosos, una especie de disco solar. Y el  Homo erectus,   o  quienquiera que las hiciese, sin duda no tenía ninguna necesidad de temer al sol. Asimismo,  ciertas  herramientas  de  pedernal  que  datan de  la  glaciación de Riss muestran una factura compleja que las eleva a la categoría de obras de   arte,   puesto   que   es   indudable   que   van   mucho   más   allá   de   cualquier requisito   práctico.   La glaciación de Riss (250.000-125.000 años) ocupa la última parte del Pleistoceno Medio. Su característica principal es la existencia de períodos fríos muy marcados, con una fauna muy adaptada al frío como son los elefantes, uros, ciervos y rinocerontes de narices tabicadas. El descenso del nivel del mar fue en algunas zonas de centenas de metros. En   Boxgrove,   en   los   Cotswolds,   se   hallaron   herramientas parecidas   que   datan   de   hace   medio   millón   de   años.   Esto   induce   a   pensar que   o   bien   los   fabricantes   de   herramientas   eran   unos   artistas   que   se enorgullecían   de   su   trabajo   y   encontraban   en   él   un   medio   de   «realizarse», como   dice   el   psicólogo   Abraham   Maslow,   o   que   las   herramientas   eran objetos rituales que estaban relacionados con sacrificios religiosos y posíblemente   con   el   canibalismo   ritual.   En   ambos   casos   volvemos   a   tener   indicios claros  de  que  el  hombre  había  evolucionado  hasta  dejar  muy  atrás  la  etapa del mono, incluso cuando su aspecto continuaba siendo muy simiesco.
Colin Henry Wilson (nacido el 26 de junio de 1931 en Leicester), es un escritor del Reino Unido, así como un destacado filósofo. Los principales temas de su obra son la criminalidad y el misticismo. Nacido y educado en Leicester, Reino Unido, dejó los estudios a los 16 años. Cuando tenía 24 años, publicó The Outsider (1956), que examina el papel del proscrito social en varias obras literarias y figuras culturales, donde examina a Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Ernest Hemingway, Hermann Hesse, Fyodor Dostoyevsky, William James, T. E. Lawrence, Vaslav Nijinsky y Vincent Van Gogh, y donde Wilson discute su percepción de la alienación social en su obra. El libro fue un éxito de ventas y ayudó a popularizar el existencialismo en Gran Bretaña. Sin embargo, el elogio de la crítica fue breve. Colin Wilson también ha escrito obras sobre temas metafísicos y ocultistas. En 1971 publicó The Occult: A History, realizando una exégesis de Aleister Crowley, G. I. Gurdjieff, Helena Petrovna Blavatsky, la cábala, la magia primitiva, Franz Anton Mesmer, Gregor Rasputin, Daniel Dunglas Home y Paracelso, entre otros. También escribió una biografía especialmente objetiva de Crowley: Aleister Crowley: The Nature of the Beast, así como biografías de Gurdjieff, C. G. Jung, Wilhem Reich, Rudolf Steiner, y P. D. Ouspensky. Originalmente Colin Wilson se concentró en el desarrollo de lo que llamaba la “Facultad X”, que incrementaba la percepción y proporcionaba habilidades como la telepatía o la percepción energética. En sus obras posteriores sugiere la posibilidad de la existencia de vida tras la muerte y de los espíritus, que personalmente analiza como miembro del “Ghost Club”. En 1996 escribió “From Atlantis to the Sphinx”, que en español se publicó con el título “El Mensaje Oculto De La Esfinge”, en el que me he basado para escribir éste y otros artículos.
 Ahora bien, el impulso religioso se basa en la sensación de que hay un significado   oculto   en   el   mundo.   Los   animales   consideran   el   universo   como algo   muy   natural;   pero   la   inteligencia   lleva   aparejada   una   sensación   de misterio   y   busca   respuestas   donde   la   estupidez   ni   tan   sólo   es   capaz   de percibir interrogantes. Las montañas o los árboles gigantescos se convierten en dioses; los relámpagos y los truenos, también; y lo mismo el sol, la luna y las estrellas. Pero   ¿por   qué   adquirió   el   hombre   esta   sensación   de   misterio,   de significados   ocultos?   la   explicación  de que   dicha sensación se basa en el miedo es insuficiente. Cuando un animal contempla el   maravilloso   espectáculo   de   un   amanecer   o   un   crepúsculo   lo   percibe solamente   como   un   fenómeno   natural.   El   hombre,   en   cambio,   lo   percibe como algo  hermoso;  el  amanecer o  el  crepúsculo  despierta cierta respuesta en   él,   igual   que   el   aroma   de   la   comida   al   prepararla.   Pero   la   respuesta   al aroma   de   la   comida   se   debe   al   hambre   física.   ¿Qué   clase   de   hambre despierta   un   crepúsculo?   Si   pudiéramos   responder   a   esa   pregunta, responderíamos a la pregunta de por qué el hombre es un animal religioso. Pero   al   menos   podemos   empezar.   Cuando   Émile   Cartailhac   vio   los grabados   de   la   cueva   de   Laugerie-Basse   en   Les   Eyzies,   reconoció inmediatamente   que   «hay   aquí   algo   más   que   la   prueba   de   un   maravilloso temperamento   artístico;   aquí   intervienen   motivos   e   intenciones   que desconocemos…».  Descartó  la  idea de  que el  hombre  de Cro-Magnon  pintara porque   tenía   tiempo   libre   y   señaló   que   los   habitantes   de   las   islas   de   los mares del Sur disponen de mucho tiempo libre pero casi nunca pintan en las rocas. En cambio, los bosquimanos que a duras penas subsistían produjeron abundancia de arte rupestre.
El hombre de Cro-Magnon es el nombre con el cual se suele designar al tipo humano correspondiente a ciertos fósiles de Homo sapiens, en especial los asociados a las cuevas de Europa en las que se encontraron pinturas rupestres. Suele castellanizarse y abreviarse como Cromañón, sobre todo para su uso en plural (cromañones). Cro-Magnon es la denominación local de una cueva francesa en la que se hallaron los fósiles a partir de los que se tipificó el grupo. Su datación (40 000 y 10 000 años de antigüedad) se toma como el hito que da comienzo al Paleolítico superior desde el punto de vista antropológico, mientras que el límite moderno no lo marca la aparición de ninguna modificación física, sino ambiental y cultural: el fin de la última glaciación y el comienzo del actual período interglaciar (periodo geológico Holoceno), con los periodos culturales denominados Mesolítico y el Neolítico. El uso del concepto “hombre de Cro-magnon” como alternativo a otras denominaciones está abandonado por los prehistoriadores y paleontólogos en la actualidad, aunque puede encontrarse su uso en las publicaciones, normalmente como sinónimo de Homo sapiens en el paleolítico, sin más precisiones. Los primeros hombres modernos europeos se agrupaban hasta hace poco en dos variedades: la raza de Cro-Magnon, más robusta, y la variedad de Combe Capel, Brno o Predmost, más grácil. En realidad, esta dicotomía pretendía justificar el binomio cultural Auriñaciense-Perigordiense y hoy en día se ha abandonado, estando sólo generalizado el uso del término cromañones para los hombres modernos paleolíticos. Variedades más tardías (hombre de Grimaldi o de Chancelade) tampoco parecen tener diferencias somáticas que justifiquen una completa diferenciación poblacional de tipo racial. No obstante, durante mucho tiempo se popularizó la errónea identificación de esos tres tipos humanos con las tres divisiones raciales o razas humanas de la antropología clásica: Cro-Magnon con la raza blanca o caucasoide, Grimaldi con la raza negra onegroide y Chancelade con los esquimales o raza amarilla o mongoloide.
Fueron   los   aborígenes   australianos   y   los   indios   de   América   quienes finalmente   proporcionaron   la   respuesta:   los   dibujos   tenían   finalidades mágicas.   Su   objetivo   era   crear   una   relación   entre   el   cazador   y   su   presa.   El antropólogo Ivar Lissner lo explica en  Man, God and Magic:  «Se hechiza a un animal por medio de su efigie, y el alma del animal vivo corre la misma suerte que   el   alma   de   su   segundo   ser…   Un   cazador   también   puede   representar   la muerte   de   su   presa   de   manera   ceremonial   matándola   en   efigie,   utilizando ciertos rituales muy antiguos…». Así   que   tenemos   una   prueba   más   de   que   el   hombre   antiguo   era   un animal   supersticioso.   Pero   ¿cómo   es   posible   que   fuera   un   animal   tan estúpido que no cayese en la cuenta de que su magia no daba resultados y que   cuando   el   chamán   de   la   tribu   celebraba   alguna   ceremonia   complicada para atraer a los bisontes o los renos al lugar donde los cazadores les habían tendido   una   emboscada,   los   animales   sencillamente   no   hacían   acto   de presencia? Dicho de otro modo, si la magia era ineficaz, ¿por qué el hombre no la abandonó al cabo de unas cuantas generaciones? Los   escépticos   contestarán   que   probablemente   rezar   no   sirve   para nada   y,  pese   a   ello,   las   personas   siguen   rezando.   Pero   se   trata   de   un   caso totalmente   distinto.   Las   plegarias   parecen   encontrar   respuesta   con   la frecuencia suficiente para dar pábulo a más plegarias; los escépticos afirman que son coincidencias o ilusiones vanas, y no hay ninguna manera obvia de decidir   quién   tiene   razón.   Pero   un   chamán   tribal, como   los   que   aparecen pintados   en   tantas   cuevas   de   Dordoña,   celebra   un  largo   y  complicado  ritual  la   noche   antes   de   la   cacería   y   su   objetivo   es   atraer   animales   a   un   lugar determinado.   Si   una   y   otra   vez   no   daba   resultado,   los   cazadores   pronto   se percatarían de que era una pérdida de tiempo. De   hecho,   hay   indicios   interesantes   de   que,   por   alguna   razón   extraña, sí parece dar resultados. Llama   la   atención   que   chamanes   de   todo   el   mundo,   de   culturas   sin ninguna relación entre sí, tengan las mismas creencias básicas y los mismos métodos básicos.
Según Juan Ruiz Naupari, en su obra “Chamanimo esencial”: “El chamanismo antiguamente fue practicado por una élite sacerdotal y lo que conocemos como chamanismo, sobre todo en Perú, después de quinientos años, no es el chamanismo auténtico, porque este chamanismo está desprovisto de lo que es el trabajo de autodescubrimiento. Podríamos decir que el chamanismo que se practica ahora es como la medicina oficial, donde el paciente va al médico para que le solucione el problema y el doctor intenta solucionarle su afección a través de unas sustancias químicas sin llegar a la esencia de la enfermedad”. Y, en opinión de Michael Harner, en su obra“¿Qué es un chamán?”: “El chamanismo es un modo disciplinado de obtener ayuda y conocimientos, basado en la premisa de que no tenemos necesidad de limitarnos a operar en una realidad, una dimensión, cuando necesitamos ayuda. Existe otra realidad que nos puede prestar ayuda en la vida, una realidad llena de belleza y armonía, dispuesta a ofrecernos el mismo tipo de sabiduría sobre el que leemos en los escritos de los grandes místicos y profetas. Lo único que debemos hacer es mantener la mente libre de prejuicios y realizar el esfuerzo para seguir la senda del chamán”. El chamanismo se basa en la premisa de que el mundo visible está dominado por fuerzas o espíritus invisibles que afectan las vidas de los vivientes. A diferencia de las religiones organizadas como el animismo o el animatismo que están lideradas por párrocos y que todos los miembros de una sociedad practican, el chamanismo requiere conocimientos individualizados y capacidades especiales. Los chamanes actúan fuera de religiones asentadas, y, tradicionalmente, actúan solos. Los chamanes pueden juntarse en asociaciones, como han hecho los practicantes tántricos indios.
Hay muchas variantes de chamanismo en el mundo, con creencias compartidas por todas las formas de chamanismo. Los espíritus existen y juegan un importante papel tanto en las vidas individuales como en la sociedad humana.  El chamán puede comunicarse con el mundo de los espíritus y distingue los espíritus buenos o malos. El chamán puede tratar enfermedades causadas por espíritus malignos y puede emplear técnicas para inducir trance para incitar éxtasis visionario. El espíritu del chamán puede dejar el cuerpo para entrar en el mundo sobrenatural para buscar respuestas y evoca imágenes de animales como guías de espíritus, presagios, y portadores de mensajes. Chamán se refería originalmente a los curanderos tradicionales de las áreas túrquicas-mongolas como el Norte de Asia (Siberia) y Mongolia; šamán es la palabra túrquica-tungú para practicante y significa “el/la que sabe“. Otros académicos afirman que la palabra viene directamente del idioma manchú. Según el profesor de la Universidad de Yale, E.Washburn Hopkins, “En su forma original parece ser una corrupción del sánscrito «shramana», que indica a un discípulo de Buda y entre los mongoles se convirtió en sinónimo de mago.  En el uso contemporáneo, chamán se ha convertido en intercambiable con el término peyorativodoctor brujo. Esto es antropológicamente inexacto y ha levantado objeciones entre los académicos y los curanderos tradicionales que afirman que la palabra viene de un lugar, de una gente, y de un conjunto de prácticas específicas. Entre los indios americanos se conoce como curanderos o chamanes. A los chamanes en las culturas africanas se les conoce como “hechiceros”. El fenómeno del chamanismo se centra sobre la figura del chamán, que es una persona a la cual se cree dotada especialmente para tratar a través del mundo del espíritu. En cuanto a la medicina misma los poderes del chaman incluyen el poder curar a los enfermos. La palabra se deriva del idioma Ural-Altaico, que se habla en todo Asia Central y del Norte.
Se supone que el chamanismo también cruzó el Estrecho de Bering en los tiempos prehistóricos y se encuentra hoy entre los esquimales, aleutianos, tribus indias americanas en todo Norte y América del Sur y en África. Similares sistemas existen en la Península de Malasia, en Indonesia, y entre los aborígenes australianos y en tiempos recientes, en grupos remotos tribales en India y Corea.  El hecho que la distribución del chamanismo se sitúe alrededor del océano Pacífico parece implicar un origen común. El chamanismo es la tradición más antigua del planeta y está en el subconsciente de todas las personas. Antes de nacer la religión ya existía el chamanismo, que es la conexión directa con el conocimiento cósmico, el conocimiento de las leyes que rigen el mundo. El chamán es una persona que alcanza esta conexión con el conocimiento. Porque existen leyes sociales, que son pasajeras y mutables, y existen las leyes cósmicas, que rigen nuestra vida de verdad. Cuando una persona está de acuerdo con las leyes cósmicas sabe lo que es la vida y cómo vivir. En el pasado un chamán era una persona que nacía con un estado un poco especial dentro de su pueblo y tenía más capacidad de soñar y de entrar en trance. Entonces era enseñado por la persona que anteriormente tenía esta habilidad; siempre fue una transmisión oral. Las personas piensan que el chamanismo es de América, pero su origen es siberiano. La palabra ‘chamán’ es originaria de la lengua siberiana, y quiere decir ‘aquél que sabe’. El chamanismo siberiano quedó oculto por 80 años de comunismo, durante el cual tradiciones espirituales fueron perseguidas y mucha gente fue asesinada. Ahora la tradición está resurgiendo.

