¡Qué sorpresa hallar un articulo escrito por Kyra...! cómo olvidarte linda amiga Tuxtleca chiapaneca!, compañera de escuela, allá por la secundaria y prepa... jamás te olvidaré, lo úlltimo que supe de ti, fue que te fuistes a Suiza y te casaste con un suizo?, en fin, grácias por escribir este emotivo articulo que me ha hecho vibrar! y mucho.
Recordemos a Trudy y todo lo que significa para nosotros los chiapanecos y especialmente para los lacandones.
La vida de la multifacética Gertrudis Duby Blom, de los Alpes de Berna a la selva Lacandona.
Reportaje de Kyra Núñez
Elisa Koh y Nuk María, indígenas lacandonas rinden a Trudi,
el homenaje de bienvenida a su última morada en Najá (foto K.N.J)
Huyendo de la Europa de la Segunda Guerra Mundial, acosada por políticos, diplomáticos y familia, Gertrude Duby inmigró a México en 1940, donde encontró nuevas carreras, un nuevo amor en Frans Blom y se hizo de un hogar extensivo entre lacandones y ladinos en Chiapas.
Todo lo que la multifacética Gertrudis Duby Blom hizo durante cinco décadas en Chiapas fue impactante como una tromba, similar a la que vivimos en Najá el día de su entierro final luego de 16 años, ocho meses y 7 días de su deceso -sus restos mortales guardados desde el 23 de diciembre de 1993 en el cementerio católico-romano de San Cristóbal de las Casas, junto a su esposo, Frans Blom (1893-1963).
En los Alpes de Berna
Pocas veces lo reconoció pero Gertrude Elisabeth Lörtscher nació en Innertkirchen el 7 de julio de 1901. Siempre dijo que “venía de Wimmis” en los Alpes de Berna y cautivaba a los lacandones con historias fantásticas ocurridas a los pies de los Alpes y con cantos de letras incomprensibles para lenguas extranjeras.
Su historia familiar con su explosivo politismo en los cuadros femeninos y juveniles del socialismo, le hizo tomar el nombre de Düby (de su primer marido) como propio, aunque algunas veces se excusó diciendo que su verdadero apellido era « impronunciable en cualquier idioma » tanto como su nombre de familia.
Pocas veces lo contó pero su padre fue pastor evangélico; ella misma se dijo atea y sin embargo, durante la última expedición que llevó las cajas conteniendo sus restos y el de su esposo Pancho/Frans (otro ateo) a su última morada en Najá, fueron alojadas en tres capillas católicas, incluyendo la propia en su hogar de Na Bolom y se le negó la entrada a otra, que le era accesible, la Casa de Dioses en Najá, simplemente porque ya no estaba viva y ello van contra usos y costumbres lacandones.
Defensora de la reserva forestal
Defensora de la reserva forestal de Chiapas y del mundo entero, no se anduvo por las ramas. En su testamento declaró que después de su muerte “Na Bolom, en toda su condición, quede en San Cristóbal, lugar que Pancho (Frans Blom) amó tanto como yo”. Asimismo dejó dicho que, al morir, quería ser enterrada en el panteón de Najá, al lado de su entrañable amigo Chan K’in Viejo -quien murió un día similar al de Trudi, tres años después, en 1996.
No es el caso remover los hechos para encontrar respuesta al por qué el deseo de Trudi tomó tantos años en ser concedido. La actual Presidenta del Consejo de Administración de Na Bolom, A.C. María Luisa Armendáriz Guerra aludió a “condiciones no realizables” en ese entonces; otras fuentes afirman que como murió en vísperas de Navidad no hubo conveniencia de viajar a la selva lacandona y hay quienes dicen que como días después, el 1 de enero de 1994, vino la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), la guerra con el ejército mexicano impidió, por años, el acceso a la selva para un entierro postergado.
Sea lo que haya sido, finalmente la Fundación Na Bolom decidió el traslado de los cuerpos a Najá y obtuvo los permisos necesarios. En pleno tiempo de lluvias. De manos de lacandones, hombres y mujeres de Najá, los osarios de Gertrudis Duby Blom y Frans Blom Peterson recorrieron el pueblo donde pasaron buena parte de sus vidas para detenerse el tiempo necesario para el homenaje, en el “campamento de Trudi” situado a la entrada de la otrora selva compacta de ceibas y caobas cercana al lago sagrado.
La despedida final
La ceremonia de despedida final de Trudi ha sido un acontecimiento increíble para lacandones y ladinos; bien puede imaginarse que esta última expedición a la selva y el entierro atrasado no fue prevista ni por la suiza, su esposo o la familia lacandona. No se trató de un evento triste como lo fue cuando la suiza murió, por lo que no hubo lágrimas ni lamentos aunque, simbólicamente “el cielo llora” en un aguacero interminable por la felicidad de Gertrudis de llegar al paraíso de los antepasados Hach Winik (hombres verdaderos, como son conocidos los lacandones) y la protección de Hachäkium el creador, explicó alegremente Kayu’um Ma’ax quien la conoció bien.
