Aqui un articulo como acostumbra hacelos el autor, extensos y referenciados.
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Por alguna razón extraña que nadie ha podido explicar, el hombre ha sido siempre un animal religioso. Los escépticos del siglo XVIII trataron de explicarlo de forma convincente diciendo que era una mera superstición. El hombre temía a las fuerzas naturales, así que personalizó los truenos y relámpagos como dioses y a ellos elevó sus rezos. Pero esto no explica por qué nuestros antepasados durante la glaciación de Riss, hace más de 200.000 años, quisieron hacer esferas perfectamente redondas, cuando no había ninguna aplicación práctica obvia para ellas.
Al parecer, la única explicación posible es que son objetos religiosos, una especie de disco solar. Y el Homo erectus, o quienquiera que las hiciese, sin duda no tenía ninguna necesidad de temer al sol. Asimismo, ciertas herramientas de pedernal que datan de la glaciación de Riss muestran una factura compleja que las eleva a la categoría de obras de arte, puesto que es indudable que van mucho más allá de cualquier requisito práctico. La glaciación de Riss (250.000-125.000 años) ocupa la última parte del Pleistoceno Medio. Su característica principal es la existencia de períodos fríos muy marcados, con una fauna muy adaptada al frío como son los elefantes, uros, ciervos y rinocerontes de narices tabicadas. El descenso del nivel del mar fue en algunas zonas de centenas de metros. En Boxgrove, en los Cotswolds, se hallaron herramientas parecidas que datan de hace medio millón de años. Esto induce a pensar que o bien los fabricantes de herramientas eran unos artistas que se enorgullecían de su trabajo y encontraban en él un medio de «realizarse», como dice el psicólogo Abraham Maslow, o que las herramientas eran objetos rituales que estaban relacionados con sacrificios religiosos y posíblemente con el canibalismo ritual. En ambos casos volvemos a tener indicios claros de que el hombre había evolucionado hasta dejar muy atrás la etapa del mono, incluso cuando su aspecto continuaba siendo muy simiesco.
Colin Henry Wilson (nacido el 26 de junio de 1931 en Leicester), es un escritor del Reino Unido, así como un destacado filósofo. Los principales temas de su obra son la criminalidad y el misticismo. Nacido y educado en Leicester, Reino Unido, dejó los estudios a los 16 años. Cuando tenía 24 años, publicó The Outsider (1956), que examina el papel del proscrito social en varias obras literarias y figuras culturales, donde examina a Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Ernest Hemingway, Hermann Hesse, Fyodor Dostoyevsky, William James, T. E. Lawrence, Vaslav Nijinsky y Vincent Van Gogh, y donde Wilson discute su percepción de la alienación social en su obra. El libro fue un éxito de ventas y ayudó a popularizar el existencialismo en Gran Bretaña. Sin embargo, el elogio de la crítica fue breve. Colin Wilson también ha escrito obras sobre temas metafísicos y ocultistas. En 1971 publicó The Occult: A History, realizando una exégesis de Aleister Crowley, G. I. Gurdjieff, Helena Petrovna Blavatsky, la cábala, la magia primitiva, Franz Anton Mesmer, Gregor Rasputin, Daniel Dunglas Home y Paracelso, entre otros. También escribió una biografía especialmente objetiva de Crowley: Aleister Crowley: The Nature of the Beast, así como biografías de Gurdjieff, C. G. Jung, Wilhem Reich, Rudolf Steiner, y P. D. Ouspensky. Originalmente Colin Wilson se concentró en el desarrollo de lo que llamaba la “Facultad X”, que incrementaba la percepción y proporcionaba habilidades como la telepatía o la percepción energética. En sus obras posteriores sugiere la posibilidad de la existencia de vida tras la muerte y de los espíritus, que personalmente analiza como miembro del “Ghost Club”. En 1996 escribió “From Atlantis to the Sphinx”, que en español se publicó con el título “El Mensaje Oculto De La Esfinge”, en el que me he basado para escribir éste y otros artículos.
Ahora bien, el impulso religioso se basa en la sensación de que hay un significado oculto en el mundo. Los animales consideran el universo como algo muy natural; pero la inteligencia lleva aparejada una sensación de misterio y busca respuestas donde la estupidez ni tan sólo es capaz de percibir interrogantes. Las montañas o los árboles gigantescos se convierten en dioses; los relámpagos y los truenos, también; y lo mismo el sol, la luna y las estrellas. Pero ¿por qué adquirió el hombre esta sensación de misterio, de significados ocultos? la explicación de que dicha sensación se basa en el miedo es insuficiente. Cuando un animal contempla el maravilloso espectáculo de un amanecer o un crepúsculo lo percibe solamente como un fenómeno natural. El hombre, en cambio, lo percibe como algo hermoso; el amanecer o el crepúsculo despierta cierta respuesta en él, igual que el aroma de la comida al prepararla. Pero la respuesta al aroma de la comida se debe al hambre física. ¿Qué clase de hambre despierta un crepúsculo? Si pudiéramos responder a esa pregunta, responderíamos a la pregunta de por qué el hombre es un animal religioso. Pero al menos podemos empezar. Cuando Émile Cartailhac vio los grabados de la cueva de Laugerie-Basse en Les Eyzies, reconoció inmediatamente que «hay aquí algo más que la prueba de un maravilloso temperamento artístico; aquí intervienen motivos e intenciones que desconocemos…». Descartó la idea de que el hombre de Cro-Magnon pintara porque tenía tiempo libre y señaló que los habitantes de las islas de los mares del Sur disponen de mucho tiempo libre pero casi nunca pintan en las rocas. En cambio, los bosquimanos que a duras penas subsistían produjeron abundancia de arte rupestre.
El hombre de Cro-Magnon es el nombre con el cual se suele designar al tipo humano correspondiente a ciertos fósiles de Homo sapiens, en especial los asociados a las cuevas de Europa en las que se encontraron pinturas rupestres. Suele castellanizarse y abreviarse como Cromañón, sobre todo para su uso en plural (cromañones). Cro-Magnon es la denominación local de una cueva francesa en la que se hallaron los fósiles a partir de los que se tipificó el grupo. Su datación (40 000 y 10 000 años de antigüedad) se toma como el hito que da comienzo al Paleolítico superior desde el punto de vista antropológico, mientras que el límite moderno no lo marca la aparición de ninguna modificación física, sino ambiental y cultural: el fin de la última glaciación y el comienzo del actual período interglaciar (periodo geológico Holoceno), con los periodos culturales denominados Mesolítico y el Neolítico. El uso del concepto “hombre de Cro-magnon” como alternativo a otras denominaciones está abandonado por los prehistoriadores y paleontólogos en la actualidad, aunque puede encontrarse su uso en las publicaciones, normalmente como sinónimo de Homo sapiens en el paleolítico, sin más precisiones. Los primeros hombres modernos europeos se agrupaban hasta hace poco en dos variedades: la raza de Cro-Magnon, más robusta, y la variedad de Combe Capel, Brno o Predmost, más grácil. En realidad, esta dicotomía pretendía justificar el binomio cultural Auriñaciense-Perigordiense y hoy en día se ha abandonado, estando sólo generalizado el uso del término cromañones para los hombres modernos paleolíticos. Variedades más tardías (hombre de Grimaldi o de Chancelade) tampoco parecen tener diferencias somáticas que justifiquen una completa diferenciación poblacional de tipo racial. No obstante, durante mucho tiempo se popularizó la errónea identificación de esos tres tipos humanos con las tres divisiones raciales o razas humanas de la antropología clásica: Cro-Magnon con la raza blanca o caucasoide, Grimaldi con la raza negra onegroide y Chancelade con los esquimales o raza amarilla o mongoloide.
Fueron los aborígenes australianos y los indios de América quienes finalmente proporcionaron la respuesta: los dibujos tenían finalidades mágicas. Su objetivo era crear una relación entre el cazador y su presa. El antropólogo Ivar Lissner lo explica en Man, God and Magic: «Se hechiza a un animal por medio de su efigie, y el alma del animal vivo corre la misma suerte que el alma de su segundo ser… Un cazador también puede representar la muerte de su presa de manera ceremonial matándola en efigie, utilizando ciertos rituales muy antiguos…». Así que tenemos una prueba más de que el hombre antiguo era un animal supersticioso. Pero ¿cómo es posible que fuera un animal tan estúpido que no cayese en la cuenta de que su magia no daba resultados y que cuando el chamán de la tribu celebraba alguna ceremonia complicada para atraer a los bisontes o los renos al lugar donde los cazadores les habían tendido una emboscada, los animales sencillamente no hacían acto de presencia? Dicho de otro modo, si la magia era ineficaz, ¿por qué el hombre no la abandonó al cabo de unas cuantas generaciones? Los escépticos contestarán que probablemente rezar no sirve para nada y, pese a ello, las personas siguen rezando. Pero se trata de un caso totalmente distinto. Las plegarias parecen encontrar respuesta con la frecuencia suficiente para dar pábulo a más plegarias; los escépticos afirman que son coincidencias o ilusiones vanas, y no hay ninguna manera obvia de decidir quién tiene razón. Pero un chamán tribal, como los que aparecen pintados en tantas cuevas de Dordoña, celebra un largo y complicado ritual la noche antes de la cacería y su objetivo es atraer animales a un lugar determinado. Si una y otra vez no daba resultado, los cazadores pronto se percatarían de que era una pérdida de tiempo. De hecho, hay indicios interesantes de que, por alguna razón extraña, sí parece dar resultados. Llama la atención que chamanes de todo el mundo, de culturas sin ninguna relación entre sí, tengan las mismas creencias básicas y los mismos métodos básicos.
Según Juan Ruiz Naupari, en su obra “Chamanimo esencial”: “El chamanismo antiguamente fue practicado por una élite sacerdotal y lo que conocemos como chamanismo, sobre todo en Perú, después de quinientos años, no es el chamanismo auténtico, porque este chamanismo está desprovisto de lo que es el trabajo de autodescubrimiento. Podríamos decir que el chamanismo que se practica ahora es como la medicina oficial, donde el paciente va al médico para que le solucione el problema y el doctor intenta solucionarle su afección a través de unas sustancias químicas sin llegar a la esencia de la enfermedad”. Y, en opinión de Michael Harner, en su obra“¿Qué es un chamán?”: “El chamanismo es un modo disciplinado de obtener ayuda y conocimientos, basado en la premisa de que no tenemos necesidad de limitarnos a operar en una realidad, una dimensión, cuando necesitamos ayuda. Existe otra realidad que nos puede prestar ayuda en la vida, una realidad llena de belleza y armonía, dispuesta a ofrecernos el mismo tipo de sabiduría sobre el que leemos en los escritos de los grandes místicos y profetas. Lo único que debemos hacer es mantener la mente libre de prejuicios y realizar el esfuerzo para seguir la senda del chamán”. El chamanismo se basa en la premisa de que el mundo visible está dominado por fuerzas o espíritus invisibles que afectan las vidas de los vivientes. A diferencia de las religiones organizadas como el animismo o el animatismo que están lideradas por párrocos y que todos los miembros de una sociedad practican, el chamanismo requiere conocimientos individualizados y capacidades especiales. Los chamanes actúan fuera de religiones asentadas, y, tradicionalmente, actúan solos. Los chamanes pueden juntarse en asociaciones, como han hecho los practicantes tántricos indios.
Hay muchas variantes de chamanismo en el mundo, con creencias compartidas por todas las formas de chamanismo. Los espíritus existen y juegan un importante papel tanto en las vidas individuales como en la sociedad humana. El chamán puede comunicarse con el mundo de los espíritus y distingue los espíritus buenos o malos. El chamán puede tratar enfermedades causadas por espíritus malignos y puede emplear técnicas para inducir trance para incitar éxtasis visionario. El espíritu del chamán puede dejar el cuerpo para entrar en el mundo sobrenatural para buscar respuestas y evoca imágenes de animales como guías de espíritus, presagios, y portadores de mensajes. Chamán se refería originalmente a los curanderos tradicionales de las áreas túrquicas-mongolas como el Norte de Asia (Siberia) y Mongolia; šamán es la palabra túrquica-tungú para practicante y significa “el/la que sabe“. Otros académicos afirman que la palabra viene directamente del idioma manchú. Según el profesor de la Universidad de Yale, E.Washburn Hopkins, “En su forma original parece ser una corrupción del sánscrito «shramana», que indica a un discípulo de Buda y entre los mongoles se convirtió en sinónimo de mago. En el uso contemporáneo, chamán se ha convertido en intercambiable con el término peyorativodoctor brujo. Esto es antropológicamente inexacto y ha levantado objeciones entre los académicos y los curanderos tradicionales que afirman que la palabra viene de un lugar, de una gente, y de un conjunto de prácticas específicas. Entre los indios americanos se conoce como curanderos o chamanes. A los chamanes en las culturas africanas se les conoce como “hechiceros”. El fenómeno del chamanismo se centra sobre la figura del chamán, que es una persona a la cual se cree dotada especialmente para tratar a través del mundo del espíritu. En cuanto a la medicina misma los poderes del chaman incluyen el poder curar a los enfermos. La palabra se deriva del idioma Ural-Altaico, que se habla en todo Asia Central y del Norte.