En   el   volumen   Primitive   Mythology   de   su   obra   Las   máscaras   de   Dios,  publicada   en   1959,   Joseph   Campbell, refiriéndose   a   la   tribu   ona   de   Tierra   del   Fuego   y   a   los   indios   nagajnek   de Alaska,   comenta:   «Sacados…   de   las   dos   comunidades   cazadoras   más primitivas   de   la   Tierra,   en   polos   opuestos   del   mundo,   sin   comunicación, ciertamente   durante   milenios,   con   ningún   punto   común   de   origen tradicional… los dos grupos tienen, no obstante, el mismo concepto del papel y el carácter del chamán…». Cita   un   ejemplo   de   magia   chamánica   que   observó   el   antropólogo   E. Lucas   Bridges   y   que   al   principio   decepciona   porque   parece   un   truco   de prestidigitación. Bajo la nieve y a la luz de la luna, el chamán ona Houshken canta una salmodia durante un cuarto de hora antes de llevarse las manos a la boca y sacar una tira de piel de guanaco, más o menos del tamaño de un cordón   de   zapato.   Luego   aparta   lentamente   las   manos   hasta   que   la   tira adquiere alrededor de 1,20 metros de longitud. Entonces entrega uno de los extremos   a   su   hermano,   que   retrocede   hasta   que   los   1,20   metros   se convierten en  unos 2,40. Seguidamente Houshken vuelve a coger  la tira,  se lleva   la   mano   a   la   boca   y   se   traga   la   tira.   «Ni   siquiera   un   avestruz   hubiera podido   tragarse   2,40   metros   de   piel   de   un   solo   golpe   y   sin   ningún   esfuerzo visible». Houshken   no   ha   escondido   la   tira   en   una   manga   porque   va   desnudo. Después   de   esto,   se   saca   de   la   boca   algo   que   semeja   masa   de   pan semitransparente   que   parece   estar   vivo   y   gira   a   gran   velocidad.   Luego,   al separar   más   las   manos,   la   «masa   de   pan»   sencillamente   desaparece.   De nuevo   da   la   impresión   de   que   se   trata   de   un   juego   de   manos   hasta   que recordamos que el chamán está desnudo.
El archipiélago de Tierra del Fuego fue, en un tiempo, el hogar de cuatro tribus de indios. Los exploradores blancos los consideraban los más primitivos y brutales, y lamentaban sus saqueos.  Inteligentes y con bastante cultura, el indio no podía entender el conservadorismo del hombre blanco. El indio siempre compartía todo con sus vecinos.  Ahora estas tribus, antes tan numerosas, están casi extinguidas, sobre todo por las enfermedades traídas por el hombre blanco. Se trata de cuidar las especies de plantas o animales que tienden a desaparecer; pero nadie podrá proteger estos rezagos de tribus.  La diversidad topográfica de Tierra del Fuego permite individualizar con relativa facilidad los territorios de los distintos aborígenes que la poblaron. Los Onas, numerosos y nómadas, recorrían la mayor parte de la isla grande siguiendo al guanaco . Vagaban a pie en grupos de familias, usando arcos y flechas, hechos con mucho cuidado. Muy corpulentos (algunos median más de 1,80 metros), eran excelentes rastreadores e incansables cazadores, vestían con pieles de guanaco y calzaban jumni (mocasín de piel) durante todo el año.  Usaban cueros de guanaco (sin pelo e impermeabilizados con una mezcla de barro con saliva) para sus toldos. Se diferenciaban de sus vecinos del norte, los Tehuelches, en que usaban sus pieles con pelo por afuera, no tenían caballos, y los toldos estaban pintados de rojo sin diseños.  Nunca usaban canoas, lanzas o arpones. Pescaban solamente con marea baja. Tenían cunas para los bebes, que usaban tatuajes en los brazos, y pintaban sus caras para mostrar sus sentimientos.  Su idioma era menos rico que el Yahgan; pero tenían nombres para cada colina o valle más chico. Ona es una palabra Yahgan; ellos se llamaban a si mismos, Shelkman.  Organizados socialmente en bandas o linajes, que habitaban un territorio de limites perfectamente definidos y respetados por las otras bandas, mantenían como unidad la familia. No eran jerárquicos y se regía por la reciprocidad y el acceso igualitario de cada grupo familiar a las fuentes de alimentación, vestido y habitación.  Muchos Onas fueron muertos por los blancos y en peleas entre ellos mismos; pero perecieron más todavía por sarampión y otras enfermedades.  El último hombre Ona puro en Tierra del Fuego, Esteban Yshton, murió en 1969. Otras Onas puras fallecidas recientemente son Lola Kispja, en 1966 (la ultima que vivió como sus antepasados) , y Angela Luij, quien murió en abril de 1974. Existen varios Onas mestizos en la isla de la Patagonia.
Tal como hemos indicado, el origen del chamanismo está en Siberia. Y también el origen del tantra. Todas las personas que piensan en el tantra piensan en la India, pero algunos investigadores muestran que el tantra es originario de los chamanes de Siberia. Las tradiciones taoístas son chamánicas. El Tíbet y Altay tienen gran conexión; la mitología griega, europea, tiene su origen en Altay. Se estima que el chamanismo siberiano surgió hace 40.000 años, y que es heredero de la sabiduría de civilizaciones hace tiempo extinguidas. Altay está en el sur de Siberia; son montañas. Está en la frontera con China, Kazajstán, Mongolia y Rusia. La mayor parte está en Rusia. Es un centro cultural, es cuna de la civilización; en Siberia están los vestigios más antiguos de cultura. En el sur de Chile están los mapuches, los araucanos; se han investigado las tradiciones araucanas y son como las siberianas: las hierbas que hay en el sur de Chile, de Argentina, que usan los araucanos, son originarias de Siberia. El pueblo que habitó América es de origen mongol; la raza originaria de Altay es mongol. Justamente el hecho de ser raíz y poder unirse con muchas tradiciones de conocimiento; y, en este momento, la existencia de un gran chamán vivo de Altay. El conocimiento vivo es el más alto nivel de energía que puede haber. Un maestro vivo es como un río que corre; cuando en una tradición un maestro no está vivo es como un río que fue embotellado, y se hunden las botellas.  Un libro titulado  Wizard of the Upper Amazon   es tal vez la crónica más clara y más detallada que ofrece la literatura atropológica de la formación y la evolución de un chamán. En esta obra, que se ha convertido en un clásico de su   campo,   el   explorador   F.   Bruce   Lamb   hace   de   amanuense   de   un   joven peruano   llamado   Manuel   Córdova,   que   en   1902   fue   secuestrado   por   los indios   amahuacas   de   Brasil.   Córdova   pasó   siete   años   entre   los   indios   y   da cuenta detallada de su forma de vivir. Y   como   Córdova   llegó   a   ser   jefe   de   la   tribu,   también   nos   permite empezar  a  comprender  lo  que  debía   representar  ser  un   cacique-chamán  en el   paleolítico.   Para   comprenderlo   del   todo,   es   necesario   leer   el   libro   entero, que transmite el  notable sentido  de unidad  que  existe  en  una  tribu primitiva, en   la   cual   cada   uno   de   sus   miembros   es,   en   cierto   modo,   parte   de   un  organismo. Pero la siguiente crónica breve servirá al menos para que quede claro   por   qué   la   «magia»   parece   desempeñar   un   papel   inevitable   en   la existencia   de   los   cazadores   que   viven   en   estrecho   contacto   con   la naturaleza.
Uno   de   los   capítulos   más   notables   de   Wizard   of   the   Upper   Amazon  describe   cómo   el   anciano   jefe   Xumu   preparó   a   Córdova   durante   diez   días con una dieta especial, que incluía brebajes que producían vómitos y diarrea y  aceleraban  los latidos del corazón. Luego,  con otros  miembros de la  tribu, recibió   un   «extracto   de   visión»   cuyo   efecto   fue   inundarle   de   extrañas sensaciones,   colores   y   visiones   de   animales   y   otras   formas   naturales. Hicieron   falta   muchas   de   estas   sesiones   antes   de   que   Córdova   pudiera dominar el caos que la droga producía… y que era el objetivo. Finalmente, una noche los indios se internaron mucho en la selva y pasaron varias horas recogiendo   enredaderas   y   hojas.   Luego   trituraron   lo   que   habían   recogido   y con un complicado ritual (salmodias incluidas) lo metieron en la olla de barro cocido.   Los   preparativos   continuaron   durante   tres   días   y,   una   vez terminados, el extracto verde se echó en unos cacharros pequeños. Un cazador que pasaba por una temporada de mala suerte se acercó al jefe   de   la   tribu   y   describió   una   serie   de   percances   debido   a   los   cuales   su familia estaba medio muerta de inanición. El jefe le dijo que volviera la noche siguiente para la ceremonia del «extracto de visión»  (honi xuma). En   la   ceremonia   participó   un   grupo   numeroso.   Poco   después   de   beber el   extracto,   empezaron   las   visiones   en   colores,   que   todos   compartieron.   El «canto de la boa» trajo una gigantesca boa constrictor que cruzó el claro de la   selva   seguida   por   otras   serpientes,   luego   por   un   largo   desfile   de   pájaros, entre   los   que   había   un   águila   gigantesca,   que   extendió   las   alas   delante   de ellos, les miró con ojos amarillos y centelleantes y abrió y cerró el pico varias veces. Después vinieron muchos más animales y Córdova explica que ya no recuerda muchas cosas de lo que sucedió, «porque el conocimiento no tenía su origen en mi conciencia ni en mi experiencia». Continuó toda la noche.

Al día siguiente, el jefe, Xumu, preguntó al cazador «con mala suerte» si ahora   podía   dominar   a   los   espíritus   de   la   selva.   El   hombre   contestó   que   su comprensión   se   había   renovado   y   que   la   selva   satisfaría   todas   sus necesidades. Más   adelante,   Córdova   se   fue   de   caza.   El   día   antes   se   celebraron complicados rituales, con bebida de pociones, baños de hierbas y exposición del   cuerpo   a   varias   clases   de   humos   producidos   quemando   el   pelo   de   un animal y plumas de un ave a la que cazarían. En medio de la ceremonia final, un   búho   se   posó   en   una   rama;   los   cazadores   bailaron   alrededor   del   animal mientras entonaban una salmodia ritual y le pedían que dirigiera sus flechas hacia   los   diversos   animales   que   fueron   nombrando.   Finalmente,   el   búho   se fue volando y se acostaron todos. Córdova   describe   la   cacería   y   cuenta   que   tuvo   que   aprender   a reconocer   todas   las   señales   de   la   selva:   el   olor   de   los   mamíferos   o   las serpientes,   el   significado   de   una   ramita   quebrada   o   de   una   hoja   caída.   Y después   de   dar   muerte   a   varios   cerdos   silvestres,   el   jefe   del   grupo   de cazadores   le   describió   el   método   que   empleaban   para   tener   la   certeza   de que los cerdos pasaran siempre por allí. Primero hay que matar al jefe de la manada, que suele ser una hembra, y enterrar su cabeza en un agujero pro-fundo, de cara a la dirección contraria a la que siguen los animales, en medio de   salmodias   rituales   dirigidas   a   los   espíritus   de   la   selva.   Si   esto   se   hace  correctamente,   seguro   que   los   cerdos   pasarán   siempre   por   aquel   lugar cuando   recorran   su   territorio,   y   si   observan   los   hábitos   de   los   animales,   los cazadores siempre pueden estar al acecho cuando vuelvan. Una   noche   oyeron   la   peculiar   llamada   de  un   insecto.  Los   cazadores   se pusieron   alerta   al   instante   y   dos   de   ellos   se   internaron   sigilosamente   en   la selva. Al cabo de unas horas, volvieron con un insecto envuelto en una hoja.  Hicieron   una   jaula   diminuta   y   explicaron   que   la   posesión   de   un   wyetee   tee  garantizaría   buena   caza.   Al   día   siguiente,   los   cazadores   se   escondieron   en chozas   camufladas   en   los   árboles   alrededor   del   claro  de   la   selva.   Tal   como habían predicho, el  wyetee tee  trajo tal abundancia de caza que tuvieron que construir otro tendedero para ahumarla.
 
Andando   el   tiempo,   Xumu   eligió   a   Córdova   como   sucesor.   No   lo   hizo sencillamente porque Córdova supiera disparar con un fusil y tuviese espíritu empresarial   suficiente   para   enseñar   a   la   tribu   a   fabricar   y   vender   caucho, sino   porque   poseía   la   clase   de   sensibilidad   que   le   permitiría   comprender   a sus compañeros. Según explica: “Durante mi formación me di cuenta de que se producían cambios sutiles en   mi   proceso   mental   y   en   mis   modos   de   pensamiento.   Me   fijé   en   un aceleramiento   mental   y   en   cierta   clarividencia   que   me   permitía   prever acontecimientos  y  reacciones  de  la  tribu.  Concentrando  mi  atención  en un solo individuo, podía adivinar sus reacciones y propósitos y prever lo que  haría   o  lo  que  pensaba  hacer…   El   anciano  dijo   que  mi   facultad  de prever   y   conocer   los   acontecimientos   futuros   mejoraría   y   aumentaría, también   que   podría   localizar   e   identificar   objetos   desde   una   gran distancia“. En efecto, Córdova tuvo visiones de la muerte de su madre que, al vol- ver a la civilización, comprobó que habían sido acertadas. El   jefe   indio   también   poseía   esta   facultad   de   la   clarividencia. «Esperamos   en   el   poblado   durante   muchos   días   después   de   que   saliera   el grupo de cazadores. Finalmente, el jefe dijo que volverían al día siguiente…». Y por supuesto, Xumu tenía razón. En   todo  el   libro   se   ve   claramente   que   gran   parte   de   la   «magia»   de  los indios es una especie de telepatía. Cuando Xumu se interna con él en la selva   para   una   iniciación   mágica,   a   Córdova   no   le   cabe   ninguna   duda   de   que entre ellos hay comunicación telepática: «El   jefe   habló  en   tono  bajo,   agradable:   “Empiezan   las   visiones”.  Había captado   por   completo   mi   atención   con   estas   palabras   de   magia.   Al   instante noté   que   desaparecían   las   barreras   que   pudiera   haber   entre   nosotros; éramos como uno solo».

Entonces   el   jefe   hace   que   aparezcan   visiones   que   Córdova   comparte. La   explicación   de   los   escépticos, de que   el   jefe   no   hace   más   que   utilizar   la sugestión,   no   se   ajusta   a   los   hechos.   El   jefe   dice:   «Empecemos   por   los pájaros», y aparece la imagen increíblemente detallada de un pájaro. Según Córdova: «Nunca había   percibido   yo   imágenes   visuales   tan  detalladas…  Entonces   el   jefe   hizo que apareciese una hembra y el macho ejecutó su danza de apareamaiento. Oí todos los cantos, llamadas y otros sonidos. Su variedad superaba todo lo que había oído hasta entonces». Más adelante hay otra descripción larga de visiones que compartió toda la tribu. Después de beber el «extracto de visión», una salmodia da origen a una   procesión   de   animales,   entre   los   que   hay   un   jaguar   enorme.  Según Córdova: «Este animal tremendo avanzaba arrastrando los pies y con la cabeza baja, la boca abierta   y   la   lengua   colgando.   Dientes   horribles   y   grandes   llenaban   la   boca abierta.   Un   cambio   instantáneo   de   porte   para   adoptar   un   aire   de   alerta malévola hizo temblar al círculo de visionarios de fantasmas». De hecho, Córdova se dio cuenta de que era él quien había provocado la   aparición   del   jaguar,   con   el   que   una   vez   se   había   encontrado   en   un sendero de la selva y al que había mirado fijamente hasta obligarle a apartar los   ojos.   Los   demás   miembros   de   la   tribu   también   reconocieron   esto   y   el resultado fue que dieron a Córdova el apodo de «Jaguar». Córdova habla luego de escenas de combate con tribus enemigas y con los   caucheros   invasores   que   habían   obligado   a   los   amahuacas   a   buscar nuevos territorios. Tiene visiones de un poblado en llamas y del jefe matando a   un   plantador   de   caucho.   El   «espectáculo»   termina   con   escenas   en   su nuevo   poblado.   Es   obvio   que   en   esta   sesión   visionaria   todos   ven   lo   mismo, como si estuvieran sentados en un cine viendo una película. Pero la película es   una  creación  de   sus   propias   mentes.  En   su  introducción   a   Wizard   of   the  Upper   Amazon,   Andrew   Weil,   investigador   de   Harvard,   comenta: «Evidentemente,   estos   indios   experimentan   el   inconsciente   colectivo   como una realidad inmediata, no sólo como una construcción intelectual».
 