La llegada de los osarios a Najá resultó adelantada al tiempo y alejada del protocolo maya y sin embargo, los mismos lacandones se apresuraron a encontrar la manera de recuperar un plan pues pues “Yertrur ha regresado a Najá” y trasladados a Casa de Cultura donde decenas de lacandones llegaron de inmediato a ver los ataúdes y a entusiasmarse frente a las fotos de Trudi y el esposo. Me asombra la manera en que los jóvenes lacandones como Kayu’um Ma’ax y Mario Chakin, Young Chan K’in García y Bor Mudo se encargan de cubrir las mesas con hojas de plátano, de encontrar las velas, de improvisar un florero para las bromelias que Chak Nu ha traído para Trudi. No veo por ahora a los ancianos, que debe haber en Najá, sino a los adultos jóvenes, a niñas con sus vestidos multicolores y niños vistiendo, como sus padres, las túnicas blancas que los distinguen de cualquier otra comunidad descendientes de los grandes mayas.
Es el penúltimo alto en la Última Expedición de Frans y Trudi a su amada selva lacandona en Chiapas donde Frans dijo querer quedarse “hasta que mis huesos sean piezas arqueológicas”; a pesar de los torrenciales aguaceros y contratiempos, el programa previsto por Na Bolom A.C. en diciembre de 2009 se llevó a cabo.
El homenaje de sus amigos
Los restos mortales de los europeos naturalizados mexicanos fueron exhumados del cementerio de San Cristóbal de las Casas el sábado 7 de agosto pasado donde reposaron, desde julio de 1963 en el caso del arqueólogo nacido danés y el de Trudi, desde diciembre de 1993. Llevados en dos osarios en caoba preciosa labrados por el artesano Jorge Abarca con delicadas inscripciones nominativas y el imprescindible jaguar moteado que los identificó en vida a la capilla de Na Bolom donde recibieron homenajes de amigos, conocidos, de visitantes y huéspedes de la casa del jaguar, de personas venidas de Nahá, de Lacanjá, Palenque, Metzabok, Yaxilán y Toniná, de Tuxtla Gutiérrez y Comitán, de la Ciudad de México, de los Estados Unidos, Dinamarca, Suiza y de otros lugares hasta el 10 de agosto cuando debutó la Última Expedición.
Ya no es posible hoy día recrear los viajes hacia la selva como era tan común hace apenas dos décadas, es decir, a pié y a caballo, no solamente porque las lluvias se han transformado en trombas sino porque los territorios han sido alterados entre decisiones del Zapatismo con sus municipalidades autónomas y el Ejército Federal que ha cerrado o vuelto inaccesibles, si es que aún existen, las brechas y veredas tan conocidas por Trudi en sus incontables excursiones a la selva tropical, y los gobiernos construyen sin parar caminos asfaltados o terracería, dizque para llevar el progreso o para detener la salida de los Zapatistas de sus regiones autónomas, vaya usted a saber, y en parte también a que de igual manera, los caballos y las mulas han sido casi para siempre reemplazados por los caballos de fuerza de los automóviles todo terreno.
Una ceremonia indígena
Incuestionablemente la magia del nombre de Gertrudis abre puertas hasta de iglesias, como la de Santo Tomás, en Oxchuc, donde se hizo el primer alto de la expedición a petición de la autoridad tradicional del pueblo, don Manuel Gómez Cocum, de 91 años, gran amigo de la suiza “¿cómo voy a olvidarla? desde un principio fue respetuosa, curiosa en saber por qué veníamos a la iglesia, sorprendida por nuestros usos y costumbres; ojalá otras mujeres vinieran como ella lo hizo desde que la conocí en 1951”; la ceremonia organizada por las autoridades indígenas fue digna del momento histórico: la costumbre indígena ambientada con ritual dominico, donde las velas y los refrescos embotellados, las sonajas y las cruces, la música del arpa y guitarra con los cánticos indios muestran lo que somos en México: mezcla de culturas.
El próximo alto de la expedición fue Ocosingo. Nada más que por la leyenda. Trudi estuvo aquí en 1943 esperando la llegada del arqueólogo danés, Frans Blom, el hombre del momento en Chiapas, a quien intentaba convencer -incluso mediante la seducción, dicen ahora las malas lenguas- de llevarla en su expedición a la selva tropical con destino a Yaxilán; no bien había parado el sonido de los motores de la Cesna cuando se hizo obvio el aprecio mutuo entre ambos. Así se inició el romance que duró toda la vida y la leyenda que perdura. Y si bien el paso de los osarios de los exploradores pasó inadvertida para Ocosingo, los integrantes de la Última Expedición no nos sustrajimos al encanto de aquél encuentro y a la magia de su resultado: una pareja extraordinaria, una misión de por vida a favor de los lacandones y de la protección de la selva tropical, una Casa del Jaguar o Na Bolom abierta al mundo sin discriminación de raza, de género, de creencia, de posición política.