Se supone que el chamanismo también cruzó el Estrecho de Bering en los tiempos prehistóricos y se encuentra hoy entre los esquimales, aleutianos, tribus indias americanas en todo Norte y América del Sur y en África. Similares sistemas existen en la Península de Malasia, en Indonesia, y entre los aborígenes australianos y en tiempos recientes, en grupos remotos tribales en India y Corea. El hecho que la distribución del chamanismo se sitúe alrededor del océano Pacífico parece implicar un origen común. El chamanismo es la tradición más antigua del planeta y está en el subconsciente de todas las personas. Antes de nacer la religión ya existía el chamanismo, que es la conexión directa con el conocimiento cósmico, el conocimiento de las leyes que rigen el mundo. El chamán es una persona que alcanza esta conexión con el conocimiento. Porque existen leyes sociales, que son pasajeras y mutables, y existen las leyes cósmicas, que rigen nuestra vida de verdad. Cuando una persona está de acuerdo con las leyes cósmicas sabe lo que es la vida y cómo vivir. En el pasado un chamán era una persona que nacía con un estado un poco especial dentro de su pueblo y tenía más capacidad de soñar y de entrar en trance. Entonces era enseñado por la persona que anteriormente tenía esta habilidad; siempre fue una transmisión oral. Las personas piensan que el chamanismo es de América, pero su origen es siberiano. La palabra ‘chamán’ es originaria de la lengua siberiana, y quiere decir ‘aquél que sabe’. El chamanismo siberiano quedó oculto por 80 años de comunismo, durante el cual tradiciones espirituales fueron perseguidas y mucha gente fue asesinada. Ahora la tradición está resurgiendo.
En el volumen Primitive Mythology de su obra Las máscaras de Dios, publicada en 1959, Joseph Campbell, refiriéndose a la tribu ona de Tierra del Fuego y a los indios nagajnek de Alaska, comenta: «Sacados… de las dos comunidades cazadoras más primitivas de la Tierra, en polos opuestos del mundo, sin comunicación, ciertamente durante milenios, con ningún punto común de origen tradicional… los dos grupos tienen, no obstante, el mismo concepto del papel y el carácter del chamán…». Cita un ejemplo de magia chamánica que observó el antropólogo E. Lucas Bridges y que al principio decepciona porque parece un truco de prestidigitación. Bajo la nieve y a la luz de la luna, el chamán ona Houshken canta una salmodia durante un cuarto de hora antes de llevarse las manos a la boca y sacar una tira de piel de guanaco, más o menos del tamaño de un cordón de zapato. Luego aparta lentamente las manos hasta que la tira adquiere alrededor de 1,20 metros de longitud. Entonces entrega uno de los extremos a su hermano, que retrocede hasta que los 1,20 metros se convierten en unos 2,40. Seguidamente Houshken vuelve a coger la tira, se lleva la mano a la boca y se traga la tira. «Ni siquiera un avestruz hubiera podido tragarse 2,40 metros de piel de un solo golpe y sin ningún esfuerzo visible». Houshken no ha escondido la tira en una manga porque va desnudo. Después de esto, se saca de la boca algo que semeja masa de pan semitransparente que parece estar vivo y gira a gran velocidad. Luego, al separar más las manos, la «masa de pan» sencillamente desaparece. De nuevo da la impresión de que se trata de un juego de manos hasta que recordamos que el chamán está desnudo.
El archipiélago de Tierra del Fuego fue, en un tiempo, el hogar de cuatro tribus de indios. Los exploradores blancos los consideraban los más primitivos y brutales, y lamentaban sus saqueos. Inteligentes y con bastante cultura, el indio no podía entender el conservadorismo del hombre blanco. El indio siempre compartía todo con sus vecinos. Ahora estas tribus, antes tan numerosas, están casi extinguidas, sobre todo por las enfermedades traídas por el hombre blanco. Se trata de cuidar las especies de plantas o animales que tienden a desaparecer; pero nadie podrá proteger estos rezagos de tribus. La diversidad topográfica de Tierra del Fuego permite individualizar con relativa facilidad los territorios de los distintos aborígenes que la poblaron. Los Onas, numerosos y nómadas, recorrían la mayor parte de la isla grande siguiendo al guanaco . Vagaban a pie en grupos de familias, usando arcos y flechas, hechos con mucho cuidado. Muy corpulentos (algunos median más de 1,80 metros), eran excelentes rastreadores e incansables cazadores, vestían con pieles de guanaco y calzaban jumni (mocasín de piel) durante todo el año. Usaban cueros de guanaco (sin pelo e impermeabilizados con una mezcla de barro con saliva) para sus toldos. Se diferenciaban de sus vecinos del norte, los Tehuelches, en que usaban sus pieles con pelo por afuera, no tenían caballos, y los toldos estaban pintados de rojo sin diseños. Nunca usaban canoas, lanzas o arpones. Pescaban solamente con marea baja. Tenían cunas para los bebes, que usaban tatuajes en los brazos, y pintaban sus caras para mostrar sus sentimientos. Su idioma era menos rico que el Yahgan; pero tenían nombres para cada colina o valle más chico. Ona es una palabra Yahgan; ellos se llamaban a si mismos, Shelkman. Organizados socialmente en bandas o linajes, que habitaban un territorio de limites perfectamente definidos y respetados por las otras bandas, mantenían como unidad la familia. No eran jerárquicos y se regía por la reciprocidad y el acceso igualitario de cada grupo familiar a las fuentes de alimentación, vestido y habitación. Muchos Onas fueron muertos por los blancos y en peleas entre ellos mismos; pero perecieron más todavía por sarampión y otras enfermedades. El último hombre Ona puro en Tierra del Fuego, Esteban Yshton, murió en 1969. Otras Onas puras fallecidas recientemente son Lola Kispja, en 1966 (la ultima que vivió como sus antepasados) , y Angela Luij, quien murió en abril de 1974. Existen varios Onas mestizos en la isla de la Patagonia.
Tal como hemos indicado, el origen del chamanismo está en Siberia. Y también el origen del tantra. Todas las personas que piensan en el tantra piensan en la India, pero algunos investigadores muestran que el tantra es originario de los chamanes de Siberia. Las tradiciones taoístas son chamánicas. El Tíbet y Altay tienen gran conexión; la mitología griega, europea, tiene su origen en Altay. Se estima que el chamanismo siberiano surgió hace 40.000 años, y que es heredero de la sabiduría de civilizaciones hace tiempo extinguidas. Altay está en el sur de Siberia; son montañas. Está en la frontera con China, Kazajstán, Mongolia y Rusia. La mayor parte está en Rusia. Es un centro cultural, es cuna de la civilización; en Siberia están los vestigios más antiguos de cultura. En el sur de Chile están los mapuches, los araucanos; se han investigado las tradiciones araucanas y son como las siberianas: las hierbas que hay en el sur de Chile, de Argentina, que usan los araucanos, son originarias de Siberia. El pueblo que habitó América es de origen mongol; la raza originaria de Altay es mongol. Justamente el hecho de ser raíz y poder unirse con muchas tradiciones de conocimiento; y, en este momento, la existencia de un gran chamán vivo de Altay. El conocimiento vivo es el más alto nivel de energía que puede haber. Un maestro vivo es como un río que corre; cuando en una tradición un maestro no está vivo es como un río que fue embotellado, y se hunden las botellas. Un libro titulado Wizard of the Upper Amazon es tal vez la crónica más clara y más detallada que ofrece la literatura atropológica de la formación y la evolución de un chamán. En esta obra, que se ha convertido en un clásico de su campo, el explorador F. Bruce Lamb hace de amanuense de un joven peruano llamado Manuel Córdova, que en 1902 fue secuestrado por los indios amahuacas de Brasil. Córdova pasó siete años entre los indios y da cuenta detallada de su forma de vivir. Y como Córdova llegó a ser jefe de la tribu, también nos permite empezar a comprender lo que debía representar ser un cacique-chamán en el paleolítico. Para comprenderlo del todo, es necesario leer el libro entero, que transmite el notable sentido de unidad que existe en una tribu primitiva, en la cual cada uno de sus miembros es, en cierto modo, parte de un organismo. Pero la siguiente crónica breve servirá al menos para que quede claro por qué la «magia» parece desempeñar un papel inevitable en la existencia de los cazadores que viven en estrecho contacto con la naturaleza.
Uno de los capítulos más notables de Wizard of the Upper Amazon describe cómo el anciano jefe Xumu preparó a Córdova durante diez días con una dieta especial, que incluía brebajes que producían vómitos y diarrea y aceleraban los latidos del corazón. Luego, con otros miembros de la tribu, recibió un «extracto de visión» cuyo efecto fue inundarle de extrañas sensaciones, colores y visiones de animales y otras formas naturales. Hicieron falta muchas de estas sesiones antes de que Córdova pudiera dominar el caos que la droga producía… y que era el objetivo. Finalmente, una noche los indios se internaron mucho en la selva y pasaron varias horas recogiendo enredaderas y hojas. Luego trituraron lo que habían recogido y con un complicado ritual (salmodias incluidas) lo metieron en la olla de barro cocido. Los preparativos continuaron durante tres días y, una vez terminados, el extracto verde se echó en unos cacharros pequeños. Un cazador que pasaba por una temporada de mala suerte se acercó al jefe de la tribu y describió una serie de percances debido a los cuales su familia estaba medio muerta de inanición. El jefe le dijo que volviera la noche siguiente para la ceremonia del «extracto de visión» (honi xuma). En la ceremonia participó un grupo numeroso. Poco después de beber el extracto, empezaron las visiones en colores, que todos compartieron. El «canto de la boa» trajo una gigantesca boa constrictor que cruzó el claro de la selva seguida por otras serpientes, luego por un largo desfile de pájaros, entre los que había un águila gigantesca, que extendió las alas delante de ellos, les miró con ojos amarillos y centelleantes y abrió y cerró el pico varias veces. Después vinieron muchos más animales y Córdova explica que ya no recuerda muchas cosas de lo que sucedió, «porque el conocimiento no tenía su origen en mi conciencia ni en mi experiencia». Continuó toda la noche.
Al día siguiente, el jefe, Xumu, preguntó al cazador «con mala suerte» si ahora podía dominar a los espíritus de la selva. El hombre contestó que su comprensión se había renovado y que la selva satisfaría todas sus necesidades. Más adelante, Córdova se fue de caza. El día antes se celebraron complicados rituales, con bebida de pociones, baños de hierbas y exposición del cuerpo a varias clases de humos producidos quemando el pelo de un animal y plumas de un ave a la que cazarían. En medio de la ceremonia final, un búho se posó en una rama; los cazadores bailaron alrededor del animal mientras entonaban una salmodia ritual y le pedían que dirigiera sus flechas hacia los diversos animales que fueron nombrando. Finalmente, el búho se fue volando y se acostaron todos. Córdova describe la cacería y cuenta que tuvo que aprender a reconocer todas las señales de la selva: el olor de los mamíferos o las serpientes, el significado de una ramita quebrada o de una hoja caída. Y después de dar muerte a varios cerdos silvestres, el jefe del grupo de cazadores le describió el método que empleaban para tener la certeza de que los cerdos pasaran siempre por allí. Primero hay que matar al jefe de la manada, que suele ser una hembra, y enterrar su cabeza en un agujero pro-fundo, de cara a la dirección contraria a la que siguen los animales, en medio de salmodias rituales dirigidas a los espíritus de la selva. Si esto se hace correctamente, seguro que los cerdos pasarán siempre por aquel lugar cuando recorran su territorio, y si observan los hábitos de los animales, los cazadores siempre pueden estar al acecho cuando vuelvan. Una noche oyeron la peculiar llamada de un insecto. Los cazadores se pusieron alerta al instante y dos de ellos se internaron sigilosamente en la selva. Al cabo de unas horas, volvieron con un insecto envuelto en una hoja. Hicieron una jaula diminuta y explicaron que la posesión de un wyetee tee garantizaría buena caza. Al día siguiente, los cazadores se escondieron en chozas camufladas en los árboles alrededor del claro de la selva. Tal como habían predicho, el wyetee tee trajo tal abundancia de caza que tuvieron que construir otro tendedero para ahumarla.
Andando el tiempo, Xumu eligió a Córdova como sucesor. No lo hizo sencillamente porque Córdova supiera disparar con un fusil y tuviese espíritu empresarial suficiente para enseñar a la tribu a fabricar y vender caucho, sino porque poseía la clase de sensibilidad que le permitiría comprender a sus compañeros. Según explica: “Durante mi formación me di cuenta de que se producían cambios sutiles en mi proceso mental y en mis modos de pensamiento. Me fijé en un aceleramiento mental y en cierta clarividencia que me permitía prever acontecimientos y reacciones de la tribu. Concentrando mi atención en un solo individuo, podía adivinar sus reacciones y propósitos y prever lo que haría o lo que pensaba hacer… El anciano dijo que mi facultad de prever y conocer los acontecimientos futuros mejoraría y aumentaría, también que podría localizar e identificar objetos desde una gran distancia“. En efecto, Córdova tuvo visiones de la muerte de su madre que, al vol- ver a la civilización, comprobó que habían sido acertadas. El jefe indio también poseía esta facultad de la clarividencia. «Esperamos en el poblado durante muchos días después de que saliera el grupo de cazadores. Finalmente, el jefe dijo que volverían al día siguiente…». Y por supuesto, Xumu tenía razón. En todo el libro se ve claramente que gran parte de la «magia» de los indios es una especie de telepatía. Cuando Xumu se interna con él en la selva para una iniciación mágica, a Córdova no le cabe ninguna duda de que entre ellos hay comunicación telepática: «El jefe habló en tono bajo, agradable: “Empiezan las visiones”. Había captado por completo mi atención con estas palabras de magia. Al instante noté que desaparecían las barreras que pudiera haber entre nosotros; éramos como uno solo».