Más adelante, Córdova cuenta que al morir el anciano jefe, él ocupa su lugar.   Descubre   que   durante   las   visiones   causadas   por   la   droga,   las salmodias le permiten controlar lo que se ve: “Por   complicadas   y   extrañas   que   fueran   las   visiones,   obedecían   a   mis deseos  tal  como los  expresaba  cantando.  Cuando  se dieron cuenta  de que yo dominaba sus visiones, todos los hombres consideraron que mi posición   era   infinitamente   superior   a   la   suya.   Adquirí   al   mismo   tiempo una   conciencia   más   aguda  de   mi   entorno   y   de   la  gente   que   tenía  a   mi alrededor…   una   sensación   de   clarividencia   que   me   permitía   prever cualquier situación difícil que pudiera producirse…“. También   hereda   del   anciano   jefe   la   facultad   de   hacer   uso   de   sus sueños. «Una noche, en el campamento de la boa, en sueños tuve visiones de   que  algo   iba  mal   en  Xanada…»   Al   volver,   pudo  comprobar  que   una   tribu vecina estaba invadiendo su territorio. Cuando finalmente regresó a la civilización, Córdova conservó lo que el anciano   jefe   le   había   enseñado.   Las   visiones   de   la   muerte   de   su   madre, durante una epidemia de gripe, resultaron ciertas. Y «por extraño que pueda parecerles,   como   mínimo   he   visto   por   anticipado   otros   dos   acontecimientos importantes   de   mi   vida.   Explíquenlo   como   les   plazca,   pero   yo   creo   que   fue resultado de lo que me enseñó Xumu». Un escéptico objetaría que todas estas cosas no prueban nada. Córdova sencillamente   había   tomado   parte   en   rituales   que   los   indios   creían   que producirían   resultados   y   cuando   llegaron   los   resultados   creyeron   que   su magia   había   sido   la   causa.   Sin   embargo,   esto   es   sencillamente   todo   lo contrario   de   la   impresión   que   transmite   Wizard   of   the   Upper   Amazon,   en   el que  no  puede  haber  duda  alguna,   como  dice  Andrew  Weil,  de  que  estamos hablando del «inconsciente colectivo» como de una realidad cotidiana.

El   siguiente   ejemplo   de   poder   chamánico   no   puede   explicarse   diciendo que fue algún tipo de autoengaño colectivo. Sir Arthur Francis Grimble era un administrador colonial británico que en 1914 pasó a desempeñar el cargo de comisario residente en las islas Gilbert, en  el   océano  Pacífico.   Más  adelante  describiría  los  cinco  años  que  pasó  en la islas en una autobiografía titulada  Pattern of Islands  (1952), que obtuvo   un   gran   éxito.   El   libro   se   ocupa   principalmente   de   la   vida cotidiana   y   el   autor   utiliza   un   tono   realista   que   es   muy   apropiado.   Sin embargo,   en   uno   de   los   capítulos   describe   un   acontecimiento   tan   extraño que parece no tener ninguna explicación normal. Un   anciano   jefe   llamado   Kitiona   criticó   la   delgadez   de   Grimble   y   le recomendó   que   comiese   carne   de   marsopa.   Grimble   preguntó   cómo   podía adquirir carne de marsopa y le dijeron que el primo hermano de Kitiona, que vivía en el poblado de Kuma, era «llamador de marsopas» hereditario. Grimble   había   oído   hablar   de   lo   de   «llamar   a   las   marsopas»,   es   decir, de   que   ciertos   chamanes   poseían   la   facultad   de   hacer   que   las   marsopas salieran a la orilla mediante alguna clase de magia. Grimble la clasificaba con el   truco   indio   de   la   soga.   Preguntó   cómo   se   hacía   y   le   contestaron   que dependía de poder tener cierto sueño. Si el «llamador de marsopas» lograba tener   dicho   sueño,   el   espíritu   salía   de   su   cuerpo   y   podía   visitar   a   la   gente-marsopa e invitarla a un banquete y un baile en el poblado de Kuma. Cuando las   marsopas   llegaban   al   puerto,   el   espíritu   del   soñador,   regresaba apresuradamente a su cuerpo y alertaba a la tribu. Grimble   se   mostró   interesado   y   Kitiona   prometió   que   mandaría   su   canoa a buscarle cuando su primo estuviese preparado. A su debido tiempo llegó la canoa y Grimble fue llevado a Kuma. Llegó acalorado,   sudoroso   e   irritable,   y   fue   recibido   por   un   hombre   gordo   y amistoso que le explicó que era el «llamador de marsopas». El hombre   se   metió   en   una   choza   protegida   por   hojas   de   cocotero recién trenzadas. «Emprendo mi viaje», dijo al despedirse. Grimble se instaló en la choza contigua.
 
Dieron las cuatro, que era la hora en que debían producirse resultados según   había   prometido   el   mago, pero   no   pasó   nada.   Sin   embargo,   las   mujeres estaban   trenzando   guirnaldas,   como   si   fuera   a   celebrarse   una   fiesta,   al tiempo   que   iban   llegando   amigos   y   parientes   de   los   poblados   vecinos.   A pesar del ambiente festivo, hacía un calor agobiante. La   fe  de Grimble empezaba   a   flaquear   a   causa   de   la   tensión   cuando   de   la   choza del   soñador   salió   un   aullido   sofocado.  Grimble dió   un   salto   y   vió   que   su   pesado cuerpo   salía   disparado   de   cabeza   a   través   de   las   pantallas   de   hojas. Cayó cuan largo era, se levantó trabajosamente y con pasos vacilantes se   apartó   de   la   choza,   la   saliva   brillando   en   su   mentón.   Se   quedó   de pie unos  instantes,  dando  manotazos  en  el  aire y  quejándose  con una extraña   nota   aguda   que   hacía   pensar   en   un   perrito.   Luego   empezó   a hablar   a   borbotones:  «¡Teirake!   ¡Teirake!   (¡Levantaos!   ¡Levantaos!)… ¡Que   vienen,   que   vienen!   Bajemos   a   recibirlas».   Echó   a   andar pesadamente en dirección a la playa. Un   rugido   se   alzó   del   poblado:   «¡Que   vienen,   que   vienen!».   Grimble se encontró   corriendo   a   la   desbandada   con   otras   mil   personas   hasta   los bajíos,   chillando   a   todo   pulmón   que   nuestras   amigas   del   oeste   ya venían.   Grimble  corría   detrás   del   soñador   y   los   otros   convergieron   en   él desde   el   norte   y   el   sur.   Se  desplegaron   formando   una   larga   línea, unos   al   lado   de   otros,   y   siguieron  corriendo   atropelladamente   por   los bajíos. Grimble acababa de meter la cabeza en el agua para refrescarse cuando un  hombre  que   corría  cerca   profirió   un  aullido  y  señaló;  otros   le imitaron,   pero   al   principio   no   pudó   ver   nada   debido   a   los   reflejos cegadores   del   sol   en   el   agua.   Cuando   por   fin   pudó   verlas,   todos chillaban   como   locos. Según  Grimble, “ya   estaban   bastante   cerca,   avanzando   hacia nosotros   a   gran   velocidad.   Cuando   llegaron   al   borde   de   las   aguas azules   junto   al   arrecife,   aflojaron   la   velocidad,   se   desplegaron   y empezaron a nadar hacia atrás y hacia delante enfrente de la línea que formábamos nosotros. Entonces, de repente, desaparecieron“.

En medio del silencio tenso que se produjo a continuación, pensó que   se   habían   ido.   La   decepción   era  tan   grande   que  Grimble no   se paró   a pensar  que,  aun  así,  acababa  de  ver  una  cosa  muy  extraña.  Estaba   a punto   de   tocar   la   espalda   del   soñador   para   despedirse   cuando   se volvió   hacia   Grimble con   cara   tranquila   y   musitó,   al   tiempo   que   señalaba hacia   abajo:   «El   rey   procedente   del   oeste   viene   a   verme».   los   ojos de Grimble siguieron su mano. Allí, a menos de diez metros, estaba la enorme   silueta   de   una   marsopa   suspendida   como   una   sombra reluciente   en   las   aguas   verdes   y   cristalinas.   Detrás   de   ella   había   toda una flotilla de marsopas. Y Grimble explica: “Avanzaban   hacia   nosotros   en   extensa   formación   con   separaciones   de   dos   o   tres   metros   entre   ellas   y   cubrían   todo   el   espacio que   alcanzaba   mi   vista.  Se   movían   tan   lentamente  que   parecían  estar en trance. Su jefe pasó muy cerca de las piernas del soñador. Éste se volvió sin decir palabra y echó a andar a su lado camino de las bajíos, sin   prisas.   Yo   la  seguía   a   uno   o  dos   pasos   de   su   cola   casi   inmóvil.   Vi que a derecha e izquierda de nosotros otros grupos se volvían de cara a la playa de uno en uno, los brazos alzados, la cara inclinada sobre el agua. Brotó   un   parloteo   en   voz   baja   y   retrocedí   un   poco   para   poder abarcar toda la escena. La gente del poblado daba la bienvenida a sus invitados a tierra con palabras arrulladoras. Sólo los hombres andaban al   lado   de   las   marsopas;   las   mujeres   y   los   niños   seguían   su   estela   y batían   palmas   suavemente   para   marcar   el   ritmo   de   una   danza.   Al acercanos   a   los   bajíos   de   color   verde   esmeralda,   la   quilla   de   las marsopas   empezó  a  tocar  la  arena  y  los   animales  movieron  las  aletas como si  pidieran ayuda. Los hombres se inclinaron  para rodearlas con los brazos  y ayudarlas a salvar los  obstáculos. Las marsopas no mostraban   la   menor   señal   de   alarma.   Era   como   si   su   único   deseo   fuese alcanzar la playa“.
 
Y Grimble sigue explicando: “Cuando   el   agua   sólo   nos   llegaba   hasta   los   muslos,   el   soñador alzó   repentinamente   los   brazos   y   llamó.   Los   hombres   situados   en   los flancos  se acercaron  para rodear a las  visitantes,  diez  o más  hombres por   cada   animal.   «¡Arriba!»   ,   gritó   entonces   el   soñador,   y   los   pesados cuerpos   negros   fueron   medio   arrastrados   y   medio   llevados   a   cuestas, sin  que  se  resistieran,  hasta  el  borde   de  la  marea.  Allí  los  depositaron en  tierra,  aquellas   formas   bellas  y  dignas,  totalmente  en  paz,  mientras el   infierno   se   desataba   a   su   alrededor.   Hombres,   mujeres   y   niños empezaron   a   dar   saltos   y   a   hacer   gestos   mientras   proferían   chillidos que   desgarraban   el   cielo;   luego   se   quitaron   las   guirnaldas   y   las arrojaron alrededor de los cuerpos inmóviles, empujados por una súbita y   terrible   furia   de   jactancia   y   burla.   Mi   cerebro   todavía   se   resiste   a recordar aquella última escena: la gente enloquecida, los animales tan triunfalmente quietos. Los   dejamos   con   las   guirnaldas   donde   yacían   y   volvimos   a nuestras   casas.   Más   tarde,   cuando   la   marea   se   retiró   y   quedaron varadas   lejos   del   agua,   los   hombres   bajaron   con   cuchillos   para cortarlas   en   pedazos.   Aquella   noche   hubo   banquete   y   baile   en   Kuma. Reservaron   para   mí   una   porción   de   carne   como   la   que   reciben   los jefes.   Esperaban   que   la   hiciera   curar   y   que   fuese   la   dieta   para   mi delgadez.   La   salaron   debidamente,   pero   no   me   sentí   con   ánimos   de comerla…“. Parece claro que no hay gran diferencia entre la «magia» que Córdova aprendió en el  Alto Amazonas y  la magia  de  los «Ilamadores  de  marsopas» en   el   Pacífico   Sur.   Aparentemente,   ambas   se   basan   en   alguna   extraña capacidad telepática o en lo que Weil llama «el inconsciente colectivo». Puede parecer que al aventurarnos a entrar en este reino de la «magia» primitiva   hemos   dejado   atrás   todo   el   sentido   común.   Sin   embargo,   aunque resulte   extraño,   la   sugerencia   de   que   soñar   puede   producir   facultades «paranormales» o, mejor dicho, aprovechar facultades que todos poseemos, cuenta con cierto respaldo científico.

A   principios   del   decenio   de   1980,   el   doctor   Andreas   Mavromatis,   de   la Brunel   University   de   Londres,   dirigió   a   un   grupo   de   estudiantes   en   la exploración   de   los   «estados   hipnagógicos»,   es   decir,   los   estados   de   la conciencia entre el sueño y la vigilia. En   un   libro   titulado   Mental   Radio   (1930),   el   novelista   norteamericano Upton   Sinclair   habló   de   las   facultades   telepáticas   de   su   esposa,   May,   que había sido telepática desde la infancia. May Sinclair explicó que para llegar a un   estado   mental   telepático,   ante   todo   tenía   que   concentrarse.   No concentrarse   en   algo,   sino   sencillamente   estar   muy   alerta.   Luego   tenía   que producir una profunda relajación, hasta encontrarse al borde del sueño. Una vez en tal estado, la telepatía era posible. Mavromatis   aprendió   solo   a   hacer   lo   mismo:   a   provocar   estados   de concentración   y   profunda   relajación   simultáneas.   Lo   que   ocurre   en   estos es que vemos ciertas imágenes o situaciones con extrema claridad. La escritora Colin Henry Wilson describe su propia experiencia: “Yo   mismo   lo   conseguí   por   casualidad   después   de   leer   el   libro   de Mavromatis   titulado   Hypnogogia.   Hacia   el   amanecer,   me   desperté   a medias,   flotando   todavía   a   la   deriva   en   una   agradable   somnolencia,   y me encontré contemplando un paisaje montañoso dentro de mi cabeza. Era   consciente   de   que   estaba   despierto   y   de   yacer   en   la   cama,   pero también   de   contemplar   las   montañas   y   el   paisaje   de   color   blanco, exactamente   como   si   estuviera   mirando   algo   en   la   pantalla   de   un televisor. Poco después de esto, volví a quedarme dormido. La parte más interesante de la experiencia fue la sensación de contemplar el paisaje,   de   poder   concentrarme   en   él   y   desviar   mi   atención,   exactamente igual que cuando estaba despierto“.
Un   día,   cuando   Mavromatis   estaba   medio   dormido   en   un   círculo   de estudiantes, escuchando mientras uno de ellos «psicometraba» algún objeto que  tenía  en  la  mano, tratando  de   «sentir»  su  historia,  empezó   a  «ver»  las escenas que el estudiante estaba describiendo. Luego empezó a alterar sus visiones   hipnagógicas, capacidad   que   había   adquirido   por   medio   de   la práctica,   y   descubrió   que   el   estudiante   empezaba   a   describir   sus   visiones alteradas. Convencido   ahora   de   que   los   estados   hipnagógicos   estimulan   la telepatía,   pidió   a   los   estudiantes   que   «captasen»   las   escenas   que   él imaginaba   y   comprobó   que   lo   conseguían   con   frecuencia.   Su   conclusión   es que «algunas imágenes hipnagógicas que aparentemente “no hacen al caso” podrían… ser fenómenos con sentido que pertenecieran a otra mente». Dicho de   otro   modo,   que   T.   S.   Eliot   podría   estar   equivocado   al   pensar   que   «cada uno   de   nosotros   piensa   en   la  llave,   cada  uno  en  su   prisión».   Tal   vez,   como  sugirió   Blake,   el   hombre   puede   salir   de   su   prisión   interior   «en   el   momento que lo desee». La   telepatía   es,   de   hecho,   quizá   la   más   probada   de   las   facultades «paranormales»   y,   en   general,   los   estudiosos   de   lo   paranormal   están   de acuerdo   en   que   las   pruebas   de   su   existencia   son   irrefutables.   El   libro   de Mavromatis va más  allá y sugiere que hay un vínculo entre la telepatía y los estados oníricos. Diríase,   pues,   que   lo   que   Mavromatis   ha   reproducido   bajo   control   con sus   estudiantes   es   lo   que   los   indios   amahuacas   eran   capaces   de   hacer utilizando   drogas   psicotrópicas   bajo   la   dirección   de   su   chamán:   alcanzar   la «conciencia de grupo». Es posible imaginar lo que sucedió cuando  el «llamador de marsopas» entró en su choza. Al igual que Mavromatis, se había enseñado a sí mismo el arte de soñar de forma controlada: de sumirse en un trance hipnagógico que él   podía   controlar.   Tenemos   que   suponer   que   entonces   podía   dirigir   sus sueños hacia el reino de las marsopas y comunicarse directamente con ellas. Los   experimentos   efectuados   con   marsopas   inducen   a   pensar   que   son animales   muy   telepáticos.  Por   medio   de   la   «hipnosis»   las   marsopas   fueron inducidas a nadar hasta tierra y permitir que las sacasen a la playa.

En  Man, God and Magic,  Ivar Lissner señala que hace unos 20.000 años,   en   el   umbral   entre   la   auriñaciense   y   la   magdalaniense,   de repente   dejaron   de   hacerse   retratos   y   estatuillas   de   figuras   humanas. «Parece obvio que los artistas ya no se atrevían a representar la forma humana   en   efigie».   Lo   que   sugiere   es   claro.   Nuestros   antepasados creían   firmemente   que   la   magia   cinegética, con   el   uso   de   representaciones   de   la   presa,   era   eficaz   y   mortífera,   y   que   de   ningún   modo   debían representarse seres humanos. Volvamos   una   vez   más   a   la   pregunta:   ¿por   qué   el   hombre   ha evolucionado   tan   rápidamente   en   el   último   medio   millón   de   años, y   en particular   en   los   últimos   50.000, cuando   su   evolución   había   estado virtualmente estancada durante millones de años? En términos darwinistas no hay ninguna respuesta obvia. Que nosotros sepamos, no «sucedió» nada que de repente obligase al hombre a adaptarse mediante un aumento de la inteligencia. Lo que se sugiere es la posibilidad de que la respuesta no   sea   obviamente   «darwinista».   El   propio   Darwin   no   era   un   darwinista rígido, ya que aceptó  la   opinión  de   Lamarck   en  el   sentido  de   que  los   seres   pueden evolucionar   porque   quieren.   Pero   no   aceptó   que   esto   fuera   el   mecanismo principal   de   la   evolución.   Más   recientemente,   sir   Julian   Huxley, que era   darwinista,   sugirió   que,   en   su   etapa   actual,   el   hombre   se   ha convertido   en   el   «director  ejecutivo   de   la   evolución»;   esto   es,   ahora   tiene   la inteligencia necesaria para hacerse cargo de su propia evolución.Lo   que   sugiere   Huxley   es   que   el   hombre   se   encuentra   ahora   en condiciones   de   reconocer   qué   cambios   son   necesarios   en   el   medio ambiente y en la especie humana,  y está dispuesto a efectuarlos. Pero Huxley opina que se trata de un fenómeno bastante reciente.
 
Sin   embargo,   Huxley   también   reconoce   la   capacidad   del   hombre   de verse   inspirado   por   el   hecho   de   tener   una   meta.   En   realidad,   disfruta haciendo   cambios.   El   hombre   medio acepta   la   vida   tal   como   se   presenta   y   se   adapta   a   ella.   Por   eso   el australopiteco continuó siendo el australopiteco durante dos millones de años o más. Al   mismo   tiempo,   sin   embargo,   lo   que   más   gusta   al   hombre   es   el cambio.   Trabajará   con   ahínco   para   mudarse   de   una   casita   de   una   sola habitación a una casa adosada; para cambiar su bicicleta por un coche y su radio   por   un   televisor.   Lo   único   que   necesita   es   que   le   muestren   la posibilidad.   Sólo   permance   estático   mientras   no   ve   ninguna   posibilidad   de cambio. La religión misma introduce la posibilidad de cambiar.   En   vez   de   no   dar   importancia   a   los   árboles,   las   montañas   y   los lagos, el hombre creyó que eran la morada de los dioses o de los espíritus de la   naturaleza. Y,   además,   de   unos   espíritus   a   los   que   se   podía   apaciguar dirigiéndose a ellos de la manera apropiada. Así que cuando sale a cazar un animal,  ya   no   se  fía   exclusivamente   de   su   lanza  y   su   hacha  de   piedra,   sino que, además, reza pidiendo que las cosas vayan bien y quizá celebra ciertos rituales   y   hace   ciertas   ofrendas.   En   este   sentido,   la   actitud   ante   su   propia vida   se   ha   vuelto   activa   en   vez   de   pasiva.   Es   el   principio   de   una   sensación de control. En   1950,   el   doctor   Ralph   Solecki,   del   Smithsonian   Institute,   accedió   a formar   parte   de   una   expedición   al   Kurdistán   iraquí   para   excavar   en   cuevas donde  se   habían   encontrado   huesos   del   hombre   de   Neandertal.   En   un   libro titulado   Shanidar,   The   Humanity   of   Neanderthal   Man   (1971),   describe   sus hallazgos en la cueva de Shanidar: “Descubrió en ella esqueletos de varios neandertales que habían muerto a   causa   de   un   derrumbamiento   y   a   los   que   habían   enterrado   de   manera ritual.   Las   cenizas   y   los   restos   de   comida   que   se   encontraron   sobre   las sepulturas sugerían un banquete fúnebre, a la vez que ocho tipos diferentes de   polen   de   flores   silvestres   de   vivos   colores   parecían   indicar   que   habían cubierto   los   muertos   con   una   colcha   de   flores,   o   habían   hecho   una   pantalla con ellas. El esqueleto de un hombre viejo e incapacitado que obviamente no había   podido   trabajar   durante   muchos   años   reveló   que   cuidaban   a   sus ancianos.   Estaba   claro   que   aquella   gente   tenía   creencias   religiosas   de alguna clase“.

Asimismo,   en   una   cueva   de   La   Quina,   en   Dordoña,   entre   las herramientas   que   se   recuperaron   había   no   menos   de   76   esferas   perfectas. Había   también   un   disco   plano   de   pedernal   delicadamente   trabajado,   de   20 centímetros   de   diámetro,   sin   ningún   propósito   concebible,  excepto   como disco solar.     El hombre de Neandertal enterraba a sus muertos revestidos con el pigmento llamado «almagre», hábito que, al parecer, tomó en préstamo el hombre  de  Cro-Magnon.   En  Sudáfrica  se  han  encontrado  muchas   minas  de  almagre neandertales, la más antigua de las cuales tiene cien mil años. De uno de los   yacimientos   mayores   se   habían   extraído   un   millón   de   kilos   de   mineral; luego   habían   vuelto   a  llenar   cuidadosamente  el   agujero,   es   de   suponer  que para aplacar a los espíritus de la tierra. Todo   esto   explica   por   qué   el   subtítulo   del   libro   de   Solecki   es   The  Humanity   of   Neanderthal   Man.  Puede   que   estos   seres   tuvieran   cara simiesca,   pero   eran   decididamente   humanos.   Y   está   claro   que   eran religiosos.   Sin   embargo,   en   ningún   yacimiento   neandertal   del   mundo   se   ha encontrado el menor vestigio de arte rupestre. Resulta extraño que el hombre de   Neandertal   poseyera   almagre   e   incluso   «lápices»   de   dióxido   de manganeso negro (que se encontraron en Pech-de-l’Aze) y que, pese a ello, nunca los usara para dibujar una imagen en una superficie plana. Diríase que el  hombre  de  Neandertal  era religioso,  pero que  no  practicaba  la «magia», como los cromañones que le suplantaron. ¿Es   posible   que   la   religión   y   la   «magia»   den   las   pistas   que   permitan aclarar   por   qué   el   hombre   evolucionó   tan   rápidamente   durante   el   último medio millón de años? Es verdad que no sabemos nada de la evolución que pudo   tener   lugar   entre   los   cráneos   «canibalizados»   del   hombre   de   Pekín hace   medio   millón   de   años   y   el   entierro   ritual   del   neandertal   hace   cien   mil años,   a   menos   que   las   herramientas   de   la   glaciación   de   Riss   (a   las   que   ya hemos   hecho   referencia)   se   usaran   con   fines   rituales.   Pero   las   minas   de almagre  neandertales  revelan  que  se   produjo  alguna  evolución  importante  y que   esta   evolución   estuvo   relacionada   con   la   religión   y   el   enterramiento. ¿Veneraban   el   almagre,   como   ha   sugerido   Stan   Gooch,   porque   tenía   el color de la sangre?
El Hombre de Pekín (Homo erectus pekinensis) es una subespecie de Homo erectus propia de China. Su nombre alude a que sus restos fósiles se descubrieron al suroeste de Pekín, en una cueva de la localidad de Zhoukoudian. Los restos fueron encontrados entre 1921 y 1937 y datan de hace entre 500 000 y 250 000 años. Es especialmente popular porque en el momento de su descubrimiento fue considerado el primer “eslabón perdido” que justificaba la teoría de la evolución.  El yacimiento de Zhoukoudian fue catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde el año 1987. Durante años los habitantes de la zona vendían a los extranjeros toda suerte de dientes de aspecto extraño o antiguo, pretendiendo que eran dientes de dragón, y el azar se presentó cuando uno de estos dientes fue a dar a manos de un científico sueco, quien, al estudiarlo, lo reconoció como perteneciente a un mamífero extinto. Se pesquisó el origen de ese diente y se estableció que provenía de una cueva de Pekín. Las investigaciones comenzaron en 1921. De acuerdo con el relato posterior de Otto Zdansky, que trabajaba para el geólogo Gohan Anderson, un habitante de la zona llevó a los arqueólogos hasta lo que hoy en día se conoce como la Colina del Hueso del Dragón, un lugar lleno de huesos fosilizados. Zdansky comenzó su propia excavación y finalmente encontró huesos que parecían molares humanos. En 1926 los llevó a la Facultad de Medicina de Pekín, donde el anatomista Davidson Black los analizó. Posteriormente, publicaría su descubrimiento en la revistaNature, con el nombre de Sinanthropus pekinensis (hombre chino de Pekín). Los primeros especímenes de Homo erectus habían sido encontrados en Java en 1891 por Eugène Dubois. El hombre de Java fue inicialmente bautizado como Pithecanthropus erectus pero más tarde fue transferido al género Homo. La Fundación Rockefeller accedió a patrocinar los trabajos en Zhoukodian. Hacia 1929, los arqueólogos chinos Yang Zhongjian y Pei Wenzhong, y posteriormente Jia Lanpo, se hicieron cargo de la excavación. Durante los siguientes siete años desenterraron fósiles de más de cuarenta especímenes de adultos, jóvenes y niños, incluyendo seis bóvedas craneanas casi completas. Se cree que el lugar era un sitio de enterramiento. El paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin y el antropólogo Franz Weidenreich también participaron en los descubrimientos.
Las excavaciones terminaron en julio de 1937, cuando los japoneses ocuparon Pekín durante la Segunda Guerra Sino-japonesa. Los fósiles fueron puestos a salvo en el Laboratorio del Cenozoico de la Facultad de Medicina. En noviembre de 1941, el secretario Hu Chengzi los envió a Estados Unidos para protegerlos de la inminente invasión japonesa. Sin embargo, en el camino hasta la ciudad portuaria de Qinghuangdao, desaparecieron, supuestamente a manos de un grupo de marines que los japoneses habían capturado al comienzo de la guerra con Estados Unidos. Se intentó encontrar los huesos pero sin resultado. En 1972, el financiero estadounidense Christopher Janus prometió una recompensa de cinco mil dólares a cambio de los cráneos perdidos; una mujer contactó con él pidiendo 500 000 dólares, pero no se volvió a saber más de ella. Janus fue posteriormente acusado de desfalco. En julio de 2005, coincidiendo con el sexagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno chino estableció una comisión encargada de encontrar los fósiles. Existen diversas conjeturas sobre qué ocurrió realmente con los huesos, incluyendo la teoría de que se hundieron en el barco japonés Awa Maru. Debido a la desaparición de los restos fósiles, los investigadores posteriores sólo han podido contar con los moldes y los escritos hechos por los descubridores. Así, se sabe que su capacidad craneana llegaba a los 1075 cc, un 80% respecto de la de Homo sapiens, y que se trataba de un cazador recolector. El descubrimiento de restos animales junto a los huesos y la evidencia del uso de fuego, para combatir el frío y para cocinar los alimentos, y de herramientas de hueso y madera, fabricadas con otras de piedra, sirvió para apoyar la teoría de que el H. erectus fue la primera especie faber. Los análisis llevaron a la conclusión de que los fósiles de Zhoukoudian y Java pertenecen a la misma etapa de la evolución humana. Este es también el punto de vista oficial del Partido Comunista de China. Sin embargo, esta interpretación cambió en 1985 cuando Lewis Binford afirmó que el hombre de Pekín no era cazador, sino carroñero. En 1998, el equipo de Steve Weirner en el Instituto Científico Weizmann llegó a la conclusión de que no hay evidencia de que el hombre de Pekín usara el fuego.
 