Entonces el jefe hace que aparezcan visiones que Córdova comparte. La explicación de los escépticos, de que el jefe no hace más que utilizar la sugestión, no se ajusta a los hechos. El jefe dice: «Empecemos por los pájaros», y aparece la imagen increíblemente detallada de un pájaro. Según Córdova: «Nunca había percibido yo imágenes visuales tan detalladas… Entonces el jefe hizo que apareciese una hembra y el macho ejecutó su danza de apareamaiento. Oí todos los cantos, llamadas y otros sonidos. Su variedad superaba todo lo que había oído hasta entonces». Más adelante hay otra descripción larga de visiones que compartió toda la tribu. Después de beber el «extracto de visión», una salmodia da origen a una procesión de animales, entre los que hay un jaguar enorme. Según Córdova: «Este animal tremendo avanzaba arrastrando los pies y con la cabeza baja, la boca abierta y la lengua colgando. Dientes horribles y grandes llenaban la boca abierta. Un cambio instantáneo de porte para adoptar un aire de alerta malévola hizo temblar al círculo de visionarios de fantasmas». De hecho, Córdova se dio cuenta de que era él quien había provocado la aparición del jaguar, con el que una vez se había encontrado en un sendero de la selva y al que había mirado fijamente hasta obligarle a apartar los ojos. Los demás miembros de la tribu también reconocieron esto y el resultado fue que dieron a Córdova el apodo de «Jaguar». Córdova habla luego de escenas de combate con tribus enemigas y con los caucheros invasores que habían obligado a los amahuacas a buscar nuevos territorios. Tiene visiones de un poblado en llamas y del jefe matando a un plantador de caucho. El «espectáculo» termina con escenas en su nuevo poblado. Es obvio que en esta sesión visionaria todos ven lo mismo, como si estuvieran sentados en un cine viendo una película. Pero la película es una creación de sus propias mentes. En su introducción a Wizard of the Upper Amazon, Andrew Weil, investigador de Harvard, comenta: «Evidentemente, estos indios experimentan el inconsciente colectivo como una realidad inmediata, no sólo como una construcción intelectual».
Más adelante, Córdova cuenta que al morir el anciano jefe, él ocupa su lugar. Descubre que durante las visiones causadas por la droga, las salmodias le permiten controlar lo que se ve: “Por complicadas y extrañas que fueran las visiones, obedecían a mis deseos tal como los expresaba cantando. Cuando se dieron cuenta de que yo dominaba sus visiones, todos los hombres consideraron que mi posición era infinitamente superior a la suya. Adquirí al mismo tiempo una conciencia más aguda de mi entorno y de la gente que tenía a mi alrededor… una sensación de clarividencia que me permitía prever cualquier situación difícil que pudiera producirse…“. También hereda del anciano jefe la facultad de hacer uso de sus sueños. «Una noche, en el campamento de la boa, en sueños tuve visiones de que algo iba mal en Xanada…» Al volver, pudo comprobar que una tribu vecina estaba invadiendo su territorio. Cuando finalmente regresó a la civilización, Córdova conservó lo que el anciano jefe le había enseñado. Las visiones de la muerte de su madre, durante una epidemia de gripe, resultaron ciertas. Y «por extraño que pueda parecerles, como mínimo he visto por anticipado otros dos acontecimientos importantes de mi vida. Explíquenlo como les plazca, pero yo creo que fue resultado de lo que me enseñó Xumu». Un escéptico objetaría que todas estas cosas no prueban nada. Córdova sencillamente había tomado parte en rituales que los indios creían que producirían resultados y cuando llegaron los resultados creyeron que su magia había sido la causa. Sin embargo, esto es sencillamente todo lo contrario de la impresión que transmite Wizard of the Upper Amazon, en el que no puede haber duda alguna, como dice Andrew Weil, de que estamos hablando del «inconsciente colectivo» como de una realidad cotidiana.
El siguiente ejemplo de poder chamánico no puede explicarse diciendo que fue algún tipo de autoengaño colectivo. Sir Arthur Francis Grimble era un administrador colonial británico que en 1914 pasó a desempeñar el cargo de comisario residente en las islas Gilbert, en el océano Pacífico. Más adelante describiría los cinco años que pasó en la islas en una autobiografía titulada Pattern of Islands (1952), que obtuvo un gran éxito. El libro se ocupa principalmente de la vida cotidiana y el autor utiliza un tono realista que es muy apropiado. Sin embargo, en uno de los capítulos describe un acontecimiento tan extraño que parece no tener ninguna explicación normal. Un anciano jefe llamado Kitiona criticó la delgadez de Grimble y le recomendó que comiese carne de marsopa. Grimble preguntó cómo podía adquirir carne de marsopa y le dijeron que el primo hermano de Kitiona, que vivía en el poblado de Kuma, era «llamador de marsopas» hereditario. Grimble había oído hablar de lo de «llamar a las marsopas», es decir, de que ciertos chamanes poseían la facultad de hacer que las marsopas salieran a la orilla mediante alguna clase de magia. Grimble la clasificaba con el truco indio de la soga. Preguntó cómo se hacía y le contestaron que dependía de poder tener cierto sueño. Si el «llamador de marsopas» lograba tener dicho sueño, el espíritu salía de su cuerpo y podía visitar a la gente-marsopa e invitarla a un banquete y un baile en el poblado de Kuma. Cuando las marsopas llegaban al puerto, el espíritu del soñador, regresaba apresuradamente a su cuerpo y alertaba a la tribu. Grimble se mostró interesado y Kitiona prometió que mandaría su canoa a buscarle cuando su primo estuviese preparado. A su debido tiempo llegó la canoa y Grimble fue llevado a Kuma. Llegó acalorado, sudoroso e irritable, y fue recibido por un hombre gordo y amistoso que le explicó que era el «llamador de marsopas». El hombre se metió en una choza protegida por hojas de cocotero recién trenzadas. «Emprendo mi viaje», dijo al despedirse. Grimble se instaló en la choza contigua.
Dieron las cuatro, que era la hora en que debían producirse resultados según había prometido el mago, pero no pasó nada. Sin embargo, las mujeres estaban trenzando guirnaldas, como si fuera a celebrarse una fiesta, al tiempo que iban llegando amigos y parientes de los poblados vecinos. A pesar del ambiente festivo, hacía un calor agobiante. La fe de Grimble empezaba a flaquear a causa de la tensión cuando de la choza del soñador salió un aullido sofocado. Grimble dió un salto y vió que su pesado cuerpo salía disparado de cabeza a través de las pantallas de hojas. Cayó cuan largo era, se levantó trabajosamente y con pasos vacilantes se apartó de la choza, la saliva brillando en su mentón. Se quedó de pie unos instantes, dando manotazos en el aire y quejándose con una extraña nota aguda que hacía pensar en un perrito. Luego empezó a hablar a borbotones: «¡Teirake! ¡Teirake! (¡Levantaos! ¡Levantaos!)… ¡Que vienen, que vienen! Bajemos a recibirlas». Echó a andar pesadamente en dirección a la playa. Un rugido se alzó del poblado: «¡Que vienen, que vienen!». Grimble se encontró corriendo a la desbandada con otras mil personas hasta los bajíos, chillando a todo pulmón que nuestras amigas del oeste ya venían. Grimble corría detrás del soñador y los otros convergieron en él desde el norte y el sur. Se desplegaron formando una larga línea, unos al lado de otros, y siguieron corriendo atropelladamente por los bajíos. Grimble acababa de meter la cabeza en el agua para refrescarse cuando un hombre que corría cerca profirió un aullido y señaló; otros le imitaron, pero al principio no pudó ver nada debido a los reflejos cegadores del sol en el agua. Cuando por fin pudó verlas, todos chillaban como locos. Según Grimble, “ya estaban bastante cerca, avanzando hacia nosotros a gran velocidad. Cuando llegaron al borde de las aguas azules junto al arrecife, aflojaron la velocidad, se desplegaron y empezaron a nadar hacia atrás y hacia delante enfrente de la línea que formábamos nosotros. Entonces, de repente, desaparecieron“.
En medio del silencio tenso que se produjo a continuación, pensó que se habían ido. La decepción era tan grande que Grimble no se paró a pensar que, aun así, acababa de ver una cosa muy extraña. Estaba a punto de tocar la espalda del soñador para despedirse cuando se volvió hacia Grimble con cara tranquila y musitó, al tiempo que señalaba hacia abajo: «El rey procedente del oeste viene a verme». los ojos de Grimble siguieron su mano. Allí, a menos de diez metros, estaba la enorme silueta de una marsopa suspendida como una sombra reluciente en las aguas verdes y cristalinas. Detrás de ella había toda una flotilla de marsopas. Y Grimble explica: “Avanzaban hacia nosotros en extensa formación con separaciones de dos o tres metros entre ellas y cubrían todo el espacio que alcanzaba mi vista. Se movían tan lentamente que parecían estar en trance. Su jefe pasó muy cerca de las piernas del soñador. Éste se volvió sin decir palabra y echó a andar a su lado camino de las bajíos, sin prisas. Yo la seguía a uno o dos pasos de su cola casi inmóvil. Vi que a derecha e izquierda de nosotros otros grupos se volvían de cara a la playa de uno en uno, los brazos alzados, la cara inclinada sobre el agua. Brotó un parloteo en voz baja y retrocedí un poco para poder abarcar toda la escena. La gente del poblado daba la bienvenida a sus invitados a tierra con palabras arrulladoras. Sólo los hombres andaban al lado de las marsopas; las mujeres y los niños seguían su estela y batían palmas suavemente para marcar el ritmo de una danza. Al acercanos a los bajíos de color verde esmeralda, la quilla de las marsopas empezó a tocar la arena y los animales movieron las aletas como si pidieran ayuda. Los hombres se inclinaron para rodearlas con los brazos y ayudarlas a salvar los obstáculos. Las marsopas no mostraban la menor señal de alarma. Era como si su único deseo fuese alcanzar la playa“.
Y Grimble sigue explicando: “Cuando el agua sólo nos llegaba hasta los muslos, el soñador alzó repentinamente los brazos y llamó. Los hombres situados en los flancos se acercaron para rodear a las visitantes, diez o más hombres por cada animal. «¡Arriba!» , gritó entonces el soñador, y los pesados cuerpos negros fueron medio arrastrados y medio llevados a cuestas, sin que se resistieran, hasta el borde de la marea. Allí los depositaron en tierra, aquellas formas bellas y dignas, totalmente en paz, mientras el infierno se desataba a su alrededor. Hombres, mujeres y niños empezaron a dar saltos y a hacer gestos mientras proferían chillidos que desgarraban el cielo; luego se quitaron las guirnaldas y las arrojaron alrededor de los cuerpos inmóviles, empujados por una súbita y terrible furia de jactancia y burla. Mi cerebro todavía se resiste a recordar aquella última escena: la gente enloquecida, los animales tan triunfalmente quietos. Los dejamos con las guirnaldas donde yacían y volvimos a nuestras casas. Más tarde, cuando la marea se retiró y quedaron varadas lejos del agua, los hombres bajaron con cuchillos para cortarlas en pedazos. Aquella noche hubo banquete y baile en Kuma. Reservaron para mí una porción de carne como la que reciben los jefes. Esperaban que la hiciera curar y que fuese la dieta para mi delgadez. La salaron debidamente, pero no me sentí con ánimos de comerla…“. Parece claro que no hay gran diferencia entre la «magia» que Córdova aprendió en el Alto Amazonas y la magia de los «Ilamadores de marsopas» en el Pacífico Sur. Aparentemente, ambas se basan en alguna extraña capacidad telepática o en lo que Weil llama «el inconsciente colectivo». Puede parecer que al aventurarnos a entrar en este reino de la «magia» primitiva hemos dejado atrás todo el sentido común. Sin embargo, aunque resulte extraño, la sugerencia de que soñar puede producir facultades «paranormales» o, mejor dicho, aprovechar facultades que todos poseemos, cuenta con cierto respaldo científico.
A principios del decenio de 1980, el doctor Andreas Mavromatis, de la Brunel University de Londres, dirigió a un grupo de estudiantes en la exploración de los «estados hipnagógicos», es decir, los estados de la conciencia entre el sueño y la vigilia. En un libro titulado Mental Radio (1930), el novelista norteamericano Upton Sinclair habló de las facultades telepáticas de su esposa, May, que había sido telepática desde la infancia. May Sinclair explicó que para llegar a un estado mental telepático, ante todo tenía que concentrarse. No concentrarse en algo, sino sencillamente estar muy alerta. Luego tenía que producir una profunda relajación, hasta encontrarse al borde del sueño. Una vez en tal estado, la telepatía era posible. Mavromatis aprendió solo a hacer lo mismo: a provocar estados de concentración y profunda relajación simultáneas. Lo que ocurre en estos es que vemos ciertas imágenes o situaciones con extrema claridad. La escritora Colin Henry Wilson describe su propia experiencia: “Yo mismo lo conseguí por casualidad después de leer el libro de Mavromatis titulado Hypnogogia. Hacia el amanecer, me desperté a medias, flotando todavía a la deriva en una agradable somnolencia, y me encontré contemplando un paisaje montañoso dentro de mi cabeza. Era consciente de que estaba despierto y de yacer en la cama, pero también de contemplar las montañas y el paisaje de color blanco, exactamente como si estuviera mirando algo en la pantalla de un televisor. Poco después de esto, volví a quedarme dormido. La parte más interesante de la experiencia fue la sensación de contemplar el paisaje, de poder concentrarme en él y desviar mi atención, exactamente igual que cuando estaba despierto“.