Y   luego   encontramos   al   hombre   de   Cro-Magnon   practicando   la   magia cinegética,   que   debió   de   darle   una   nueva   sensación   de   control   de   la naturaleza, así como de su propia vida. Es muy posible que considerase que sus chamanes eran dioses, del mismo modo que el hombre primitivo de una edad   posterior   (por   ejemplo,   en   Great   Zimbabwe,   África,   y   en   Angkor, Camboya)   tenía   a   sus   reyes-sacerdotes   por  dioses.   La   magia   era   la   ciencia del   hombre   primitivo,   toda   vez   que   cumplía   la   función   básica   de   la   ciencia, que   consiste   en   ofrecer   respuestas   a   las   preguntas   básicas.   Ya   no   era   un animal pasivo, una víctima de la naturaleza. Trataba de comprender y, en lo referente a las cuestiones importantes, tenía la sensación de comprender. Otro aspecto  básico  debe ponerse  de  relieve. Los rituales  fúnebres del hombre de Neandertal indican claramente que creía que había vida después de   la   muerte.   Y   todos   los   chamanes,   desde   Islandia   hasta   Japón,   se consideran   a   sí   mismos   mediadores   entre   este   mundo   y   el   mundo   de   los espíritus. En todo el mundo, los chamanes han declarado que, al someterse a los   rituales   y   las   pruebas   para   ser   chamanes,   entraron   en   el   mundo   de   los espíritus   y   hablaron   con   los   muertos.   Los   chamanes   creen   que   su   poder procede de los espíritus y de los muertos. La importancia de esta observación reside en que el sacerdote-chamán se   siente   poseedor   de   una   comprensión   tanto   del   cielo   como   de   la   tierra   y esto   es   algo   que   incluso   un   cosmólogo   moderno   se   mostraría   reacio   a pretender. Se sentía en la posición de quien posee conocimiento divino y no cabe duda de que el resto de la tribu compartía esta opinión. Lo cual induce  a pensar que hace 40.000 años, puede que hasta 100.000, el hombre había alcanzado un estado de ánimo extrañamente «moderno».

Sabemos que este estado de ánimo existía en Egipto y en Sumeria en la antigüedad. De hecho, todas las civilizaciones antiguas de las que tenemos noticia eran teocracias. Si Hapgood tiene razón al creer que en el 7000 a. de C.   existía   una   civilización   marítima   mundial,   entonces   es   seguro   que   dicha civilización   compartiría   la   misma   visión   del   mundo.   Ya   hemos   visto   que   los egipcios   consideraban   que   su   reino   era   un   reflejo   exacto   del   reino   de   los cielos.   Y   si   Schwaller   de   Lubicz   y   Robert   Bauval   están   en   lo   cierto   al   creer que   la   Esfinge  fue   construida   por   supervivientes   de   otra   civilización   hacia  el 10500 a. de C., entonces no cabe duda de que dicha civilización opinaba lo mismo   sobre   la   relación   íntima   entre   el   cielo   y   la   tierra,   los   dioses   y   el hombre.   Y   si   el   profesor   Arthur   Posnansky   no   se   equivoca,   lo   mismo opinaban   los   que  construyeron   Tiahuanaco   más   o   menos   en la misma época. ¿Cuándo   acabó   esta   visión   teocrática   de   alcance   mundial?   Sin   duda alguna  ya  había  desaparecido   en   tiempos  de  Sócrates  y   Platón.   En  un   libro titulado  The Origin of Consciousness in the Breakdown of the Bicameral Mind  (1976),   el   psicólogo   de   Princeton   Julian   Jaynes   arguye   que   el   momento decisivo fue reciente: el año 1250 a. de C. El punto de partida de Jaynes es la ciencia relativamente nueva que se denomina «fisiología del cerebro dividido» y que, por tener una importancia fundamental, requiere una breve explicación. El cerebro consta de dos mitades que son virtualmente reflejo la una de la otra. Pero las funciones de estos dos hemisferios no son en modo alguno idénticas.   Esto   se   refiere   de   manera   particular   a   la   «capa   superior»   del cerebro   humano,   la   corteza   cerebral,   que   es   la   que   más   se   ha   desarrollado durante el último medio millón de años. Incluso   en   el   siglo   XIX   se   había   reconocido   que   las   dos   mitades   de nuestro cerebro cumplen funciones diferentes. La función del habla reside en la   mitad   izquierda   del   cerebro   y   los   médicos   observaron   que   las   personas que   sufrían   una   lesión   en   dicha   mitad   experimentaban   dificultades   para expresarse   con   claridad.   El   lado   derecho   del   cerebro   estaba   relacionado   de manera obvia con el reconocimiento de formas y dibujos, por lo que el artista que sufría daño en ella perdía todo su talento artístico. Se dio el caso de uno que ni siquiera pudo dibujar un trébol: puso las tres hojas una al lado de otra, en el mismo nivel.
 
Sin   embargo,   si   la   lesión   afectaba   al   lado   izquierdo,   el   artista   sólo perdía la capacidad de expresarse claramente y continuaba siendo tan buen artista   como   siempre.   Y   un   orador   con   una   lesión   en   el   lado   derecho   del cerebro podía ser tan elocuente como siempre, aunque no pudiera dibujar un trébol. El   lado   izquierdo   del   cerebro   también   tiene   que   ver   con   la   lógica   y   el raciocinio: por ejemplo, sumar el importe de la lista de compras o hacer un   crucigrama.   El   lado   derecho   interviene   en   actividades   tales   como   la apreciación   musical   o   el   reconocimiento   de   caras.   En   resumen,   podría decirse que el lado izquierdo es un científico y el derecho, un artista. Una   de   las   cosas   extrañas   de   la   fisiología   humana   es   que   el   lado izquierdo   del   cuerpo   lo   controla   el   lado   derecho   del   cerebro   y   viceversa. Nadie sabe muy bien por qué, excepto que probablemente contribuye a que la   integración   sea   mayor.   Si   el   lado   izquierdo   del   cerebro   controlase   el   lado derecho   del   cuerpo   y   viceversa,   podría   haber   «disputas   en   la   frontera».   Tal como   están   las   cosas,   cada   lado   tiene   un   pie   apoyado   firmemente   en   el territorio del otro. Si   se   quitara  la   «tapa»   de   la   cabeza,   la   parte   superior   de   su cerebro, los   «hemisferios   cerebrales»,   parecería   una   nuez   con   las   dos mitades   comunicadas   por  medio   de   una   especie   de   puente.   Este   puente   es un   nudo   de   nervios   llamado   «cuerpo   calloso».   Pero   los médicos averiguaron que hay algunos individuos anormales que no tienen cuerpo   calloso   y,   pese   a   ello,   parecen   funcionar   perfectamente.   Esto   les   indujo   a preguntarse si podrían evitar los ataques epiléticos cortando el cuerpo   calloso. Lo probaron con pacientes epilépticos y pareció que daba buenos resultados. Se producía   una   gran   reducción   de   los   ataques   y   el   paciente   parecía   no   sufrir ningún   daño.   Entonces   los   médicos   se   preguntaron   para   qué   servía   el cuerpo   calloso.   Alguien   sugirió   que   tal   vez   servía   para   transmitir   los   ataques   de epilepsia;   y   otra   persona   apuntó   que   quizá   su   función   era   impedir   que   el cerebro se combara por el medio.
En   el   decenio   de   1950   los   experimentos   efectuados   en   Norteamérica empezaron a aclarar muchos aspectos del problema. Alguien observó que si un   paciente   «de   cerebro   dividido»   chocaba   con   una   mesa   con   el   lado izquierdo   del   cuerpo,   no   parecía   darse   cuenta   del   golpe.   Empezó   a   resultar evidente   que   el   efecto   del   cerebro   dividido   era   impedir   que   una   mitad   del cerebro se enterase de lo que sabía la otra mitad. Si a un gato con el cerebro dividido se le enseñaba algún truco con un ojo tapado y luego se le ordenaba hacerlo   con   el   otro   ojo   tapado,   el   animal   quedaba   desconcertado.   Al   final resultó obvio que tenemos literalmente dos cerebros. Además,   si   a   un   paciente   de   cerebro   dividido   se   le   mostrara   una manzana   con   el   ojo   izquierdo   y   una   naranja   con   el   derecho   y   luego   se   le preguntase qué era lo que acababa de ver, contestaría: «Una naranja». Si se le   pidiera   que   con   la   mano   Izquierda   escribiese   lo   que   acababa   de   ver, escribiría:   «Una   manzana».   Una   paciente   de   cerebro   dividido   a   quien   le enseñaron   un   dibujo   indecente   con   el   cerebro   derecho   se   ruborizó;   al preguntarle por qué se ruborizaba, dijo la verdad: «No lo sé». La persona que se   ruborizaba   era   la   que   vivía   en   la   mitad   derecha   del   cerebro.   La   paciente vivía en la mitad izquierda. Esto   nos   ocurre   a   todos,   aunque   en   los   zurdos   los   hemisferios   del cerebro   están   al   revés   y,   por   ende,   la   situación   se   invierte.   La   persona (diestra)     vive   en   la   mitad   izquierda,   la   mitad   que «hace  frente»  al   mundo  real.   La   persona  que   vive  en  el  lado  derecho   es   un desconocido.
 
Cabría objetar que no somos pacientes de cerebro dividido. Esto   no   cambia   nada.   Mozart   comentó   una   vez   que   las   melodías   rondaban por   su   cabeza   completas   y   que   lo   único   que   tenía   que   hacer   era   anotarlas.  ¿De   dónde   procedían?   Es   obvio   que   del   lado   derecho   de   su   cerebro,   del «artista». ¿Adónde iban? Al lado izquierdo del cerebro, donde “vivía” Mozart. Dicho de otro modo, Mozart era un paciente de cerebro dividido. Y si Mozart lo era, entonces también lo somos los demás. La persona a la que llamamos «yo»   es   el   científico.   El   «artista»   vive   en   la   sombras   y   apenas   somos conscientes de su existencia, excepto cuando nuestro estado anímico es de profunda relajación o de «inspiración». Jaynes   empezó   a   interesarse   por   el   asunto   cuando   experimentó   una alucinación   auditiva.   Estaba   echado   en   un   diván,   dándole   vueltas   a   un problema hasta quedar mentalmente agotado, cuando de pronto oyó que una voz decía por encima de su cabeza: «Incluye el conocedor en lo conocido». Preocupado por su cordura, Jaynes empezó a investigar las alucinaciones y descubrió   con   alivio   que   alrededor   del   diez   por   ciento   de   las   personas   las han tenido. Jaynes   reparó   entonces   que   en   gran   parte   de   la   literatura   antigua, la epopeya   de   Gilgamés,  la   Biblia o la   Ilíada,  los  héroes   están   siempre   oyendo voces: las voces de los dioses. También se fijó en que estos héroes antiguos carecían   por   completo   de   lo   que   nosotros   llamaríamos   «ser   interior».   «No podemos aproximarnos a estos héroes inventando espacios mentales detrás de   sus   ojos   feroces   como  hacemos   los   unos  con   los   otros.   El   hombre   de  la  Ilíada   no   tenía   subjetividad   como   nosotros;   no   tenía   conciencia   de   su conciencia del mundo, ningún espacio mental interno para hacer conjeturas». Jaynes   sugiere   que   lo   que   llamamos   «subjetividad», la   capacidad   de mirar   dentro   de   nosotros   y   decir:   «Veamos,   ¿qué   pienso   yo   de   esto?»-   no existía   antes   de,   aproximadamente,  el  1250   a.   de   C.   Piensa   que   la   mente   de estas   gentes   antiguas   era   «bicameral»,   o   sea,   que   estaba   dividida   en   dos compartimentos. Y cuando a un hombre primitivo le preocupaba lo que tenía que   hacer   a   continuación,   oía   una   voz   que   le   hablaba,   justamente   como   la oyó   Jaynes   cuando   se   encontraba   echado   en   el   diván.   Pensaba   que   era   la voz   de   un   dios, o   de   su   jefe,   al   que   consideraba   un   dios.   En   realidad, procedía del lado derecho de su cerebro.

Según   Jaynes,   la   conciencia   propia   empezó   a   crecer   lentamente después   del   3000   a.   de   C.   más   o   menos,   debido   al   invento   de   la   escritura, que creó una nueva clase de complejidad. Y durante las grandes guerras que convulsionaron   el  Oriente  Medio  y   el   Mediterráneo   en  el   segundo   milenio  a. de   C.,   la   vieja   mentalidad   ingenua   ya   no   pudo   hacer   frente   al   mundo   y   los seres   humanos   se   vieron   obligados   a   adquirir   una eficacia   nuevas   con   el   fin   de   sobrevivir.   «Atropellado   por   algún   invasor   y viendo cómo su esposa era violada, un hombre que obedeciera a sus voces atacaría   inmediatamente,   desde   luego,   y,   por   ende,   es   probable   que resultara muerto». El hombre que sobreviviese necesitaría la capacidad de reflexionar y de disimular sus sentimientos. Según Jaynes, la primera señal de este «cambio de parecer» surgió en Mesopotamia.   El   tirano   asirio   Tukultininurta   hizo   construir   un   altar   de   piedra alrededor de 1230 a. de C. en el que aparece el rey arrodillado ante el trono  vacío del dios, mientras que en tallas anteriores se veía al rey hablando con el dios. Ahora está solo, atrapado en el lado izquierdo de su cerebro. El dios ha desaparecido. Un texto cuneiforme de la época contiene estas líneas: “A uno que no tiene dios, al andar por la calle, el dolor de cabeza le envuelve como una prenda”. Está   hablando   de   estrés,   de   tensión   nerviosa,   de   pérdida   de   contacto  con el lado derecho del cerebro, con su sensación de «sentirse a gusto en el mundo».   Parece   que   estemos   observando   el   nacimiento   del   «hombre alienado». Y según Jaynes, es en este momento cuando la crueldad entró en la   historia,   y   vemos   tallas   asirias   en   las   que   aparecen   hombres   y   mujeres empalados y niños decapitados. No es necesario estar de acuerdo con toda esta tesis para reconocer su importancia.   La   principal   objeción   que   se   le   pone   es   que   se   ha   demostrado que   muchos   animales   poseen   conciencia   de   sí   mismos.   Un   experimentador anestesió   a   varios   animales,   les   pintó   la   cara   de   rojo   y   los   dejó   enfrente   de un espejo grande. La mayoría de los animales no mostraron el menor interés por su reflejo, pero los chimpancés y los orangutanes fueron la excepción: se inspeccionaron   la   cara   con   gran   interés,   lo   que   parece   indicar   que   poseen conciencia   de   sí   mismos.   Y   si   los   chimpancés   y   los   orangutanes   poseen conciencia   de   sí   mismos,   es   difícil   imaginar   siquiera   al   más   primitivo   de   los seres humanos totalmente desprovisto de ella.
 