Un día, cuando Mavromatis estaba medio dormido en un círculo de estudiantes, escuchando mientras uno de ellos «psicometraba» algún objeto que tenía en la mano, tratando de «sentir» su historia, empezó a «ver» las escenas que el estudiante estaba describiendo. Luego empezó a alterar sus visiones hipnagógicas, capacidad que había adquirido por medio de la práctica, y descubrió que el estudiante empezaba a describir sus visiones alteradas. Convencido ahora de que los estados hipnagógicos estimulan la telepatía, pidió a los estudiantes que «captasen» las escenas que él imaginaba y comprobó que lo conseguían con frecuencia. Su conclusión es que «algunas imágenes hipnagógicas que aparentemente “no hacen al caso” podrían… ser fenómenos con sentido que pertenecieran a otra mente». Dicho de otro modo, que T. S. Eliot podría estar equivocado al pensar que «cada uno de nosotros piensa en la llave, cada uno en su prisión». Tal vez, como sugirió Blake, el hombre puede salir de su prisión interior «en el momento que lo desee». La telepatía es, de hecho, quizá la más probada de las facultades «paranormales» y, en general, los estudiosos de lo paranormal están de acuerdo en que las pruebas de su existencia son irrefutables. El libro de Mavromatis va más allá y sugiere que hay un vínculo entre la telepatía y los estados oníricos. Diríase, pues, que lo que Mavromatis ha reproducido bajo control con sus estudiantes es lo que los indios amahuacas eran capaces de hacer utilizando drogas psicotrópicas bajo la dirección de su chamán: alcanzar la «conciencia de grupo». Es posible imaginar lo que sucedió cuando el «llamador de marsopas» entró en su choza. Al igual que Mavromatis, se había enseñado a sí mismo el arte de soñar de forma controlada: de sumirse en un trance hipnagógico que él podía controlar. Tenemos que suponer que entonces podía dirigir sus sueños hacia el reino de las marsopas y comunicarse directamente con ellas. Los experimentos efectuados con marsopas inducen a pensar que son animales muy telepáticos. Por medio de la «hipnosis» las marsopas fueron inducidas a nadar hasta tierra y permitir que las sacasen a la playa.
En Man, God and Magic, Ivar Lissner señala que hace unos 20.000 años, en el umbral entre la auriñaciense y la magdalaniense, de repente dejaron de hacerse retratos y estatuillas de figuras humanas. «Parece obvio que los artistas ya no se atrevían a representar la forma humana en efigie». Lo que sugiere es claro. Nuestros antepasados creían firmemente que la magia cinegética, con el uso de representaciones de la presa, era eficaz y mortífera, y que de ningún modo debían representarse seres humanos. Volvamos una vez más a la pregunta: ¿por qué el hombre ha evolucionado tan rápidamente en el último medio millón de años, y en particular en los últimos 50.000, cuando su evolución había estado virtualmente estancada durante millones de años? En términos darwinistas no hay ninguna respuesta obvia. Que nosotros sepamos, no «sucedió» nada que de repente obligase al hombre a adaptarse mediante un aumento de la inteligencia. Lo que se sugiere es la posibilidad de que la respuesta no sea obviamente «darwinista». El propio Darwin no era un darwinista rígido, ya que aceptó la opinión de Lamarck en el sentido de que los seres pueden evolucionar porque quieren. Pero no aceptó que esto fuera el mecanismo principal de la evolución. Más recientemente, sir Julian Huxley, que era darwinista, sugirió que, en su etapa actual, el hombre se ha convertido en el «director ejecutivo de la evolución»; esto es, ahora tiene la inteligencia necesaria para hacerse cargo de su propia evolución.Lo que sugiere Huxley es que el hombre se encuentra ahora en condiciones de reconocer qué cambios son necesarios en el medio ambiente y en la especie humana, y está dispuesto a efectuarlos. Pero Huxley opina que se trata de un fenómeno bastante reciente.
Sin embargo, Huxley también reconoce la capacidad del hombre de verse inspirado por el hecho de tener una meta. En realidad, disfruta haciendo cambios. El hombre medio acepta la vida tal como se presenta y se adapta a ella. Por eso el australopiteco continuó siendo el australopiteco durante dos millones de años o más. Al mismo tiempo, sin embargo, lo que más gusta al hombre es el cambio. Trabajará con ahínco para mudarse de una casita de una sola habitación a una casa adosada; para cambiar su bicicleta por un coche y su radio por un televisor. Lo único que necesita es que le muestren la posibilidad. Sólo permance estático mientras no ve ninguna posibilidad de cambio. La religión misma introduce la posibilidad de cambiar. En vez de no dar importancia a los árboles, las montañas y los lagos, el hombre creyó que eran la morada de los dioses o de los espíritus de la naturaleza. Y, además, de unos espíritus a los que se podía apaciguar dirigiéndose a ellos de la manera apropiada. Así que cuando sale a cazar un animal, ya no se fía exclusivamente de su lanza y su hacha de piedra, sino que, además, reza pidiendo que las cosas vayan bien y quizá celebra ciertos rituales y hace ciertas ofrendas. En este sentido, la actitud ante su propia vida se ha vuelto activa en vez de pasiva. Es el principio de una sensación de control. En 1950, el doctor Ralph Solecki, del Smithsonian Institute, accedió a formar parte de una expedición al Kurdistán iraquí para excavar en cuevas donde se habían encontrado huesos del hombre de Neandertal. En un libro titulado Shanidar, The Humanity of Neanderthal Man (1971), describe sus hallazgos en la cueva de Shanidar: “Descubrió en ella esqueletos de varios neandertales que habían muerto a causa de un derrumbamiento y a los que habían enterrado de manera ritual. Las cenizas y los restos de comida que se encontraron sobre las sepulturas sugerían un banquete fúnebre, a la vez que ocho tipos diferentes de polen de flores silvestres de vivos colores parecían indicar que habían cubierto los muertos con una colcha de flores, o habían hecho una pantalla con ellas. El esqueleto de un hombre viejo e incapacitado que obviamente no había podido trabajar durante muchos años reveló que cuidaban a sus ancianos. Estaba claro que aquella gente tenía creencias religiosas de alguna clase“.
Asimismo, en una cueva de La Quina, en Dordoña, entre las herramientas que se recuperaron había no menos de 76 esferas perfectas. Había también un disco plano de pedernal delicadamente trabajado, de 20 centímetros de diámetro, sin ningún propósito concebible, excepto como disco solar. El hombre de Neandertal enterraba a sus muertos revestidos con el pigmento llamado «almagre», hábito que, al parecer, tomó en préstamo el hombre de Cro-Magnon. En Sudáfrica se han encontrado muchas minas de almagre neandertales, la más antigua de las cuales tiene cien mil años. De uno de los yacimientos mayores se habían extraído un millón de kilos de mineral; luego habían vuelto a llenar cuidadosamente el agujero, es de suponer que para aplacar a los espíritus de la tierra. Todo esto explica por qué el subtítulo del libro de Solecki es The Humanity of Neanderthal Man. Puede que estos seres tuvieran cara simiesca, pero eran decididamente humanos. Y está claro que eran religiosos. Sin embargo, en ningún yacimiento neandertal del mundo se ha encontrado el menor vestigio de arte rupestre. Resulta extraño que el hombre de Neandertal poseyera almagre e incluso «lápices» de dióxido de manganeso negro (que se encontraron en Pech-de-l’Aze) y que, pese a ello, nunca los usara para dibujar una imagen en una superficie plana. Diríase que el hombre de Neandertal era religioso, pero que no practicaba la «magia», como los cromañones que le suplantaron. ¿Es posible que la religión y la «magia» den las pistas que permitan aclarar por qué el hombre evolucionó tan rápidamente durante el último medio millón de años? Es verdad que no sabemos nada de la evolución que pudo tener lugar entre los cráneos «canibalizados» del hombre de Pekín hace medio millón de años y el entierro ritual del neandertal hace cien mil años, a menos que las herramientas de la glaciación de Riss (a las que ya hemos hecho referencia) se usaran con fines rituales. Pero las minas de almagre neandertales revelan que se produjo alguna evolución importante y que esta evolución estuvo relacionada con la religión y el enterramiento. ¿Veneraban el almagre, como ha sugerido Stan Gooch, porque tenía el color de la sangre?
El Hombre de Pekín (Homo erectus pekinensis) es una subespecie de Homo erectus propia de China. Su nombre alude a que sus restos fósiles se descubrieron al suroeste de Pekín, en una cueva de la localidad de Zhoukoudian. Los restos fueron encontrados entre 1921 y 1937 y datan de hace entre 500 000 y 250 000 años. Es especialmente popular porque en el momento de su descubrimiento fue considerado el primer “eslabón perdido” que justificaba la teoría de la evolución. El yacimiento de Zhoukoudian fue catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde el año 1987. Durante años los habitantes de la zona vendían a los extranjeros toda suerte de dientes de aspecto extraño o antiguo, pretendiendo que eran dientes de dragón, y el azar se presentó cuando uno de estos dientes fue a dar a manos de un científico sueco, quien, al estudiarlo, lo reconoció como perteneciente a un mamífero extinto. Se pesquisó el origen de ese diente y se estableció que provenía de una cueva de Pekín. Las investigaciones comenzaron en 1921. De acuerdo con el relato posterior de Otto Zdansky, que trabajaba para el geólogo Gohan Anderson, un habitante de la zona llevó a los arqueólogos hasta lo que hoy en día se conoce como la Colina del Hueso del Dragón, un lugar lleno de huesos fosilizados. Zdansky comenzó su propia excavación y finalmente encontró huesos que parecían molares humanos. En 1926 los llevó a la Facultad de Medicina de Pekín, donde el anatomista Davidson Black los analizó. Posteriormente, publicaría su descubrimiento en la revistaNature, con el nombre de Sinanthropus pekinensis (hombre chino de Pekín). Los primeros especímenes de Homo erectus habían sido encontrados en Java en 1891 por Eugène Dubois. El hombre de Java fue inicialmente bautizado como Pithecanthropus erectus pero más tarde fue transferido al género Homo. La Fundación Rockefeller accedió a patrocinar los trabajos en Zhoukodian. Hacia 1929, los arqueólogos chinos Yang Zhongjian y Pei Wenzhong, y posteriormente Jia Lanpo, se hicieron cargo de la excavación. Durante los siguientes siete años desenterraron fósiles de más de cuarenta especímenes de adultos, jóvenes y niños, incluyendo seis bóvedas craneanas casi completas. Se cree que el lugar era un sitio de enterramiento. El paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin y el antropólogo Franz Weidenreich también participaron en los descubrimientos.
Las excavaciones terminaron en julio de 1937, cuando los japoneses ocuparon Pekín durante la Segunda Guerra Sino-japonesa. Los fósiles fueron puestos a salvo en el Laboratorio del Cenozoico de la Facultad de Medicina. En noviembre de 1941, el secretario Hu Chengzi los envió a Estados Unidos para protegerlos de la inminente invasión japonesa. Sin embargo, en el camino hasta la ciudad portuaria de Qinghuangdao, desaparecieron, supuestamente a manos de un grupo de marines que los japoneses habían capturado al comienzo de la guerra con Estados Unidos. Se intentó encontrar los huesos pero sin resultado. En 1972, el financiero estadounidense Christopher Janus prometió una recompensa de cinco mil dólares a cambio de los cráneos perdidos; una mujer contactó con él pidiendo 500 000 dólares, pero no se volvió a saber más de ella. Janus fue posteriormente acusado de desfalco. En julio de 2005, coincidiendo con el sexagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno chino estableció una comisión encargada de encontrar los fósiles. Existen diversas conjeturas sobre qué ocurrió realmente con los huesos, incluyendo la teoría de que se hundieron en el barco japonés Awa Maru. Debido a la desaparición de los restos fósiles, los investigadores posteriores sólo han podido contar con los moldes y los escritos hechos por los descubridores. Así, se sabe que su capacidad craneana llegaba a los 1075 cc, un 80% respecto de la de Homo sapiens, y que se trataba de un cazador recolector. El descubrimiento de restos animales junto a los huesos y la evidencia del uso de fuego, para combatir el frío y para cocinar los alimentos, y de herramientas de hueso y madera, fabricadas con otras de piedra, sirvió para apoyar la teoría de que el H. erectus fue la primera especie faber. Los análisis llevaron a la conclusión de que los fósiles de Zhoukoudian y Java pertenecen a la misma etapa de la evolución humana. Este es también el punto de vista oficial del Partido Comunista de China. Sin embargo, esta interpretación cambió en 1985 cuando Lewis Binford afirmó que el hombre de Pekín no era cazador, sino carroñero. En 1998, el equipo de Steve Weirner en el Instituto Científico Weizmann llegó a la conclusión de que no hay evidencia de que el hombre de Pekín usara el fuego.