Asimismo,   nuestro   reconocimiento   de   que   el   hombre   moderno   está «separado de sí mismo» parece dar a entender que somos nosotros los que somos   «bicamerales»   y   tenemos   la   mente   dividida   en   dos   compartimentos, mientras que el hombre primitivo era «unicameral», como probablemente es la mayoría de los animales. Sin embargo, a pesar de estas objeciones, es obvio que Jaynes está en lo   cierto   cuando   sugiere   que   algún   cambio   básico   se   produjo   en   la   raza humana en cierto momento de su historia y que, después de ese momento, el hombre se encontró atrapado en una forma más estrecha de conciencia. Con todo, compensamos la pérdida aprendiendo a utilizar la capacidad de raciocinio con mayor eficacia. Y nuestra civilización tecnológica es el resultado. Schwaller   de   Lubicz   estaba   totalmente   convencido   de   que   hay   una diferencia fundamental entre la mentalidad egipcia y la del  hombre moderno y habla de ello una y otra vez en todos sus libros. Una   de   las   formas   más   importantes   de   esta   diferencia  puede   verse   en los jeroglíficos. Las palabras, según Schwaller, fijan su significado. Si lees la palabra   «perro»,   evoca   un   concepto   vago,   abstracto   de   la   «condición   de perro». Pero si contemplas la fotografía, o incluso el simple dibujo de un perro, el animal está mucho más vivo. Todo   el  mundo,  de  niño,  se   ha   probado   esas   gafas   rojas  y   verdes  que hacen que las fotografías se vuelvan tridimensionales. Miras la fotografía con los   ojos   sin   gafas   y   parece   borrosa   con   manchas   rojas   y   verdes superpuestas unas a otras. Luego coges unas gafas de cartón que tienen un ojo de celofán rojo y otro de celofán verde y la fotografía deja de ser borrosa y   adquiere  tres   dimensiones.   Según  Schwaller,  nuestras  palabras  son  como la   fotografía   borrosa.   El   jeroglífico   es   una   imagen   que   cobra   vida súbitamente. Schwaller dice: «Cada jeroglífico puede tener un significado fijo, convencional   para   su   uso   común,   pero   incluye   todas   las   ideas   que puedan   estar   relacionadas   con   él,   y   la   posibilidad   de   comprensión personal».
René Schwaller nació en Alsacia en 1887, en el seno de una rica familia burguesa. Su padre era químico farmacéutico y René pasó su infancia soñando en los bosques, pintando y llevando a cabo experimentos químicos. Desde el principio se sintió fascinado igualmente por el arte y la ciencia, combinación cuya importancia para la obra de su vida no puede subestimarse. Se dice que a los siete años de edad tuvo una revelación sobre la naturaleza de lo divino, y siete años más tarde, otra iluminación relativa a la naturaleza de la materia. Cuando era adolescente se fue a París para aprender a pintar con el gran Matisse. El propio Matisse se hallaba a la sazón bajo la influencia del filósofo Henri Bergson, que hacía hincapié en que la inteligencia no alcanza a captar la realidad y, una vez más, su propia tendencia a desconfiar de la simple ciencia se vio fortalecida. Sin embargo también se embarcó  en el estudio de la física moderna, que en aquellos momentos experimentaba la influencia de Einstein y Planck. Ingresó en la Sociedad Teosófica  y empezó a  pronunciar conferencias y escribir artículos para la revista de la sociedad. En el primero de ellos rindió homenaje a la ciencia, que «conduce a todo el progreso, fecunda toda actividad y nutre a toda la humanidad», al tiempo que la atacaba por su conservadurismo. Sin embargo, Schwaller  era, por naturaleza, mucho más realista y pragmático que los teósofos y se estaba imponiendo a sí mismo la tarea de combatir el realismo con el pensamiento racional. Al parecer, el siguiente paso fue su interés por la alquimia, la ciencia de la transmutación de la materia y la búsqueda de la «piedra filosofal». Pero lo que interesaba a Schwaller no era tratar de convertir el plomo en oro. Creía que la alquimia es básicamente una búsqueda mística cuyo objetivo es la iluminación y que la transmutación de metales no es más que un subproducto de la misma. Pronto añadió a sus estudios de alquimia el de las vidrieras de colores y la geometría de las catedrales góticas, convencido de que ocultaban algún conocimiento secreto de los antiguos.
La tradición ocultista se basa en la idea de que existía en el pasado una ciencia que abrazaba la religión y las artes. Este conocimiento sólo lo poseían los miembros de una pequeña casta de iniciados y los albañiles medievales lo codificaron en las grandes catedrales góticas. Según el escritor William Stirling: “Desde los tiempos del antiguo Egipto esta ley ha sido un arcano sagrado que se comunica exclusivamente por medio de símbolos y parábolas y cuya creación, en el mundo antiguo, constituía la forma más importante de arte literario; por consiguiente, su exposición requería una casta sacerdotal a quien se hubiera enseñado su uso, y en él se instruyó a los gremios de artistas iniciados, que existieron en todo el mundo hasta tiempos relativamente recientes. Hoy en día todo esto ha cambiado”. Schwaller tenía poco más de veinte años cuando conoció a un alquimista que se hacía llamar Fulcanelli  y habló con él de la Gran Obra de transmutación. Rodeaba a Fulcanelli un círculo de discípulos que se hacían llamarLos Hermanos de Heliópolis, que estaban entregados de lleno al estudio de las obras de Nicolas Flamel y Basil Valentinus.  Visitaban las librerías de ocasión de París en busca de antiguos textos alquímicos. En un volumen antiguo que estaba catalogando para una librería parisina había hallado Fulcanelli un manuscrito de seis páginas y tinta descolorida, y lo había robado. Indicaba que el color desempeñaba un papel importante en el secreto de los alquimistas.  Pero Fulcanelli, cuya actitud ante la alquimia era materialista, no logró comprenderlo. Schwaller pudo ayudarle en sus interpretaciones. También mostró a Fulcanelli su propio manuscrito sobre las catedrales medievales. Fulcanelli se entusiasmó al verlo y se brindó a ayudarle a buscar un editor. De hecho, Fulcanelli tuvo el manuscrito en su poder durante mucho tiempo y acabó robando la mayoría de sus principales visiones interiores para su propio libro El misterio de las catedrales, publicado en 1925, que se ha convertido en un clásico moderno. Mientras tanto, Schwaller había trabado amistad con un poeta francés y príncipe lituano que se llamaba Luzace de Lubicz Milosz.
Durante la primera guerra mundial Schwaller trabajo de químico en el ejército y después de la contienda Milosz le otorgó el título de caballero por los servicios que había prestado al pueblo lituano, así como el derecho a añadir «de Lubicz» a su nombre. En ese momento Schwaller recibió el nombre místico de AOR. Él y Milosz fundaron una organización política llamada Les Veilleurs («los vigilantes»), que se basaba en las ideas elitistas de Schwaller y a la que en cierto momento perteneció el  futuro jerarca nazi Rudolf Hess, que era también miembro de una orden secreta alemana llamada la Sociedad de Thule.  Pero parece que Schwaller se cansó de participar en la política y se mudó a Suhalia, en Suiza, para continuar sus estudios esotéricos con un grupo de amigos de ideas afines, en particular los estudios relacionados con las vidrieras de colores. Esto duró hasta 1934, año en que los problemas económicos causaron la disolución de la comunidad de Suhalia. Para entonces, Fulcanelli ya había muerto. Según Schwaller, había invitado a Fulcanelli a su domicilio de Grasse, en el sur de Francia, para intentar la Gran Obray el éxito fue total. Convencido de que ya sabía cómo producir la transmutación alquímica, Fulcanelli volvió a París y repitió el experimento varias veces,. fracasando en todas ellas. La razón, según diría más adelante Schwaller, era que él había elegido el momento oportuno y las condiciones más indicadas para el experimento, mientras que Fulcanelli no sabía nada de esas cosas.  En 1936 desembarcó en Alejandría para visitar la tumba de Ramsés IX. Allí tuvo una revelación mientras contemplaba una imagen del faraón, que aparecía representado bajo la forma de la hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyas proporciones eran 3:4:5, a la vez que el brazo alzado representaba una unidad complementaria. Estaba claro que los egipcios conocían el teorema de Pitágoras siglos antes del nacimiento de su autor. De pronto, Schwaller se dio cuenta de que la sabiduría de los artesanos medievales se remontaba al antiguo Egipto. Durante los quince años siguientes, hasta 1951, permaneció en Egipto, estudiando sus templos, en particular el de Luxor. Los resultados fueron su voluminosa obra geométrica The Temple of Man, y su último libro, Sacred Science.
 
En un capítulo titulado «Experimental Mysticism» del libro   A New Model of   the   Universe,  Ouspensky,   discípulo   de   Gurdjieff,   describe   cómo   utilizó   algún   método   no   especificado   para   lograr   la conciencia «mística». Una de las características de este estado de ánimo era que   cada   palabra,   cada   cosa,   le   recordaba   docenas   de   otras   palabras   y cosas. Cuando miraba un cenicero, éste liberaba tal torrente de significados y   asociaciones, sobre   el   cobre,   la   extracción   de   cobre,   el   tabaco o  el   fumar, que escribió en un papel: «Uno podría volverse loco a causa de un cenicero».  De modo parecido, Schwaller dice: «Así pues, los jeroglíficos no son metáforas en realidad. Expresan directamente lo que quieren decir, pero el significado   sigue   siendo   tan   profundo,   tan   complejo   como   podría   ser   la   enseñanza   de   un   objeto   (silla,   flor,   buitre),   si   hubiera   que   considerar   todos   los significados que se le pueden atribuir. Pero por pereza o hábito, eludimos este proceso mental analógico y designamos el objeto por medio de una palabra que para nosotros expresa un único concepto fijo». En   The   Temple   of   Man,   utiliza   otra   imagen.   Si   decimos   «hombre   que anda»,   imaginamos   un   hombre   andando,   pero   de   una   manera   vaga, abstracta.   Pero   si   vemos   una   imagen   de   un   hombre   andando, incluso en un jeroglífico,   el   hombre   se   vuelve   real.   Y   si   el   hombre   que   anda   está   pintado de  verde,   entonces  también   evoca   la  vegetación  y   el  crecimiento.  Y   aunque andar   y   crecer   parecen   no   tener   absolutamente   ninguna   relación   entre   sí, podemos sentir la relación en la imagen del hombre verde. Esta facultad que tiene el jeroglífico de evocar una «realidad» dentro de nosotros es a lo que se refiere Schwaller cuando habla de la «posibilidad de comprensión personal».
En el mismo libro, en un capítulo sobre la mentalidad egipcia, vuelve a tratar   de   explicarse.   A   nuestro   método   moderno   de   vincular   ideas   y pensamientos   lo   llama   «mecánico»,   como   una   palanca   unida   rígidamente   a algún   engranaje.   En   cambio,   la   mentalidad   egipcia   es   «indirecta».   Un jeroglífico   evoca   una   idea,   pero   también   evoca   docenas   de   otras   ideas relacionadas.   Y   trata   de   explicarse   por   medio   de   una   imagen   sencilla.   Si miramos   fijamente   un   punto   de   color   verde   vivo   y   luego   cerramos   los   ojos, veremos   el   color   complementario   -el   rojo-   dentro   de   nuestros   párpados.   El occidental diría que el verde es la realidad, y el rojo, alguna clase de ilusión dependiente   de   esa   realidad.   Pero   un   egipcio   antiguo   hubiera   tenido   la sensación de que el rojo es la realidad, porque es una visión interior. Es importante no interpretar mal esto. Schwaller no dice que la realidad externa   sea   una   ilusión.   Lo   que   dice   es   que   los   símbolos   y   los   jeroglíficos pueden   evocar  dentro   de   nosotros   una   realidad   más   rica,   más   compleja.  La gran   música   y   la   gran   poesía   producen   el   mismo   efecto.   Estos   versos   de Keats: “Las aguas móviles en su sacerdotal tarea de ablución pura en torno a las costas humanas de la tierra”,  evocan de algún modo un rico complejo de sentimientos, que es la razón por la   cual   Eliot   dijo   que   la   verdadera   poesía   puede   comunicar   antes   de   ser comprendida. La percepción normal nos muestra meramente cosas sencillas, privadas   de   su   «resonancia».   Un   paralelo   sencillo   sería   un   libro,   que   es   un objeto   sólido   de   forma   rectangular;   esto   es   su   «realidad   externa».   Pero   lo que hay dentro del libro puede hacer que emprendamos un viaje mágico. La realidad   del   libro   está   oculta   y   para   una   persona   que   no   sepa   leer,   el   libro sería meramente un objeto físico.Cuando   examinamos   esto   a   la   luz   de   lo   que   hemos   dicho   sobre   los lados izquierdo y derecho del cerebro, podemos ver inmediatamente que un jeroglífico   es   una   imagen   y,   por   tanto,   lo   capta   el   lado   derecho   del   cerebro.  Una palabra es una sucesión de letras y la capta el lado izquierdo el cerebro. ¿Dice   Schwaller  que   los   egipcios   eran  «gente   de   cerebro derecho» y nosotros somos «gente de cerebro izquierdo»?
 
Sí,   en   efecto,   pero   hay   mucho   más   que   eso.   Dice   que   los   egipcios poseían   una   clase   de   inteligencia   diferente   de   la   del   hombre   moderno,   una inteligencia   que   es   igual   y   en   muchos   aspectos   superior.   Schwaller   la   llama «inteligencia innata» o «inteligencia del corazón». Parece el tipo de doctrina que predicaba D. H. Lawrence o Henry Miller, y hasta cierto punto lo es. Pero hay   muchas   más   cosas   implícitas   de   lo   que   Lawrence   y   Miller   pensaban.   A pesar   de   su   «inteligencia   del   corazón»,   ambos   escritores   se   veían   a   sí mismos esencialmente como hombres modernos, por lo que las críticas que dirigen   contra   el   siglo   XX   a   menudo   resultan   negativas   y   destructivas. Ninguno de los dos parece ser consciente de las posibilidades de una forma distinta de ver. Una   de   estas   posibilidades   es   obvia.   Si   pensamos   en   lo   que   Manuel Córdova aprendió en la selva del Amazonas, podemos ver que entrañaba el aprendizaje   de   ciertas   «facultades»   que   parecen   casi   míticas,   En   primer lugar,   la   facultad   de   participar   en   el   «inconsciente   colectivo»   de   la   tribu. Vemos que Córdova pudo ver una procesión de pájaros y otros animales y que   los   vio   de   forma   mucho   más   detallada   que   por   medio   de   la   percepción normal.   El   jefe   de   la   tribu   le   había   enseñado   a   hacer   uso   activo   de   su hemisferio   derecho,   que   a   su   vez   proporcionaba   mucha   más   riqueza   (más asociaciones) que la percepción visual normal. Sería   un   error   pensar   que   la   telepatía   es   una   facultad   «paranormal». Con   una   serie   de   experimentos   que   llevó   a   cabo   en   el   decenio   de   1960,   el doctor   Zaboj   V.   Harvalik,   físico   de   la   universidad   de   Misuri,   demostró   que tenía   una   base   científica.   Para   empezar,   Harvalik   se   sintió   intrigado   por   el arte   del   zahorí,   es   decir,   la   facultad   de   ver   lo   que   está   oculto   y   que,   al  parecer,   poseen   todos   los   pueblos   primitivos.   Al   observar   que   la   varilla   del zahorí, una ramita bifurcada que sostienen las dos manos por las dos puntas de la horquilla, reaccionaba siempre a una corriente eléctrica, empezó a sospechar   que   el   arte   del   zahorí   es   básicamente   eléctrico.   Hincó   verticalmente en tierra dos cañerías de agua, separadas por unos 18 metros, y conecto sus extremos con una batería potente. En cuanto encendió la corriente, la varilla reaccionó retorciéndose en sus manos. Hizo la prueba con algunos amigos y descubrió   que   todos   podían   hacer   de   zahorí   si   la   corriente   era   suficiente.   Una   quinta   parte   de   ellos   pudieron   detectar incluso   corrientes   de   sólo   dos   miliamperios.   Todos   mejoraron   de   forma constante con la práctica.
La radiestesia o rabdomancia es una actividad pseudocientífica que se basa en la afirmación de que los estímulos eléctricos, electromagnéticos, magnetismos y radiaciones de un cuerpo emisor pueden ser percibidos y, en ocasiones, manejados por una persona por medio de artefactos sencillos mantenidos en suspensión inestable como un péndulo, varillas “L”, o una horquilla que supuestamente amplifican la capacidad de magnetorrecepción del ser humano. Un zahorí, a veces llamado radiestesista o rabdomante, es alguien que afirma que puede detectar cambios del electromagnetismo a través del movimiento espontáneo, de dispositivos simples sostenidos por sus manos, normalmente una varilla de madera o metal en forma de “Y” ó “L” o un péndulo. Los zahoríes afirman ser capaces de detectar la existencia de flujos magneticos o líneas ley, corrientes de agua, vetas de minerales, lagos subterráneos, etc. a cualquier profundidad y sustentan la eficacia de la técnica en razones psicológicas, y los movimientos de los instrumentos por el efecto ideomotor. Mientras para algunos defensores de la técnica, se trataría de una habilidad explicable por la ciencia, otros la tratan de “facultad supranormal“. La radiestesia en su variante tradicional de búsqueda de aguas subterráneas es una práctica llevada a cabo desde hace al menos 4500 años. Ha sido ampliamente practicada desde tiempos remotos, a falta de conocimiento geológico o de instrumental científico, si bien hoy día sigue teniendo amplio uso en zonas rurales, a pesar de la falta de pruebas científicas sobre su eficacia. Los primeros intentos de explicación científica se basaban en la noción de que las varillas del zahorí eran físicamente afectadas por emanaciones de las sustancias de interés. Por ejemplo, William Pryce. en su Mineralogia Cornubiensis de 1778 de las que cientificos argumentan que “tales explicaciones no tienen actualmente sustento científico válido“.
En 1986, la revista Nature, incluyó el zahorismo en una lista de “efectos que se presuponían paranormales, pero que pueden ser explicados por la ciencia“. En concreto, el zahorismo puede ser explicado en términos de pistas sensoriales y conocimientos previos del zahorí, efectos de expectativas y probabilidad. Los escépticos y algunos creyentes piensan que el instrumento usado por el zahorí no tiene energía propia, sino que amplifica pequeños movimientos inconscientes de las manos, efecto conocido como efecto ideomotor. Esto haría de la varilla un instrumento de expresión de conocimiento o percepción subconsciente del adivino. Algunos autores afirman que el ser humano podría ser sensible a pequeños gradientes del campo magnético terrestre, aunque no hay evidencia sobre ello. El zahorismo, tal y como se practica hoy en día parece haberse originado en Alemania durante el siglo XV para encontrar metales. Ya en 1518 Martín Lutero la citaba como una violación del primer mandamiento, al considerarlo un acto de brujería en su obra Decem praecepta. En la edición de 1550 de la Cosmographia de Sebastian Münster aparece un grabado de un zahorí con una varilla en Y en unas extracciones mineras. En 1556, Georgius Agricola realiza una detallada descripción del zahorismo para la búsqueda de metales. En 1662, el jesuita Gaspar Schott afirmó que la práctica era una superstición, e incluso satánica, aunque posteriormente diría que no estaba seguro de que el diablo fuera siempre el que movía la varita. El uso de varas o ramas para la localización ha sido un elemento popular de las creencias populares de principios del siglo XIX en Nueva Inglaterra. Los primeros líderes mormones, religión surgida en esa época, participaron de esas creencias. Así, Oliver Cowdery, escriba del Libro de Mormón y uno de los doce apóstoles de la Iglesia Mormona, usó una varilla para practicar la adivinación. El término radiestesia aparece en inglés por primera vez en los años treinta, proveniente del francés radiésthesie creado hacia el año 1890 por el abad Alexis Bouly quien fundaría la Sociedad de Amigos de la Radiestesia.
Harvalik también reparó en que las personas que parecían incapaces de hacer   de   zahorí   «sintonizaban»   repentinamente   después   de   beber   un   vaso de   whisky. Era   obvio   que   el   whisky   las   relajaba   e   impedía   la   injerencia   del «lado izquierdo del cerebro». Harvalik   descubrió   que   una   tira   de   papel   de   aluminio   enrollada   en   la cabeza   bloquea   por   completo   la   capacidad   de   hacer   de   zahorí,   lo   cual también demuestra que el fenómeno es básicamente eléctrico o magnético. Un   maestro   zahorí   alemán   llamado   De   Boer   era   capaz   de   detectar corrientes bajísimas, de una milésima de miliamperio. Incluso podía detectar las señales de las emisoras de radio, para lo cual daba la vuelta lentamente hasta   quedar   de   cara   a   la   emisora.   Sintonizando   una   radio   portátil   en   la misma   dirección,   Harvalik   comprobaba   que   De   Boer   había   acertado. Asimismo,   De   Boer  podía  seleccionar  determinada   frecuencia   con  exclusión de   las   demás,   lo   cual   se   parecía   a   nuestra   capacidad   de   «sintonizar»   con conversaciones diferentes en una fiesta. Cuando alguien  inventó un  magnetómetro capaz de detectar  las  ondas cerebrales,   Harvalik   se   preguntó   si   un   zahorí   también   podría   captarlas.   Se colocaba de espaldas a una pantalla en su jardín, con tapones en los oídos, y   le   decía   a   algún   amigo   que   caminase   hacia   él   desde   el   otro   lado   de   la pantalla. La varilla de zahorí captaba la presencia del amigo cuando éste se hallaba a unos tres metros de distancia. La distancia se multiplicaba por dos si   Harvalik   le   pedía   al   amigo   que   pensara   en   cosas   «excitantes»,   por ejemplo en la sexualidad. Parece,   pues,   que   el   arte   del   zahorí   es   simplemente   la   facultad   de detectar   señales   eléctricas.   Pero   ¿cómo   las   detecta   la   varilla   de   zahorí?   Al parecer, alguna parte del cuerpo, que Harvalik dedujo que eran las glándulas   suprarrenales,   capta   la   señal   y   la   transmite   al   cerebro,   que   a   su vez hace que los músculos tengan convulsiones. Los músculos estriados que intervienen en ello están sometidos al control del lado derecho del cerebro     Los experimentos de Harvalik se describen en Christopher Bird,  The Divining Hand,  1979.  El arte del zahorí, al igual que la telepatía, es una facultad del lado derecho del cerebro.
Si el arte del zahorí y la telepatía tienen explicación científica, entonces es posible comprender cómo el chamán de la edad de piedra podía influir en el   movimiento   de   los   bisontes   o   los   ciervos   y   garantizar   el   éxito   de   los cazadores dibujando estos animales y poniendo así en marcha el proceso de «asociación» que describe Schwaller. En un libro titulado   Early Man   hay una especie de gráfico suelto que muestra la evolución del hombre desde los simiescos driopiteco y ramapiteco   hasta   el   hombre   moderno,   pasando   por   el   australopiteco   y   el Homo   erectus.   El  problema   de   los   gráficos   de   esta   clase   es  que   nos  dan   la idea   de   que   tuvo   lugar   una   progresión   ininterrumpida,   por   medio   de   la selección   natural   y   la   supervivencia   de   los   mejor   dotados,   que   llevó inevitablemente al  Homo sapiens sapiens. La   objeción   que   se   pone   a   este   panorama   es   que   hace   que   todo parezca   demasiado   mecánico.   Por   esto   el   libro   de   Cremo,   Forbidden  Archaeology,   ofrece un recordatorio oportuno de que no es el único punto de vista.   Con   la   sorprendente   afirmación   de   que   puede   que   el   hombre anatómicamente   moderno   lleve   millones   de   años   en   la   Tierra,   al   menos Cremo   hace   que   pongamos   en   duda   esta   visión   mecánica   de   la   evolución. Una   vez   más   hay   que   hacer   hincapié   en   que   la   visión   «mecánica»   no   es «darwiniana».  Darwin  nunca  fue  dogmático  hasta  el  extremo  de  afirmar  que la selección natural fuese el único mecanismo de la evolución. Son sólo sus seguidores   neodarwinianos   quienes   han   convertido   su   pensamiento   en dogma. Empecemos,   pues,   a   formular   una   historia   alternativa   suponiendo que   tal   vez   Mary   Leakey   tiene   razón   al   sugerir   la   posibilidad   de   que   un hombre que andaba con el cuerpo erguido y parecía «humano» existía ya en la Tierra hace tres millones y medio de años. También señaló que había estudiado un período de medio millón de años   en   la   garganta   de   Olduvai   durante   el   cual   no   hubo   cambios   en   las herramientas.   El   hombre   permaneció   invariable   porque   no   tenía   ningún motivo   para   evolucionar.   Dedicaba   la   mayor   parte   de   sus   energías simplemente  a permanecer vivo. En   tal   caso,   ¿por   qué   empezó   a   evolucionar   con   una   rapidez   tan grande,   que   se   da   al   acontecimiento   el   nombre   de   «la   explosión   del cerebro»?
Al hombre moderno le resulta casi imposible ponerse en el lugar de un ser  supuestamente  sin   civilización,   sin   cultura  y   sin   nada   más que   la   naturaleza   que   le rodeaba.   Hasta   los   indios   amahuacos   que   describe   Manuel   Córdova   vivían en   chozas   y   utilizaban   lanzas,   arcos   y   flechas.   Pero   al   menos   permiten   que nos   hagamos   una   idea   de   lo   que   debe   de   ser   vivir   en   contacto   con   la naturaleza de día y de noche. Los indios de Córdova leen todas las señales de   la   selva, todo   lo   que   se   ve   y   se   oye,   del   mismo   modo   que   nosotros leemos   el   periódico   de   la   mañana.   Y   nuestros   antepasados   remotos   debían de poseer la misma capacidad con el fin de sobrevivir. Tenemos   que   imaginárnoslos   rodeados   de   presencias, algunas   visibles,   algunas   invisibles.   Y   tenemos   que   imaginárnoslos   en estrecho   contacto   con   la   naturaleza,   más   estrecho   del   que   podemos concebir.   Schwaller   de   Lubicz   intenta   transmitir   cierto   sentido   de   la conciencia del hombre primitivo, aunque, forzoso es reconocerlo, se refiere a los egipcios antiguos: «… cada ser vivo está en contacto con todos los ritmos y armonías de todas las energías de su universo. El medio de este contacto es, por supuesto, la misma energía que contiene este ser vivo en particular. Nada separa este estado energético que hay dentro de un ser vivo individual de la energía en que se encuentra inmerso…». Dicho de otro modo, Schwaller ve al hombre y a los animales primitivo inmersos en un mar de energías como peces en el agua. Es como si fuera parte de ese mar, ún nudo de energía más denso que el que le rodea y   sostiene.   Schwaller   habla   de   neters,   palabra   egipcia   que   suele   traducirse por «dios» pero que aquí significa algo que está más cerca de una vibración de energía individual:  “… en   cada   mes   de   cada   estación   del   año,   cada   hora   del   día   tiene   su  neter,   porque   cada   una   de   estas   horas   tiene   su   carácter   propio.   Se sabe que la campanilla azul florece al amanecer y se cierra al mediodía como   la   flor   de   loto…   ciertas   frutas   requieren   el   sol   de   la   tarde   para madurar   y   adquirir   color…   Un   pimentero   joven,   por   ejemplo,   se   inclina hacia   el   sol   abrasador   de   la   mañana,   que   es   diferente   del   sol   de cocción   de   la   tarde…   sacaremos   la   conclusión   de   que   existe   una relación entre la fruta, por ejemplo, su sabor, y el sol de su maduración, y, en el caso del pimentero, entre el fuego de la pimienta y el fuego del sol. Hay una armonía en su «naturaleza»“.
Si un buen horticultor planta sus coliflores en el día de luna llena, y   un   mal   horticultor   las   planta   cuando   hay   luna   nueva,   el   primero obtendrá coliflores ricas y blancas y el segundo no cosechará más que plantas raquíticas. Es suficiente intentar esto para probarlo. Y lo mismo ocurre   con   todo   lo   que   crece   y   vive.   ¿Por   qué   estos   efectos?   ¿Rayos directos   del   sol   o   rayos   indirectos   reflejados   desde   la   luna?   Desde luego,   pero   por   otra   razón,   una   razón   menos   material:   la   armonía cósmica. Las razones puramente materiales ya no sirven para explicar por qué hay que tener en cuenta la estación, incluso el mes y la fecha exacta para obtener los mejores resultados. Entran en juego influencias cósmicas invisibles.Schwaller no sólo permite ver por   dentro   el   estado   anímico   de   los   egipcios,   sino   también   el   motivo   por   el  cual   el   hombre   primitivo   prestaba   tanta   atención   al   sol   y   a   la   luna.   Por   esto hacía   piedras   y   discos   solares   perfectamente   esféricos   y   por   esto,   más adelante,   enterraría   a   sus   muertos   en   túmulos   circulares.   El   sol  y   la   luna significaban   para   él   infinitamente   más   de   lo   que   puede   significar   para   el hombre moderno. Schwaller   hace   otro   comentario   fundamental   que   es   tan   válido   para   el primitivo   Homo   sapiens   como  para   los   antiguos   egipcios:   que   daban   por sentado   que   había   vida   después   de   la   muerte.   La   vida   en   la   tierra   era   sólo una pequeña parte del gran ciclo que empezaba y terminaría en otro mundo. Los   espíritus   de   la   naturaleza   y   los   espíritus   de   los   muertos eran   tan   reales   como   las   personas   vivas.   Las   complicadas   prácticas funerarias del hombre de Neandertal indican claramente que también él daba por   sentado   que   existía   vida   después   de   la   muerte. Y   lo   mismo   indican   las sugerencias   de   canibalismo   ritual,   porque   el   caníbal   tiene   la   intención   de absorber el principio vital de su enemigo. Podemos decir que los agujeros en los   cráneos   hallados   en   la   cueva   de   Chukutien,   que   hacen   pensar   que   el  hombre de Pekín era caníbal, también sugieren que creía en los espíritus.

Cualquier   clase   de   ritual   indica   un   nivel   de   inteligencia   que   supera   la meramente   animal.   Un   ritual   simboliza  acontecimientos   en  el   mundo   real.   Y un   símbolo   es   una   abstracción.   El   hombre   es   el   único   ser   capaz   de abstracción.   De   manera   que   si   el   hombre   de   Pekín   se   permitía   practicar   el canibalismo ritual, esto ya parecería sugerir que era verdaderamente humano.   Y   como   es   difícil   imaginar   alguna   clase   de   ritual   sin   comunicación, entonces también tenemos que imaginar que era capaz de hablar. Se cree que  «la explosión  del  cerebro»  se  debió  a   la  aparición  del   habla.  Y   esta   teoría   también   requiere   que   expliquemos   lo   que   el   hombre   primitivo tenía que decir. La sugerencia de canibalismo ritual y, por tanto, de religión, proporciona una respuesta. El hombre de Pekín no tenía ninguna necesidad de   preguntarle   a   su   esposa:   «¿Has   hecho   la   colada?».   Pero   si   vivía   en   el mundo rico y complejo que sugiere Schwaller de Lubicz, en el cual cada hora del  día  tenía  su   neter  o  vibración  individual,  y   en  el  que  el   sol,  la  luna  y   los espíritus de los muertos eran presencias vivas. Entonces la lengua tenía, por así decirlo, un objeto sobre el cual ejercitarse. El   hombre   de   Pekín   nos   proporciona   otra   pista.   En   1930,   Teilhard   de Chardin   visitó   al   abad   Breuil   en   París   y   le   enseñó   un   fragmento   de   hueso ennegrecido.   «¿Qué   piensa   usted   que  es   esto?»  El   abad   lo  examinó,   luego dijo:   «Es   un   fragmento   de   asta   de   ciervo   que   ha   sido   expuesto   al   fuego   y luego   trabajado   con   alguna   tosca   herramienta   de   piedra».   «¡Imposible! -exclamó   Teilhard-.   Procede   de   Chukutien».   «No   me   importa   de   dónde proceda   -dijo   Breuil-   El   hombre   le   dio   forma…   un   hombre   que   conocía   la utilización del fuego». El   fragmento   de   asta   tenía   alrededor   de   medio   millón   de   años   de antigüedad.   Y   dado   que   lo   habían   tallado   con   una   herramienta   después   de quemarlo, debemos suponer que primero lo quemaron deliberadamente. Así que el  Homo erectus  usaba el fuego.
 