Y luego encontramos al hombre de Cro-Magnon practicando la magia cinegética, que debió de darle una nueva sensación de control de la naturaleza, así como de su propia vida. Es muy posible que considerase que sus chamanes eran dioses, del mismo modo que el hombre primitivo de una edad posterior (por ejemplo, en Great Zimbabwe, África, y en Angkor, Camboya) tenía a sus reyes-sacerdotes por dioses. La magia era la ciencia del hombre primitivo, toda vez que cumplía la función básica de la ciencia, que consiste en ofrecer respuestas a las preguntas básicas. Ya no era un animal pasivo, una víctima de la naturaleza. Trataba de comprender y, en lo referente a las cuestiones importantes, tenía la sensación de comprender. Otro aspecto básico debe ponerse de relieve. Los rituales fúnebres del hombre de Neandertal indican claramente que creía que había vida después de la muerte. Y todos los chamanes, desde Islandia hasta Japón, se consideran a sí mismos mediadores entre este mundo y el mundo de los espíritus. En todo el mundo, los chamanes han declarado que, al someterse a los rituales y las pruebas para ser chamanes, entraron en el mundo de los espíritus y hablaron con los muertos. Los chamanes creen que su poder procede de los espíritus y de los muertos. La importancia de esta observación reside en que el sacerdote-chamán se siente poseedor de una comprensión tanto del cielo como de la tierra y esto es algo que incluso un cosmólogo moderno se mostraría reacio a pretender. Se sentía en la posición de quien posee conocimiento divino y no cabe duda de que el resto de la tribu compartía esta opinión. Lo cual induce a pensar que hace 40.000 años, puede que hasta 100.000, el hombre había alcanzado un estado de ánimo extrañamente «moderno».
Sabemos que este estado de ánimo existía en Egipto y en Sumeria en la antigüedad. De hecho, todas las civilizaciones antiguas de las que tenemos noticia eran teocracias. Si Hapgood tiene razón al creer que en el 7000 a. de C. existía una civilización marítima mundial, entonces es seguro que dicha civilización compartiría la misma visión del mundo. Ya hemos visto que los egipcios consideraban que su reino era un reflejo exacto del reino de los cielos. Y si Schwaller de Lubicz y Robert Bauval están en lo cierto al creer que la Esfinge fue construida por supervivientes de otra civilización hacia el 10500 a. de C., entonces no cabe duda de que dicha civilización opinaba lo mismo sobre la relación íntima entre el cielo y la tierra, los dioses y el hombre. Y si el profesor Arthur Posnansky no se equivoca, lo mismo opinaban los que construyeron Tiahuanaco más o menos en la misma época. ¿Cuándo acabó esta visión teocrática de alcance mundial? Sin duda alguna ya había desaparecido en tiempos de Sócrates y Platón. En un libro titulado The Origin of Consciousness in the Breakdown of the Bicameral Mind (1976), el psicólogo de Princeton Julian Jaynes arguye que el momento decisivo fue reciente: el año 1250 a. de C. El punto de partida de Jaynes es la ciencia relativamente nueva que se denomina «fisiología del cerebro dividido» y que, por tener una importancia fundamental, requiere una breve explicación. El cerebro consta de dos mitades que son virtualmente reflejo la una de la otra. Pero las funciones de estos dos hemisferios no son en modo alguno idénticas. Esto se refiere de manera particular a la «capa superior» del cerebro humano, la corteza cerebral, que es la que más se ha desarrollado durante el último medio millón de años. Incluso en el siglo XIX se había reconocido que las dos mitades de nuestro cerebro cumplen funciones diferentes. La función del habla reside en la mitad izquierda del cerebro y los médicos observaron que las personas que sufrían una lesión en dicha mitad experimentaban dificultades para expresarse con claridad. El lado derecho del cerebro estaba relacionado de manera obvia con el reconocimiento de formas y dibujos, por lo que el artista que sufría daño en ella perdía todo su talento artístico. Se dio el caso de uno que ni siquiera pudo dibujar un trébol: puso las tres hojas una al lado de otra, en el mismo nivel.
Sin embargo, si la lesión afectaba al lado izquierdo, el artista sólo perdía la capacidad de expresarse claramente y continuaba siendo tan buen artista como siempre. Y un orador con una lesión en el lado derecho del cerebro podía ser tan elocuente como siempre, aunque no pudiera dibujar un trébol. El lado izquierdo del cerebro también tiene que ver con la lógica y el raciocinio: por ejemplo, sumar el importe de la lista de compras o hacer un crucigrama. El lado derecho interviene en actividades tales como la apreciación musical o el reconocimiento de caras. En resumen, podría decirse que el lado izquierdo es un científico y el derecho, un artista. Una de las cosas extrañas de la fisiología humana es que el lado izquierdo del cuerpo lo controla el lado derecho del cerebro y viceversa. Nadie sabe muy bien por qué, excepto que probablemente contribuye a que la integración sea mayor. Si el lado izquierdo del cerebro controlase el lado derecho del cuerpo y viceversa, podría haber «disputas en la frontera». Tal como están las cosas, cada lado tiene un pie apoyado firmemente en el territorio del otro. Si se quitara la «tapa» de la cabeza, la parte superior de su cerebro, los «hemisferios cerebrales», parecería una nuez con las dos mitades comunicadas por medio de una especie de puente. Este puente es un nudo de nervios llamado «cuerpo calloso». Pero los médicos averiguaron que hay algunos individuos anormales que no tienen cuerpo calloso y, pese a ello, parecen funcionar perfectamente. Esto les indujo a preguntarse si podrían evitar los ataques epiléticos cortando el cuerpo calloso. Lo probaron con pacientes epilépticos y pareció que daba buenos resultados. Se producía una gran reducción de los ataques y el paciente parecía no sufrir ningún daño. Entonces los médicos se preguntaron para qué servía el cuerpo calloso. Alguien sugirió que tal vez servía para transmitir los ataques de epilepsia; y otra persona apuntó que quizá su función era impedir que el cerebro se combara por el medio.
En el decenio de 1950 los experimentos efectuados en Norteamérica empezaron a aclarar muchos aspectos del problema. Alguien observó que si un paciente «de cerebro dividido» chocaba con una mesa con el lado izquierdo del cuerpo, no parecía darse cuenta del golpe. Empezó a resultar evidente que el efecto del cerebro dividido era impedir que una mitad del cerebro se enterase de lo que sabía la otra mitad. Si a un gato con el cerebro dividido se le enseñaba algún truco con un ojo tapado y luego se le ordenaba hacerlo con el otro ojo tapado, el animal quedaba desconcertado. Al final resultó obvio que tenemos literalmente dos cerebros. Además, si a un paciente de cerebro dividido se le mostrara una manzana con el ojo izquierdo y una naranja con el derecho y luego se le preguntase qué era lo que acababa de ver, contestaría: «Una naranja». Si se le pidiera que con la mano Izquierda escribiese lo que acababa de ver, escribiría: «Una manzana». Una paciente de cerebro dividido a quien le enseñaron un dibujo indecente con el cerebro derecho se ruborizó; al preguntarle por qué se ruborizaba, dijo la verdad: «No lo sé». La persona que se ruborizaba era la que vivía en la mitad derecha del cerebro. La paciente vivía en la mitad izquierda. Esto nos ocurre a todos, aunque en los zurdos los hemisferios del cerebro están al revés y, por ende, la situación se invierte. La persona (diestra) vive en la mitad izquierda, la mitad que «hace frente» al mundo real. La persona que vive en el lado derecho es un desconocido.
Cabría objetar que no somos pacientes de cerebro dividido. Esto no cambia nada. Mozart comentó una vez que las melodías rondaban por su cabeza completas y que lo único que tenía que hacer era anotarlas. ¿De dónde procedían? Es obvio que del lado derecho de su cerebro, del «artista». ¿Adónde iban? Al lado izquierdo del cerebro, donde “vivía” Mozart. Dicho de otro modo, Mozart era un paciente de cerebro dividido. Y si Mozart lo era, entonces también lo somos los demás. La persona a la que llamamos «yo» es el científico. El «artista» vive en la sombras y apenas somos conscientes de su existencia, excepto cuando nuestro estado anímico es de profunda relajación o de «inspiración». Jaynes empezó a interesarse por el asunto cuando experimentó una alucinación auditiva. Estaba echado en un diván, dándole vueltas a un problema hasta quedar mentalmente agotado, cuando de pronto oyó que una voz decía por encima de su cabeza: «Incluye el conocedor en lo conocido». Preocupado por su cordura, Jaynes empezó a investigar las alucinaciones y descubrió con alivio que alrededor del diez por ciento de las personas las han tenido. Jaynes reparó entonces que en gran parte de la literatura antigua, la epopeya de Gilgamés, la Biblia o la Ilíada, los héroes están siempre oyendo voces: las voces de los dioses. También se fijó en que estos héroes antiguos carecían por completo de lo que nosotros llamaríamos «ser interior». «No podemos aproximarnos a estos héroes inventando espacios mentales detrás de sus ojos feroces como hacemos los unos con los otros. El hombre de la Ilíada no tenía subjetividad como nosotros; no tenía conciencia de su conciencia del mundo, ningún espacio mental interno para hacer conjeturas». Jaynes sugiere que lo que llamamos «subjetividad», la capacidad de mirar dentro de nosotros y decir: «Veamos, ¿qué pienso yo de esto?»- no existía antes de, aproximadamente, el 1250 a. de C. Piensa que la mente de estas gentes antiguas era «bicameral», o sea, que estaba dividida en dos compartimentos. Y cuando a un hombre primitivo le preocupaba lo que tenía que hacer a continuación, oía una voz que le hablaba, justamente como la oyó Jaynes cuando se encontraba echado en el diván. Pensaba que era la voz de un dios, o de su jefe, al que consideraba un dios. En realidad, procedía del lado derecho de su cerebro.
Según Jaynes, la conciencia propia empezó a crecer lentamente después del 3000 a. de C. más o menos, debido al invento de la escritura, que creó una nueva clase de complejidad. Y durante las grandes guerras que convulsionaron el Oriente Medio y el Mediterráneo en el segundo milenio a. de C., la vieja mentalidad ingenua ya no pudo hacer frente al mundo y los seres humanos se vieron obligados a adquirir una eficacia nuevas con el fin de sobrevivir. «Atropellado por algún invasor y viendo cómo su esposa era violada, un hombre que obedeciera a sus voces atacaría inmediatamente, desde luego, y, por ende, es probable que resultara muerto». El hombre que sobreviviese necesitaría la capacidad de reflexionar y de disimular sus sentimientos. Según Jaynes, la primera señal de este «cambio de parecer» surgió en Mesopotamia. El tirano asirio Tukultininurta hizo construir un altar de piedra alrededor de 1230 a. de C. en el que aparece el rey arrodillado ante el trono vacío del dios, mientras que en tallas anteriores se veía al rey hablando con el dios. Ahora está solo, atrapado en el lado izquierdo de su cerebro. El dios ha desaparecido. Un texto cuneiforme de la época contiene estas líneas: “A uno que no tiene dios, al andar por la calle, el dolor de cabeza le envuelve como una prenda”. Está hablando de estrés, de tensión nerviosa, de pérdida de contacto con el lado derecho del cerebro, con su sensación de «sentirse a gusto en el mundo». Parece que estemos observando el nacimiento del «hombre alienado». Y según Jaynes, es en este momento cuando la crueldad entró en la historia, y vemos tallas asirias en las que aparecen hombres y mujeres empalados y niños decapitados. No es necesario estar de acuerdo con toda esta tesis para reconocer su importancia. La principal objeción que se le pone es que se ha demostrado que muchos animales poseen conciencia de sí mismos. Un experimentador anestesió a varios animales, les pintó la cara de rojo y los dejó enfrente de un espejo grande. La mayoría de los animales no mostraron el menor interés por su reflejo, pero los chimpancés y los orangutanes fueron la excepción: se inspeccionaron la cara con gran interés, lo que parece indicar que poseen conciencia de sí mismos. Y si los chimpancés y los orangutanes poseen conciencia de sí mismos, es difícil imaginar siquiera al más primitivo de los seres humanos totalmente desprovisto de ella.