Tenemos   que   pensar   que   se   proveía   de   fuego   cuando  veía  que   un relámpago   abatía   un   árbol   -o   algún   fenómeno   parecido-   y   entonces   se encargaba   de   que   continuara   ardiendo   siempre,   seguramente encomendando   a   algún   miembro   del   grupo   que   mantuviera   el   fuego encendido.   Y  es   obvio   que   este   concepto  de  mantener  un  fuego  encendido, durante   año   tras   año,   daría   al   «vigilante   del   fuego»   un   fuerte   sentido   de motivación   y   de   tener   una   meta.   Y   como   tener   una   meta   contribuye   a   la evolución,   he   aquí   otra   posible   causa   de   la   «explosión   del   cerebro».   Al parecer,   el   hombre   de   Pekín  conocía   el   fuego   y   tenía   alguna   clase   de   ritual religioso. Schwaller   hace   la   importante   observación   de   que   la   ciencia,   el   arte,   la medicina y la astronomía de los egipcios no deben verse como aspectos di- ferentes   de   la   vida   egipcia,   sino   que   todos   eran   aspectos   de   lo   mismo:   la religión en el sentido más amplio. La religión era idéntica al conocimiento. Lo   mismo   debía   de   suceder   en   el   caso   de   los   descendientes   del hombre de Pekín. Habían pasado del nivel meramente animal al nivel donde el   conocimiento   podía   definirse   empleando   algún   tipo   de   lenguaje.   Ver   un árbol   o   un   río   o   una   montaña   como   un   dios   -o,   mejor   dicho,   un   neter-   sería verlo   bajo   una   luz   nueva   y   extraña.   Incluso   hoy,   la   persona   que   se   ha convertido   a   una   religión   ve   el   mundo   bajo   esta   luz   extraña   que   hace   que todo   parezca   diferente.   George Bernard Shaw  hace   decir   a   un   personaje   de   Vuelta   a  Matusalén   que   desde   que   su   mente   despertó,   hasta   las   cosas   pequeñas resultan   ser   cosas   grandes.   Éste   es   el   efecto   del   conocimiento.   Trae   un sentido de la distancia del mundo material, y un sentido de control. Sin   embargo,   el   hombre   de   Neandertal   era   religioso   y,   aun   así, desapareció misteriosamente de la historia. Esto puede deberse a una sola razón: que el ser que   le   suplantó   tenía   un   sentido   aún   mayor   de   la   precisión   y   el   control.   Sin duda   el   hombre   de   Neandertal   tenía   su   propia   forma   de   magia   cinegética; pero, seguramente, comparada con la magia del hombre de Cro-Magnon, con sus chamanes y   rituales   y   dibujos   rupestres,   era   tan   tosca   como   una   bicicleta   comparada con un automóvil.

Este   sentido   de   la   precisión   y   el   control   aparece   ilustrado   en   una historia   que   Jacquetta   Hawkes   cuenta   en   su   libro   Man   and   the   Sun   (1962): “La   falta   de   cualquier   representación   o   símbolo   solar   en   el   arte   del paleolítico   tal   vez   no   signifique   que   el   sol   no   desempeñara absolutamente   ningún   papel   en   él.   Un   rito   que   se   practica   entre   los pigmeos   del   Congo   previene   contra   semejante   suposición.   Frobenius viajaba   a   través   de   la   jungla   con   varios   de   estos   hábiles   y   valientes pequeños   cazadores   cuando,   al   caer   la   noche,   surgió   la   necesidad   de carne   fresca.   El   hombre   blanco   preguntó   a   sus   compañeros   si   podían matar   un   antílope.   La   insensatez   de   la   pregunta   los   dejó   atónitos. Explicaron   que   aquel   día   no   podían   cazar   con   buenos   resultados porque   no   habían   hecho   los   preparativos   apropiados;   prometieron   que saldrían   de   cacería   por   la   mañana.   Frobenius   sintió   curiosidad   por saber en qué podían consistir los preparativos, así que se levantó antes de   que   amaneciera   y   se   escondió   en   la   cima   de   la   colina   que   habían elegido. Aparecieron todos los pigmeos del grupo, tres hombres y una mujer,   y   al   poco   alisaron   la   superficie   de   una   pequeña   extensión   de arena   y   trazaron   un   dibujo   en   ella.   Se   quedaron   esperando;   luego,   al salir   el   sol,   uno   de   los   hombres   disparó   una   flecha   contra   el   dibujo, mientras   la   mujer   alzaba   los   brazos   hacia   el   sol   y   profería exclamaciones.   Los   hombres   se   internaron   corriendo   en   la   selva.   Al acercarse   al   lugar,   Frobenius   se   encontró   con   que   el   dibujo representaba   un   antílope   y   la   flecha   estaba   clavada   en   el   cuello.   Más adelante,   después   de   que   los   cazadores   volvieran   con   un   hermoso antílope que tenía el cuello atravesado por una flecha, algunos de ellos arrancaron   mechones   de   pelo   del   animal   y   llenaron   una   calabaza   con su sangre, cubrieron el dibujo con todo ello y luego lo borraron”. Joseph Campbell   añade:   «Lo   más   importante   de   la   ceremonia   de   los   pigmeos era   que   se   celebrase   al   amanecer,   que   la   flecha   se   clavara   en   el antílope exactamente cuando un rayo de sol cayera sobre él…».
 
Es   fácil   ver   que   el   cazador   de   Cro-Magnon,   utilizando   esta   técnica,   se sentiría   como   el   moderno   cazador   que   emplea   un   fusil   de   gran   potencia dotado   de   mira   telescópica.   En   comparación,   la   magia   del   hombre   de Neandertal, que era más antigua, debía de parecer tan tosca como un arco y una flecha. Seguramente  fue   el   motivo   de   que   el   hombre   de Cro-Magnon   se   convirtiera   en   el   fundador   de   la   civilización.   Su   dominio   de   la «magia»   le   daba   un   sentido   de   optimismo,   de   tener   una   meta,   de   control, como ningún animal había poseído antes. Un   elemento   fundamental   de   esta   evolución   fue   la   autoridad   del   jefe. Entre   los   animales,   el   jefe   es   sencillamente   el   más   dominante.   Pero   si   el hombre de Cro-Magnon se parecía a sus descendientes de Egipto, Sumeria, Europa   o,   incluso,   al   jefe   de   los   indios   amahuacas   de   Brasil,   entonces   sus reyes no eran sencillamente figuras dotadas de autoridad, sino sacerdotes y chamanes, hombres que conocían a los «espíritus» y a los dioses. Esto tenía una   importancia   inmensa   para   el   hombre   antiguo.   Lo   mismo ocurría en el antiguo Egipto, bajo su faraón-dios. De manera que si hubo una civilización en la «Atlántida» antes de 11000  a.   de   C.,   y   en   Tiahuanaco  en  los   Andes,   así como  en   el   Egipto   predinástico,  entonces podemos afirmar categóricamente que se trataba de una «teocracia faraónica», gobernada por un rey del cual también se creía que era un dios. Las pirámides las construyeron hombres que creían de forma total y sin ninguna   duda   que   su   faraón   era   un   dios   y   que   erigir   tan   magníficas estructuras   significaba   servir   a   los   dioses.   Esta   creencia   da   a   una   sociedad una   meta   y   una   dirección   que   es   imposible   que   tenga   un   grupo   de   meros animales,   por   dominante   y   astuto   que   sea   su   jefe.   Cuando   el   hombre primitivo empezó a creer que el jefe de su tribu estaba en comunicación con los dioses, dio uno de los pasos más importantes en su evolución.

En el verano de 1933, un escocés de 39 años llamado Alexander Thom ancló su yate de vela en East Loch Roag, al noroeste de la isla de Lewis, en las Hébridas. Thom era un ingeniero aeronáutico cuya pasión de toda la vida era   navegar   a   vela.   Al   salir   la   luna,   alzó   los   ojos   y   vio   que   sobre   ella   se  recortaban las piedras verticales de Callanish, «el Stonehenge de Escocia». Después   de   cenar,   Thom   subió   andando   hasta   ellas   y   al   recorrer   con los   ojos   la   avenida   de   menhires,   se   dio   cuenta   de   que   su   eje   principal,   que iba de norte a sur, señalaba directamente la estrella Polar. Pero Thom sabía que   cuando   se   erigieron   las   piedras   -probablemente   antes   que   la   Gran Pirámide-   la   estrella   Polar   no   estaba   en   la   misma   posición   que   en   aquel momento.   ¿Cómo,   pues,   los   hombres   que   construyeron   el   monumento consiguieron señalar con tanta exactitud el norte geográfico? Haría falta algo más que conjeturas para lograr una precisión tan increíble como la que se ve en   Callanish.   Un   método   consistiría   en   observar   la   posición   exacta   del   sol naciente   y   del   sol   poniente   y   luego   bisecar   la   línea   entre   ellos. Pero   esto sólo  puede  hacerse  con exactitud  en  terreno  llano,  donde  ambos  horizontes están nivelados. Otro consistiría en observar alguna estrella cerca del polo al caer la noche, volver a observarla doce horas después, antes del amanecer, y   bisecar   esa   línea.   Thom   se   dio   cuenta   de   que   resultaría   una   tarea complicadísima   que   requeriría   el   empleo   de   plomadas   y   estacas   verticales. Era obvio que aquellos ingenieros antiguos estaban muy avanzados. Thom   empezó   a   estudiar   otros   círculos   de   piedras,   la   mayoría   de   los cuales   eran   virtualmente   desconocidos.   Quedó   convencido   de   que   sus constructores   eran  hombres  con  una  inteligencia  igual  a  la   suya,   o  superior: un   programa   de   televisión   sobre   las   ideas   de   Thom   los   llamó   «Einsteins prehistóricos». La   idea   dejó   estupefactos   a   la   mayoría   de   los arqueólogos.   El   astrónomo   sir   Norman   Lockyer   había   comentado,   hacia principios   del   siglo   XX,   que   Stonehenge   podía   ser   una   especie   de calculadora   astronómica   que   señalaba   las   posiciones   del   sol   y   de   la   luna, pero  nadie  había tomado  muy en serio sus palabras,  puesto que la  mayoría de   los   «expertos»   estaban   convencidos   de   que   los   constructores   de Stonehenge eran salvajes supersticiosos que probablemente llevaban a cabo sacrificios   humanos   en   la   piedra   que   hacía   de   altar.   Thom   afirmaba   ahora que, al contrario, eran geómetras magistrales.
 
Asimismo,   la   mayoría   de   los   círculos   de   piedra   no   eran   círculos.  Algunos   tenían   forma   de   huevo   y   otros,   de   letra   «D».   Sin   embargo,   la geometría   era   siempre   precisa,   como   pudo   descubrir   Thom   a   lo   largo   de años de estudio y cálculo. ¿Cómo lo hacían? Thom descubrió finalmente que los   «círculos»   estaban   construidos   alrededor   de   «triángulos   pitagóricos»,   es decir,   triángulos   cuyos   lados   tenían   una   longitud   de   3,   4   y   5   unidades respectivamente (por lo que el cuadrado de la hipotenusa era igual a la suma de los cuadrados de los otros dos lados). ¿Y   por   qué   querían   aquellos   círculos?   La   respuesta   era   en   este   caso más difícil. Seguramente para calcular cosas tales como las fases de la luna, el movimiento del sol entre los solsticios y los equinoccios y para predecir los eclipses.  Pero  ¿por  qué  querían   predecir  los   eclipses?  Thom  reconocía  que lo ignoraba, pero contaba la historia de dos antiguos astrónomos chinos que perdieron   la   cabeza   por   no   haber   predicho   un   eclipse,   lo   cual   significaba que los antiguos concedían una importancia inmensa a los eclipses. Había otro problema interesante. Si aquellos hombres antiguos eran tan buenos   en   geometría,   ¿cómo   lo   recordaban   todo?   Los   constructores   de megalitos aparentemente no nos han dejado ninguna tablilla de piedra o de barro en la que aparecieran  inscritas   proposiciones   geométricas.   Pero   la   verdad  es   que   nos consta   que   los   antiguos   griegos   se   sabían   las   obras   de   Homero   -y   de   otros poetas-   de   memoria.   Habían   cultivado   su   memoria   hasta   ser   capaces   de recitar cientos de miles de líneas. La   Iliada   y la  Odisea   que nosotros leemos en libros se habían transmitido durante siglos en la memoria de los bardos. De ahí que éstos fueran tan respetados. Cuando   murió   en   1985,   a   la   edad   de   91   años,   Alexander   Thom   ya   no era   considerado   un   chiflado.   Gran   número   de   respetables   arqueólogos   y expertos   en   historia   antigua   de   Inglaterra   se   habían   convertido   en   sus   más firmes   partidarios.   Asimismo,   el   astrónomo   británico   Gerald   Hawkins   había confirmado las aseveraciones más importantes de Thom introduciendo datos procedentes de monumentos como Stonehenge en su ordenador en Harvard y demostrando que existían alineamientos astronómicos.
Un bardo, en la historia antigua de Europa, era la persona encargada de transmitir las historias, las leyendas y poemas de forma oral además de cantar la historia de sus pueblos en largos poemas recitativos. Su trabajo era por lo normal ambulante, contando sus historias ante distintos públicos, con el objetivo de que no se perdieran; eran auténticos almacenes de la historia comunitaria, transmisores de noticias, mensajeros e incluso embajadores entre distintos pueblos. La palabra es un préstamo del protocéltico bardos o gwerh, específicamente, de como se hablaba entre los celtas de Irlanda, entre quienes se consideraban casi sagrados e inviolables, estando exentos de contribuciones y del servicio de las armas. Se destacaron también entre los Galos y galeses, y, con una tradición diferente, en los países de Escandinavia, donde se los conocía como skald. La elevación a la posición de bardo se verificaba todos los años en una competencia a los que asistían los principales bardos del país. Vestían de azul a diferencia de los druidas que lo hacían de blanco. Esa tradición de competencias anuales todavía persiste en festivales, el más famoso de los cuales es el Eisteddfod Nacional del país de Gales (que es parte de un ciclo de “Eisteddfodau“) In Irlanda se tienen los Fleadh Cheoil y en Bretaña, el Kan ar bobl. Ejemplos históricos y legendarios de bardo incluyen a Alan-a-Dale, Will Scarlet, Amergin y a Homero. De hecho, cada cultura tiene su narrador de historias o poeta, ya sea llamado bardo, skald, juglar (éste nombre es de la Edad Media) o de cualquier otra forma. Más tarde el término se aplicó a cualquier poeta e incluso músicos itinerantes. Un buen bardo debía ser de lengua ágil, corazón ligero y pies veloces (cuando todo lo demás fallaba).

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