Asimismo, nuestro reconocimiento de que el hombre moderno está «separado de sí mismo» parece dar a entender que somos nosotros los que somos «bicamerales» y tenemos la mente dividida en dos compartimentos, mientras que el hombre primitivo era «unicameral», como probablemente es la mayoría de los animales. Sin embargo, a pesar de estas objeciones, es obvio que Jaynes está en lo cierto cuando sugiere que algún cambio básico se produjo en la raza humana en cierto momento de su historia y que, después de ese momento, el hombre se encontró atrapado en una forma más estrecha de conciencia. Con todo, compensamos la pérdida aprendiendo a utilizar la capacidad de raciocinio con mayor eficacia. Y nuestra civilización tecnológica es el resultado. Schwaller de Lubicz estaba totalmente convencido de que hay una diferencia fundamental entre la mentalidad egipcia y la del hombre moderno y habla de ello una y otra vez en todos sus libros. Una de las formas más importantes de esta diferencia puede verse en los jeroglíficos. Las palabras, según Schwaller, fijan su significado. Si lees la palabra «perro», evoca un concepto vago, abstracto de la «condición de perro». Pero si contemplas la fotografía, o incluso el simple dibujo de un perro, el animal está mucho más vivo. Todo el mundo, de niño, se ha probado esas gafas rojas y verdes que hacen que las fotografías se vuelvan tridimensionales. Miras la fotografía con los ojos sin gafas y parece borrosa con manchas rojas y verdes superpuestas unas a otras. Luego coges unas gafas de cartón que tienen un ojo de celofán rojo y otro de celofán verde y la fotografía deja de ser borrosa y adquiere tres dimensiones. Según Schwaller, nuestras palabras son como la fotografía borrosa. El jeroglífico es una imagen que cobra vida súbitamente. Schwaller dice: «Cada jeroglífico puede tener un significado fijo, convencional para su uso común, pero incluye todas las ideas que puedan estar relacionadas con él, y la posibilidad de comprensión personal».
René Schwaller nació en Alsacia en 1887, en el seno de una rica familia burguesa. Su padre era químico farmacéutico y René pasó su infancia soñando en los bosques, pintando y llevando a cabo experimentos químicos. Desde el principio se sintió fascinado igualmente por el arte y la ciencia, combinación cuya importancia para la obra de su vida no puede subestimarse. Se dice que a los siete años de edad tuvo una revelación sobre la naturaleza de lo divino, y siete años más tarde, otra iluminación relativa a la naturaleza de la materia. Cuando era adolescente se fue a París para aprender a pintar con el gran Matisse. El propio Matisse se hallaba a la sazón bajo la influencia del filósofo Henri Bergson, que hacía hincapié en que la inteligencia no alcanza a captar la realidad y, una vez más, su propia tendencia a desconfiar de la simple ciencia se vio fortalecida. Sin embargo también se embarcó en el estudio de la física moderna, que en aquellos momentos experimentaba la influencia de Einstein y Planck. Ingresó en la Sociedad Teosófica y empezó a pronunciar conferencias y escribir artículos para la revista de la sociedad. En el primero de ellos rindió homenaje a la ciencia, que «conduce a todo el progreso, fecunda toda actividad y nutre a toda la humanidad», al tiempo que la atacaba por su conservadurismo. Sin embargo, Schwaller era, por naturaleza, mucho más realista y pragmático que los teósofos y se estaba imponiendo a sí mismo la tarea de combatir el realismo con el pensamiento racional. Al parecer, el siguiente paso fue su interés por la alquimia, la ciencia de la transmutación de la materia y la búsqueda de la «piedra filosofal». Pero lo que interesaba a Schwaller no era tratar de convertir el plomo en oro. Creía que la alquimia es básicamente una búsqueda mística cuyo objetivo es la iluminación y que la transmutación de metales no es más que un subproducto de la misma. Pronto añadió a sus estudios de alquimia el de las vidrieras de colores y la geometría de las catedrales góticas, convencido de que ocultaban algún conocimiento secreto de los antiguos.
La tradición ocultista se basa en la idea de que existía en el pasado una ciencia que abrazaba la religión y las artes. Este conocimiento sólo lo poseían los miembros de una pequeña casta de iniciados y los albañiles medievales lo codificaron en las grandes catedrales góticas. Según el escritor William Stirling: “Desde los tiempos del antiguo Egipto esta ley ha sido un arcano sagrado que se comunica exclusivamente por medio de símbolos y parábolas y cuya creación, en el mundo antiguo, constituía la forma más importante de arte literario; por consiguiente, su exposición requería una casta sacerdotal a quien se hubiera enseñado su uso, y en él se instruyó a los gremios de artistas iniciados, que existieron en todo el mundo hasta tiempos relativamente recientes. Hoy en día todo esto ha cambiado”. Schwaller tenía poco más de veinte años cuando conoció a un alquimista que se hacía llamar Fulcanelli y habló con él de la Gran Obra de transmutación. Rodeaba a Fulcanelli un círculo de discípulos que se hacían llamarLos Hermanos de Heliópolis, que estaban entregados de lleno al estudio de las obras de Nicolas Flamel y Basil Valentinus. Visitaban las librerías de ocasión de París en busca de antiguos textos alquímicos. En un volumen antiguo que estaba catalogando para una librería parisina había hallado Fulcanelli un manuscrito de seis páginas y tinta descolorida, y lo había robado. Indicaba que el color desempeñaba un papel importante en el secreto de los alquimistas. Pero Fulcanelli, cuya actitud ante la alquimia era materialista, no logró comprenderlo. Schwaller pudo ayudarle en sus interpretaciones. También mostró a Fulcanelli su propio manuscrito sobre las catedrales medievales. Fulcanelli se entusiasmó al verlo y se brindó a ayudarle a buscar un editor. De hecho, Fulcanelli tuvo el manuscrito en su poder durante mucho tiempo y acabó robando la mayoría de sus principales visiones interiores para su propio libro El misterio de las catedrales, publicado en 1925, que se ha convertido en un clásico moderno. Mientras tanto, Schwaller había trabado amistad con un poeta francés y príncipe lituano que se llamaba Luzace de Lubicz Milosz.
Durante la primera guerra mundial Schwaller trabajo de químico en el ejército y después de la contienda Milosz le otorgó el título de caballero por los servicios que había prestado al pueblo lituano, así como el derecho a añadir «de Lubicz» a su nombre. En ese momento Schwaller recibió el nombre místico de AOR. Él y Milosz fundaron una organización política llamada Les Veilleurs («los vigilantes»), que se basaba en las ideas elitistas de Schwaller y a la que en cierto momento perteneció el futuro jerarca nazi Rudolf Hess, que era también miembro de una orden secreta alemana llamada la Sociedad de Thule. Pero parece que Schwaller se cansó de participar en la política y se mudó a Suhalia, en Suiza, para continuar sus estudios esotéricos con un grupo de amigos de ideas afines, en particular los estudios relacionados con las vidrieras de colores. Esto duró hasta 1934, año en que los problemas económicos causaron la disolución de la comunidad de Suhalia. Para entonces, Fulcanelli ya había muerto. Según Schwaller, había invitado a Fulcanelli a su domicilio de Grasse, en el sur de Francia, para intentar la Gran Obray el éxito fue total. Convencido de que ya sabía cómo producir la transmutación alquímica, Fulcanelli volvió a París y repitió el experimento varias veces,. fracasando en todas ellas. La razón, según diría más adelante Schwaller, era que él había elegido el momento oportuno y las condiciones más indicadas para el experimento, mientras que Fulcanelli no sabía nada de esas cosas. En 1936 desembarcó en Alejandría para visitar la tumba de Ramsés IX. Allí tuvo una revelación mientras contemplaba una imagen del faraón, que aparecía representado bajo la forma de la hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyas proporciones eran 3:4:5, a la vez que el brazo alzado representaba una unidad complementaria. Estaba claro que los egipcios conocían el teorema de Pitágoras siglos antes del nacimiento de su autor. De pronto, Schwaller se dio cuenta de que la sabiduría de los artesanos medievales se remontaba al antiguo Egipto. Durante los quince años siguientes, hasta 1951, permaneció en Egipto, estudiando sus templos, en particular el de Luxor. Los resultados fueron su voluminosa obra geométrica The Temple of Man, y su último libro, Sacred Science.
En un capítulo titulado «Experimental Mysticism» del libro A New Model of the Universe, Ouspensky, discípulo de Gurdjieff, describe cómo utilizó algún método no especificado para lograr la conciencia «mística». Una de las características de este estado de ánimo era que cada palabra, cada cosa, le recordaba docenas de otras palabras y cosas. Cuando miraba un cenicero, éste liberaba tal torrente de significados y asociaciones, sobre el cobre, la extracción de cobre, el tabaco o el fumar, que escribió en un papel: «Uno podría volverse loco a causa de un cenicero». De modo parecido, Schwaller dice: «Así pues, los jeroglíficos no son metáforas en realidad. Expresan directamente lo que quieren decir, pero el significado sigue siendo tan profundo, tan complejo como podría ser la enseñanza de un objeto (silla, flor, buitre), si hubiera que considerar todos los significados que se le pueden atribuir. Pero por pereza o hábito, eludimos este proceso mental analógico y designamos el objeto por medio de una palabra que para nosotros expresa un único concepto fijo». En The Temple of Man, utiliza otra imagen. Si decimos «hombre que anda», imaginamos un hombre andando, pero de una manera vaga, abstracta. Pero si vemos una imagen de un hombre andando, incluso en un jeroglífico, el hombre se vuelve real. Y si el hombre que anda está pintado de verde, entonces también evoca la vegetación y el crecimiento. Y aunque andar y crecer parecen no tener absolutamente ninguna relación entre sí, podemos sentir la relación en la imagen del hombre verde. Esta facultad que tiene el jeroglífico de evocar una «realidad» dentro de nosotros es a lo que se refiere Schwaller cuando habla de la «posibilidad de comprensión personal».
En el mismo libro, en un capítulo sobre la mentalidad egipcia, vuelve a tratar de explicarse. A nuestro método moderno de vincular ideas y pensamientos lo llama «mecánico», como una palanca unida rígidamente a algún engranaje. En cambio, la mentalidad egipcia es «indirecta». Un jeroglífico evoca una idea, pero también evoca docenas de otras ideas relacionadas. Y trata de explicarse por medio de una imagen sencilla. Si miramos fijamente un punto de color verde vivo y luego cerramos los ojos, veremos el color complementario -el rojo- dentro de nuestros párpados. El occidental diría que el verde es la realidad, y el rojo, alguna clase de ilusión dependiente de esa realidad. Pero un egipcio antiguo hubiera tenido la sensación de que el rojo es la realidad, porque es una visión interior. Es importante no interpretar mal esto. Schwaller no dice que la realidad externa sea una ilusión. Lo que dice es que los símbolos y los jeroglíficos pueden evocar dentro de nosotros una realidad más rica, más compleja. La gran música y la gran poesía producen el mismo efecto. Estos versos de Keats: “Las aguas móviles en su sacerdotal tarea de ablución pura en torno a las costas humanas de la tierra”, evocan de algún modo un rico complejo de sentimientos, que es la razón por la cual Eliot dijo que la verdadera poesía puede comunicar antes de ser comprendida. La percepción normal nos muestra meramente cosas sencillas, privadas de su «resonancia». Un paralelo sencillo sería un libro, que es un objeto sólido de forma rectangular; esto es su «realidad externa». Pero lo que hay dentro del libro puede hacer que emprendamos un viaje mágico. La realidad del libro está oculta y para una persona que no sepa leer, el libro sería meramente un objeto físico.Cuando examinamos esto a la luz de lo que hemos dicho sobre los lados izquierdo y derecho del cerebro, podemos ver inmediatamente que un jeroglífico es una imagen y, por tanto, lo capta el lado derecho del cerebro. Una palabra es una sucesión de letras y la capta el lado izquierdo el cerebro. ¿Dice Schwaller que los egipcios eran «gente de cerebro derecho» y nosotros somos «gente de cerebro izquierdo»?
Sí, en efecto, pero hay mucho más que eso. Dice que los egipcios poseían una clase de inteligencia diferente de la del hombre moderno, una inteligencia que es igual y en muchos aspectos superior. Schwaller la llama «inteligencia innata» o «inteligencia del corazón». Parece el tipo de doctrina que predicaba D. H. Lawrence o Henry Miller, y hasta cierto punto lo es. Pero hay muchas más cosas implícitas de lo que Lawrence y Miller pensaban. A pesar de su «inteligencia del corazón», ambos escritores se veían a sí mismos esencialmente como hombres modernos, por lo que las críticas que dirigen contra el siglo XX a menudo resultan negativas y destructivas. Ninguno de los dos parece ser consciente de las posibilidades de una forma distinta de ver. Una de estas posibilidades es obvia. Si pensamos en lo que Manuel Córdova aprendió en la selva del Amazonas, podemos ver que entrañaba el aprendizaje de ciertas «facultades» que parecen casi míticas, En primer lugar, la facultad de participar en el «inconsciente colectivo» de la tribu. Vemos que Córdova pudo ver una procesión de pájaros y otros animales y que los vio de forma mucho más detallada que por medio de la percepción normal. El jefe de la tribu le había enseñado a hacer uso activo de su hemisferio derecho, que a su vez proporcionaba mucha más riqueza (más asociaciones) que la percepción visual normal. Sería un error pensar que la telepatía es una facultad «paranormal». Con una serie de experimentos que llevó a cabo en el decenio de 1960, el doctor Zaboj V. Harvalik, físico de la universidad de Misuri, demostró que tenía una base científica. Para empezar, Harvalik se sintió intrigado por el arte del zahorí, es decir, la facultad de ver lo que está oculto y que, al parecer, poseen todos los pueblos primitivos. Al observar que la varilla del zahorí, una ramita bifurcada que sostienen las dos manos por las dos puntas de la horquilla, reaccionaba siempre a una corriente eléctrica, empezó a sospechar que el arte del zahorí es básicamente eléctrico. Hincó verticalmente en tierra dos cañerías de agua, separadas por unos 18 metros, y conecto sus extremos con una batería potente. En cuanto encendió la corriente, la varilla reaccionó retorciéndose en sus manos. Hizo la prueba con algunos amigos y descubrió que todos podían hacer de zahorí si la corriente era suficiente. Una quinta parte de ellos pudieron detectar incluso corrientes de sólo dos miliamperios. Todos mejoraron de forma constante con la práctica.
La radiestesia o rabdomancia es una actividad pseudocientífica que se basa en la afirmación de que los estímulos eléctricos, electromagnéticos, magnetismos y radiaciones de un cuerpo emisor pueden ser percibidos y, en ocasiones, manejados por una persona por medio de artefactos sencillos mantenidos en suspensión inestable como un péndulo, varillas “L”, o una horquilla que supuestamente amplifican la capacidad de magnetorrecepción del ser humano. Un zahorí, a veces llamado radiestesista o rabdomante, es alguien que afirma que puede detectar cambios del electromagnetismo a través del movimiento espontáneo, de dispositivos simples sostenidos por sus manos, normalmente una varilla de madera o metal en forma de “Y” ó “L” o un péndulo. Los zahoríes afirman ser capaces de detectar la existencia de flujos magneticos o líneas ley, corrientes de agua, vetas de minerales, lagos subterráneos, etc. a cualquier profundidad y sustentan la eficacia de la técnica en razones psicológicas, y los movimientos de los instrumentos por el efecto ideomotor. Mientras para algunos defensores de la técnica, se trataría de una habilidad explicable por la ciencia, otros la tratan de “facultad supranormal“. La radiestesia en su variante tradicional de búsqueda de aguas subterráneas es una práctica llevada a cabo desde hace al menos 4500 años. Ha sido ampliamente practicada desde tiempos remotos, a falta de conocimiento geológico o de instrumental científico, si bien hoy día sigue teniendo amplio uso en zonas rurales, a pesar de la falta de pruebas científicas sobre su eficacia. Los primeros intentos de explicación científica se basaban en la noción de que las varillas del zahorí eran físicamente afectadas por emanaciones de las sustancias de interés. Por ejemplo, William Pryce. en su Mineralogia Cornubiensis de 1778 de las que cientificos argumentan que “tales explicaciones no tienen actualmente sustento científico válido“.
En 1986, la revista Nature, incluyó el zahorismo en una lista de “efectos que se presuponían paranormales, pero que pueden ser explicados por la ciencia“. En concreto, el zahorismo puede ser explicado en términos de pistas sensoriales y conocimientos previos del zahorí, efectos de expectativas y probabilidad. Los escépticos y algunos creyentes piensan que el instrumento usado por el zahorí no tiene energía propia, sino que amplifica pequeños movimientos inconscientes de las manos, efecto conocido como efecto ideomotor. Esto haría de la varilla un instrumento de expresión de conocimiento o percepción subconsciente del adivino. Algunos autores afirman que el ser humano podría ser sensible a pequeños gradientes del campo magnético terrestre, aunque no hay evidencia sobre ello. El zahorismo, tal y como se practica hoy en día parece haberse originado en Alemania durante el siglo XV para encontrar metales. Ya en 1518 Martín Lutero la citaba como una violación del primer mandamiento, al considerarlo un acto de brujería en su obra Decem praecepta. En la edición de 1550 de la Cosmographia de Sebastian Münster aparece un grabado de un zahorí con una varilla en Y en unas extracciones mineras. En 1556, Georgius Agricola realiza una detallada descripción del zahorismo para la búsqueda de metales. En 1662, el jesuita Gaspar Schott afirmó que la práctica era una superstición, e incluso satánica, aunque posteriormente diría que no estaba seguro de que el diablo fuera siempre el que movía la varita. El uso de varas o ramas para la localización ha sido un elemento popular de las creencias populares de principios del siglo XIX en Nueva Inglaterra. Los primeros líderes mormones, religión surgida en esa época, participaron de esas creencias. Así, Oliver Cowdery, escriba del Libro de Mormón y uno de los doce apóstoles de la Iglesia Mormona, usó una varilla para practicar la adivinación. El término radiestesia aparece en inglés por primera vez en los años treinta, proveniente del francés radiésthesie creado hacia el año 1890 por el abad Alexis Bouly quien fundaría la Sociedad de Amigos de la Radiestesia.
Harvalik también reparó en que las personas que parecían incapaces de hacer de zahorí «sintonizaban» repentinamente después de beber un vaso de whisky. Era obvio que el whisky las relajaba e impedía la injerencia del «lado izquierdo del cerebro». Harvalik descubrió que una tira de papel de aluminio enrollada en la cabeza bloquea por completo la capacidad de hacer de zahorí, lo cual también demuestra que el fenómeno es básicamente eléctrico o magnético. Un maestro zahorí alemán llamado De Boer era capaz de detectar corrientes bajísimas, de una milésima de miliamperio. Incluso podía detectar las señales de las emisoras de radio, para lo cual daba la vuelta lentamente hasta quedar de cara a la emisora. Sintonizando una radio portátil en la misma dirección, Harvalik comprobaba que De Boer había acertado. Asimismo, De Boer podía seleccionar determinada frecuencia con exclusión de las demás, lo cual se parecía a nuestra capacidad de «sintonizar» con conversaciones diferentes en una fiesta. Cuando alguien inventó un magnetómetro capaz de detectar las ondas cerebrales, Harvalik se preguntó si un zahorí también podría captarlas. Se colocaba de espaldas a una pantalla en su jardín, con tapones en los oídos, y le decía a algún amigo que caminase hacia él desde el otro lado de la pantalla. La varilla de zahorí captaba la presencia del amigo cuando éste se hallaba a unos tres metros de distancia. La distancia se multiplicaba por dos si Harvalik le pedía al amigo que pensara en cosas «excitantes», por ejemplo en la sexualidad. Parece, pues, que el arte del zahorí es simplemente la facultad de detectar señales eléctricas. Pero ¿cómo las detecta la varilla de zahorí? Al parecer, alguna parte del cuerpo, que Harvalik dedujo que eran las glándulas suprarrenales, capta la señal y la transmite al cerebro, que a su vez hace que los músculos tengan convulsiones. Los músculos estriados que intervienen en ello están sometidos al control del lado derecho del cerebro Los experimentos de Harvalik se describen en Christopher Bird, The Divining Hand, 1979. El arte del zahorí, al igual que la telepatía, es una facultad del lado derecho del cerebro.
Si el arte del zahorí y la telepatía tienen explicación científica, entonces es posible comprender cómo el chamán de la edad de piedra podía influir en el movimiento de los bisontes o los ciervos y garantizar el éxito de los cazadores dibujando estos animales y poniendo así en marcha el proceso de «asociación» que describe Schwaller. En un libro titulado Early Man hay una especie de gráfico suelto que muestra la evolución del hombre desde los simiescos driopiteco y ramapiteco hasta el hombre moderno, pasando por el australopiteco y el Homo erectus. El problema de los gráficos de esta clase es que nos dan la idea de que tuvo lugar una progresión ininterrumpida, por medio de la selección natural y la supervivencia de los mejor dotados, que llevó inevitablemente al Homo sapiens sapiens. La objeción que se pone a este panorama es que hace que todo parezca demasiado mecánico. Por esto el libro de Cremo, Forbidden Archaeology, ofrece un recordatorio oportuno de que no es el único punto de vista. Con la sorprendente afirmación de que puede que el hombre anatómicamente moderno lleve millones de años en la Tierra, al menos Cremo hace que pongamos en duda esta visión mecánica de la evolución. Una vez más hay que hacer hincapié en que la visión «mecánica» no es «darwiniana». Darwin nunca fue dogmático hasta el extremo de afirmar que la selección natural fuese el único mecanismo de la evolución. Son sólo sus seguidores neodarwinianos quienes han convertido su pensamiento en dogma. Empecemos, pues, a formular una historia alternativa suponiendo que tal vez Mary Leakey tiene razón al sugerir la posibilidad de que un hombre que andaba con el cuerpo erguido y parecía «humano» existía ya en la Tierra hace tres millones y medio de años. También señaló que había estudiado un período de medio millón de años en la garganta de Olduvai durante el cual no hubo cambios en las herramientas. El hombre permaneció invariable porque no tenía ningún motivo para evolucionar. Dedicaba la mayor parte de sus energías simplemente a permanecer vivo. En tal caso, ¿por qué empezó a evolucionar con una rapidez tan grande, que se da al acontecimiento el nombre de «la explosión del cerebro»?
Al hombre moderno le resulta casi imposible ponerse en el lugar de un ser supuestamente sin civilización, sin cultura y sin nada más que la naturaleza que le rodeaba. Hasta los indios amahuacos que describe Manuel Córdova vivían en chozas y utilizaban lanzas, arcos y flechas. Pero al menos permiten que nos hagamos una idea de lo que debe de ser vivir en contacto con la naturaleza de día y de noche. Los indios de Córdova leen todas las señales de la selva, todo lo que se ve y se oye, del mismo modo que nosotros leemos el periódico de la mañana. Y nuestros antepasados remotos debían de poseer la misma capacidad con el fin de sobrevivir. Tenemos que imaginárnoslos rodeados de presencias, algunas visibles, algunas invisibles. Y tenemos que imaginárnoslos en estrecho contacto con la naturaleza, más estrecho del que podemos concebir. Schwaller de Lubicz intenta transmitir cierto sentido de la conciencia del hombre primitivo, aunque, forzoso es reconocerlo, se refiere a los egipcios antiguos: «… cada ser vivo está en contacto con todos los ritmos y armonías de todas las energías de su universo. El medio de este contacto es, por supuesto, la misma energía que contiene este ser vivo en particular. Nada separa este estado energético que hay dentro de un ser vivo individual de la energía en que se encuentra inmerso…». Dicho de otro modo, Schwaller ve al hombre y a los animales primitivo inmersos en un mar de energías como peces en el agua. Es como si fuera parte de ese mar, ún nudo de energía más denso que el que le rodea y sostiene. Schwaller habla de neters, palabra egipcia que suele traducirse por «dios» pero que aquí significa algo que está más cerca de una vibración de energía individual: “… en cada mes de cada estación del año, cada hora del día tiene su neter, porque cada una de estas horas tiene su carácter propio. Se sabe que la campanilla azul florece al amanecer y se cierra al mediodía como la flor de loto… ciertas frutas requieren el sol de la tarde para madurar y adquirir color… Un pimentero joven, por ejemplo, se inclina hacia el sol abrasador de la mañana, que es diferente del sol de cocción de la tarde… sacaremos la conclusión de que existe una relación entre la fruta, por ejemplo, su sabor, y el sol de su maduración, y, en el caso del pimentero, entre el fuego de la pimienta y el fuego del sol. Hay una armonía en su «naturaleza»“.
Si un buen horticultor planta sus coliflores en el día de luna llena, y un mal horticultor las planta cuando hay luna nueva, el primero obtendrá coliflores ricas y blancas y el segundo no cosechará más que plantas raquíticas. Es suficiente intentar esto para probarlo. Y lo mismo ocurre con todo lo que crece y vive. ¿Por qué estos efectos? ¿Rayos directos del sol o rayos indirectos reflejados desde la luna? Desde luego, pero por otra razón, una razón menos material: la armonía cósmica. Las razones puramente materiales ya no sirven para explicar por qué hay que tener en cuenta la estación, incluso el mes y la fecha exacta para obtener los mejores resultados. Entran en juego influencias cósmicas invisibles.Schwaller no sólo permite ver por dentro el estado anímico de los egipcios, sino también el motivo por el cual el hombre primitivo prestaba tanta atención al sol y a la luna. Por esto hacía piedras y discos solares perfectamente esféricos y por esto, más adelante, enterraría a sus muertos en túmulos circulares. El sol y la luna significaban para él infinitamente más de lo que puede significar para el hombre moderno. Schwaller hace otro comentario fundamental que es tan válido para el primitivo Homo sapiens como para los antiguos egipcios: que daban por sentado que había vida después de la muerte. La vida en la tierra era sólo una pequeña parte del gran ciclo que empezaba y terminaría en otro mundo. Los espíritus de la naturaleza y los espíritus de los muertos eran tan reales como las personas vivas. Las complicadas prácticas funerarias del hombre de Neandertal indican claramente que también él daba por sentado que existía vida después de la muerte. Y lo mismo indican las sugerencias de canibalismo ritual, porque el caníbal tiene la intención de absorber el principio vital de su enemigo. Podemos decir que los agujeros en los cráneos hallados en la cueva de Chukutien, que hacen pensar que el hombre de Pekín era caníbal, también sugieren que creía en los espíritus.
Cualquier clase de ritual indica un nivel de inteligencia que supera la meramente animal. Un ritual simboliza acontecimientos en el mundo real. Y un símbolo es una abstracción. El hombre es el único ser capaz de abstracción. De manera que si el hombre de Pekín se permitía practicar el canibalismo ritual, esto ya parecería sugerir que era verdaderamente humano. Y como es difícil imaginar alguna clase de ritual sin comunicación, entonces también tenemos que imaginar que era capaz de hablar. Se cree que «la explosión del cerebro» se debió a la aparición del habla. Y esta teoría también requiere que expliquemos lo que el hombre primitivo tenía que decir. La sugerencia de canibalismo ritual y, por tanto, de religión, proporciona una respuesta. El hombre de Pekín no tenía ninguna necesidad de preguntarle a su esposa: «¿Has hecho la colada?». Pero si vivía en el mundo rico y complejo que sugiere Schwaller de Lubicz, en el cual cada hora del día tenía su neter o vibración individual, y en el que el sol, la luna y los espíritus de los muertos eran presencias vivas. Entonces la lengua tenía, por así decirlo, un objeto sobre el cual ejercitarse. El hombre de Pekín nos proporciona otra pista. En 1930, Teilhard de Chardin visitó al abad Breuil en París y le enseñó un fragmento de hueso ennegrecido. «¿Qué piensa usted que es esto?» El abad lo examinó, luego dijo: «Es un fragmento de asta de ciervo que ha sido expuesto al fuego y luego trabajado con alguna tosca herramienta de piedra». «¡Imposible! -exclamó Teilhard-. Procede de Chukutien». «No me importa de dónde proceda -dijo Breuil- El hombre le dio forma… un hombre que conocía la utilización del fuego». El fragmento de asta tenía alrededor de medio millón de años de antigüedad. Y dado que lo habían tallado con una herramienta después de quemarlo, debemos suponer que primero lo quemaron deliberadamente. Así que el Homo erectus usaba el fuego.
Tenemos que pensar que se proveía de fuego cuando veía que un relámpago abatía un árbol -o algún fenómeno parecido- y entonces se encargaba de que continuara ardiendo siempre, seguramente encomendando a algún miembro del grupo que mantuviera el fuego encendido. Y es obvio que este concepto de mantener un fuego encendido, durante año tras año, daría al «vigilante del fuego» un fuerte sentido de motivación y de tener una meta. Y como tener una meta contribuye a la evolución, he aquí otra posible causa de la «explosión del cerebro». Al parecer, el hombre de Pekín conocía el fuego y tenía alguna clase de ritual religioso. Schwaller hace la importante observación de que la ciencia, el arte, la medicina y la astronomía de los egipcios no deben verse como aspectos di- ferentes de la vida egipcia, sino que todos eran aspectos de lo mismo: la religión en el sentido más amplio. La religión era idéntica al conocimiento. Lo mismo debía de suceder en el caso de los descendientes del hombre de Pekín. Habían pasado del nivel meramente animal al nivel donde el conocimiento podía definirse empleando algún tipo de lenguaje. Ver un árbol o un río o una montaña como un dios -o, mejor dicho, un neter- sería verlo bajo una luz nueva y extraña. Incluso hoy, la persona que se ha convertido a una religión ve el mundo bajo esta luz extraña que hace que todo parezca diferente. George Bernard Shaw hace decir a un personaje de Vuelta a Matusalén que desde que su mente despertó, hasta las cosas pequeñas resultan ser cosas grandes. Éste es el efecto del conocimiento. Trae un sentido de la distancia del mundo material, y un sentido de control. Sin embargo, el hombre de Neandertal era religioso y, aun así, desapareció misteriosamente de la historia. Esto puede deberse a una sola razón: que el ser que le suplantó tenía un sentido aún mayor de la precisión y el control. Sin duda el hombre de Neandertal tenía su propia forma de magia cinegética; pero, seguramente, comparada con la magia del hombre de Cro-Magnon, con sus chamanes y rituales y dibujos rupestres, era tan tosca como una bicicleta comparada con un automóvil.
Este sentido de la precisión y el control aparece ilustrado en una historia que Jacquetta Hawkes cuenta en su libro Man and the Sun (1962): “La falta de cualquier representación o símbolo solar en el arte del paleolítico tal vez no signifique que el sol no desempeñara absolutamente ningún papel en él. Un rito que se practica entre los pigmeos del Congo previene contra semejante suposición. Frobenius viajaba a través de la jungla con varios de estos hábiles y valientes pequeños cazadores cuando, al caer la noche, surgió la necesidad de carne fresca. El hombre blanco preguntó a sus compañeros si podían matar un antílope. La insensatez de la pregunta los dejó atónitos. Explicaron que aquel día no podían cazar con buenos resultados porque no habían hecho los preparativos apropiados; prometieron que saldrían de cacería por la mañana. Frobenius sintió curiosidad por saber en qué podían consistir los preparativos, así que se levantó antes de que amaneciera y se escondió en la cima de la colina que habían elegido. Aparecieron todos los pigmeos del grupo, tres hombres y una mujer, y al poco alisaron la superficie de una pequeña extensión de arena y trazaron un dibujo en ella. Se quedaron esperando; luego, al salir el sol, uno de los hombres disparó una flecha contra el dibujo, mientras la mujer alzaba los brazos hacia el sol y profería exclamaciones. Los hombres se internaron corriendo en la selva. Al acercarse al lugar, Frobenius se encontró con que el dibujo representaba un antílope y la flecha estaba clavada en el cuello. Más adelante, después de que los cazadores volvieran con un hermoso antílope que tenía el cuello atravesado por una flecha, algunos de ellos arrancaron mechones de pelo del animal y llenaron una calabaza con su sangre, cubrieron el dibujo con todo ello y luego lo borraron”. Joseph Campbell añade: «Lo más importante de la ceremonia de los pigmeos era que se celebrase al amanecer, que la flecha se clavara en el antílope exactamente cuando un rayo de sol cayera sobre él…».
Es fácil ver que el cazador de Cro-Magnon, utilizando esta técnica, se sentiría como el moderno cazador que emplea un fusil de gran potencia dotado de mira telescópica. En comparación, la magia del hombre de Neandertal, que era más antigua, debía de parecer tan tosca como un arco y una flecha. Seguramente fue el motivo de que el hombre de Cro-Magnon se convirtiera en el fundador de la civilización. Su dominio de la «magia» le daba un sentido de optimismo, de tener una meta, de control, como ningún animal había poseído antes. Un elemento fundamental de esta evolución fue la autoridad del jefe. Entre los animales, el jefe es sencillamente el más dominante. Pero si el hombre de Cro-Magnon se parecía a sus descendientes de Egipto, Sumeria, Europa o, incluso, al jefe de los indios amahuacas de Brasil, entonces sus reyes no eran sencillamente figuras dotadas de autoridad, sino sacerdotes y chamanes, hombres que conocían a los «espíritus» y a los dioses. Esto tenía una importancia inmensa para el hombre antiguo. Lo mismo ocurría en el antiguo Egipto, bajo su faraón-dios. De manera que si hubo una civilización en la «Atlántida» antes de 11000 a. de C., y en Tiahuanaco en los Andes, así como en el Egipto predinástico, entonces podemos afirmar categóricamente que se trataba de una «teocracia faraónica», gobernada por un rey del cual también se creía que era un dios. Las pirámides las construyeron hombres que creían de forma total y sin ninguna duda que su faraón era un dios y que erigir tan magníficas estructuras significaba servir a los dioses. Esta creencia da a una sociedad una meta y una dirección que es imposible que tenga un grupo de meros animales, por dominante y astuto que sea su jefe. Cuando el hombre primitivo empezó a creer que el jefe de su tribu estaba en comunicación con los dioses, dio uno de los pasos más importantes en su evolución.
En el verano de 1933, un escocés de 39 años llamado Alexander Thom ancló su yate de vela en East Loch Roag, al noroeste de la isla de Lewis, en las Hébridas. Thom era un ingeniero aeronáutico cuya pasión de toda la vida era navegar a vela. Al salir la luna, alzó los ojos y vio que sobre ella se recortaban las piedras verticales de Callanish, «el Stonehenge de Escocia». Después de cenar, Thom subió andando hasta ellas y al recorrer con los ojos la avenida de menhires, se dio cuenta de que su eje principal, que iba de norte a sur, señalaba directamente la estrella Polar. Pero Thom sabía que cuando se erigieron las piedras -probablemente antes que la Gran Pirámide- la estrella Polar no estaba en la misma posición que en aquel momento. ¿Cómo, pues, los hombres que construyeron el monumento consiguieron señalar con tanta exactitud el norte geográfico? Haría falta algo más que conjeturas para lograr una precisión tan increíble como la que se ve en Callanish. Un método consistiría en observar la posición exacta del sol naciente y del sol poniente y luego bisecar la línea entre ellos. Pero esto sólo puede hacerse con exactitud en terreno llano, donde ambos horizontes están nivelados. Otro consistiría en observar alguna estrella cerca del polo al caer la noche, volver a observarla doce horas después, antes del amanecer, y bisecar esa línea. Thom se dio cuenta de que resultaría una tarea complicadísima que requeriría el empleo de plomadas y estacas verticales. Era obvio que aquellos ingenieros antiguos estaban muy avanzados. Thom empezó a estudiar otros círculos de piedras, la mayoría de los cuales eran virtualmente desconocidos. Quedó convencido de que sus constructores eran hombres con una inteligencia igual a la suya, o superior: un programa de televisión sobre las ideas de Thom los llamó «Einsteins prehistóricos». La idea dejó estupefactos a la mayoría de los arqueólogos. El astrónomo sir Norman Lockyer había comentado, hacia principios del siglo XX, que Stonehenge podía ser una especie de calculadora astronómica que señalaba las posiciones del sol y de la luna, pero nadie había tomado muy en serio sus palabras, puesto que la mayoría de los «expertos» estaban convencidos de que los constructores de Stonehenge eran salvajes supersticiosos que probablemente llevaban a cabo sacrificios humanos en la piedra que hacía de altar. Thom afirmaba ahora que, al contrario, eran geómetras magistrales.
Asimismo, la mayoría de los círculos de piedra no eran círculos. Algunos tenían forma de huevo y otros, de letra «D». Sin embargo, la geometría era siempre precisa, como pudo descubrir Thom a lo largo de años de estudio y cálculo. ¿Cómo lo hacían? Thom descubrió finalmente que los «círculos» estaban construidos alrededor de «triángulos pitagóricos», es decir, triángulos cuyos lados tenían una longitud de 3, 4 y 5 unidades respectivamente (por lo que el cuadrado de la hipotenusa era igual a la suma de los cuadrados de los otros dos lados). ¿Y por qué querían aquellos círculos? La respuesta era en este caso más difícil. Seguramente para calcular cosas tales como las fases de la luna, el movimiento del sol entre los solsticios y los equinoccios y para predecir los eclipses. Pero ¿por qué querían predecir los eclipses? Thom reconocía que lo ignoraba, pero contaba la historia de dos antiguos astrónomos chinos que perdieron la cabeza por no haber predicho un eclipse, lo cual significaba que los antiguos concedían una importancia inmensa a los eclipses. Había otro problema interesante. Si aquellos hombres antiguos eran tan buenos en geometría, ¿cómo lo recordaban todo? Los constructores de megalitos aparentemente no nos han dejado ninguna tablilla de piedra o de barro en la que aparecieran inscritas proposiciones geométricas. Pero la verdad es que nos consta que los antiguos griegos se sabían las obras de Homero -y de otros poetas- de memoria. Habían cultivado su memoria hasta ser capaces de recitar cientos de miles de líneas. La Iliada y la Odisea que nosotros leemos en libros se habían transmitido durante siglos en la memoria de los bardos. De ahí que éstos fueran tan respetados. Cuando murió en 1985, a la edad de 91 años, Alexander Thom ya no era considerado un chiflado. Gran número de respetables arqueólogos y expertos en historia antigua de Inglaterra se habían convertido en sus más firmes partidarios. Asimismo, el astrónomo británico Gerald Hawkins había confirmado las aseveraciones más importantes de Thom introduciendo datos procedentes de monumentos como Stonehenge en su ordenador en Harvard y demostrando que existían alineamientos astronómicos.
Un bardo, en la historia antigua de Europa, era la persona encargada de transmitir las historias, las leyendas y poemas de forma oral además de cantar la historia de sus pueblos en largos poemas recitativos. Su trabajo era por lo normal ambulante, contando sus historias ante distintos públicos, con el objetivo de que no se perdieran; eran auténticos almacenes de la historia comunitaria, transmisores de noticias, mensajeros e incluso embajadores entre distintos pueblos. La palabra es un préstamo del protocéltico bardos o gwerh, específicamente, de como se hablaba entre los celtas de Irlanda, entre quienes se consideraban casi sagrados e inviolables, estando exentos de contribuciones y del servicio de las armas. Se destacaron también entre los Galos y galeses, y, con una tradición diferente, en los países de Escandinavia, donde se los conocía como skald. La elevación a la posición de bardo se verificaba todos los años en una competencia a los que asistían los principales bardos del país. Vestían de azul a diferencia de los druidas que lo hacían de blanco. Esa tradición de competencias anuales todavía persiste en festivales, el más famoso de los cuales es el Eisteddfod Nacional del país de Gales (que es parte de un ciclo de “Eisteddfodau“) In Irlanda se tienen los Fleadh Cheoil y en Bretaña, el Kan ar bobl. Ejemplos históricos y legendarios de bardo incluyen a Alan-a-Dale, Will Scarlet, Amergin y a Homero. De hecho, cada cultura tiene su narrador de historias o poeta, ya sea llamado bardo, skald, juglar (éste nombre es de la Edad Media) o de cualquier otra forma. Más tarde el término se aplicó a cualquier poeta e incluso músicos itinerantes. Un buen bardo debía ser de lengua ágil, corazón ligero y pies veloces (cuando todo lo demás fallaba).
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