La llegada a El Real sobre el recién bautizado como “Gigante”, el potro de Jacinto, nos llevó por territorios zapatistas que cruzamos con el recuerdo de aquella mítica orden dada por el subcomandante Marcos a las fuerzas armadas de su Ejército Zapatista de Liberación Nacional el 1 de enero de 1994: “nadie toca Na Bolom” y previamente, la nota de duelo que, de su pluma y letra lamenta la muerte de una “gran señora”. El Real no es sino el casco de una antigua hacienda, la de Juan Bulnes, el mejor amigo de Frans Blom desde los años 20 hasta su muerte, aunque el paso de los osarios de Frans y Trudi causa sorpresa entre los descendientes Bulnes que poco o nada recuerdan del explorador blanco, ni de ser el sitio de novelas de B. Traven y Jacques Soustelle. El Real es cita destacada en diarios y bitácoras de Duby Blom, su lugar de encanto. “Aquí encontraba el descanso que buscaba, cuando menos una vez al año pasaba aquí unas tres o cuatro semanas, descansando en una hamaca que se le colgaba de un árbol cerca de la ribera del Jataté, un río que adoraba” recuerda Beatriz Mijangos Zenteno « doña Bety » compañera de la pareja desde sus 13 años -hoy tiene 78.
Camino a la gran Ceiba
Nahá o Najá en español ladino es el próximo alto de los osarios y destino final en su panteón el lunes 16 cuando don Antonio García Martínez, el último chamán de los lacandones, oficiará la ceremonia espiritual que habrá de acompañar el viaje de Trudi y Pancho al paraíso. La Casa de Dioses (palapa de techo de palma con bordes redondeados) está preparada y en el patio se tiene ya lista la canoa sagrada, hecha de un gran tronco de ceiba, que contiene el licor balché que habrá de prepararnos para entrar en comunicación con una docena de dioses mayas. Don Antonio inicia el ritual con sus cánticos y rezos mientras va poniendo balché en las jícaras y en los rostros de los dioses acomodados en el suelo que funge como altar. Son pocos los participantes al ritual pero muchos los que observamos. Del lenguaje de K’in García entiendo únicamente el repetido “Yertrur” (que es como suena Gertrudis) en sus encomiendas a sus antepasados para que Hachakyum el Creador reciba a Trudi y a su esposo en el cosmos donde habita. El balché es repartido con la indicación perentoria de no dejarlo caer pues ya está bendecido. Bebemos; se trata de un líquido espeso proveniente de la resina del árbol coyol fermentado con caña de azúcar y miel silvestre, que tiene sabor entre cerveza y sidra, olor pungente. Dicen que emborracha a partir del tercer sorbo pero “no es borrachera sino estado de trance para acercarse a los dioses” me explica Mario Ma’ax. En un momento dado, don Antonio interrumpe la ceremonia para indicarnos “es tiempo de ir al panteón, a la gran ceiba”.
Ahí en la Casa de Cultura espera un grupo compacto de lacandones. Antes de las últimas guardias de honor a Frans y Trudi puse en sendos sahumerios la tierra de Copenhague y de Wimmis que he traído ex profeso de Dinamarca y Suiza para que se mezcle a la tierra chiapaneca que cubrirá la fosa. La comitiva se organiza y los osarios son cargados por las manos de Hach Winik con sus largas túnicas ancestrales donde sobre el blanco algodón resalta aún más el largo de sus cabelleras obscuras. Doña Bety carga los sahumerios y yo las bromelias traídas personalmente por Kayu’um Tercero quien la quiso como a su madre porque de ella aprendió “todo lo que sé: si corto un árbol siembro otro”. Llegamos al Campamento de Trudi (dos grandes galeras con techos de palma y una construcción que semeja chalet suizo pero en realidad funge otras funciones más esenciales) donde son colocados en las largas mesas donde tantas comidas han sido servidas para lacandones y sus visitantes por espacio de cuatro décadas; reposan un momento solemne durante el cual la voz de Bety resalta “están contentos de venir por última vez a este lugar donde fueron tan felices y productivos”. Hay aplausos; en todo momento hay.
Un entierro al estilo lacandón
El panteón lacandón es considerado lugar sagrado. Hoy se ve alegre y claramente se percibe, entre las copas de las grandes ceibas, caobas y balchés un mediodía caliente, húmedo y sin nubes; hoy también muchos difuntos aquí enterrados tienen nombres que los identifican pues Na Bolom ha traído pequeños paneles con la identidad de muchos que han sido convocados por los dioses : Chan K’in Viejo, Chambor Díaz, Mateo Viejo, K’in Obregon, Chan K’in Bor, Pedro Kayum…
Con sorpresa veo a Kayu’um Ma’ax que coloca dos nombres extranjeros al lado de la tumba de Chan K’in Viejo; uno porta Roberto D. Bruce S. y el otro simplemente Marie Odile. Días después habré de saber que el primero fue “el maestro de Najá” quien llegó en 1957 sin ser ciertamente, maestro, sino antropólogo reconvertido en estudiante de lengua lacandona con el patriarca espiritual del pueblo; aquí se quedó para siempre. Marie Odile Marion Singer, antropóloga francesa especialista en cultura maya lacandón llegó por los años 70 “ah, qué gran amiga era de Gertrudis” recuerda Mario Ma’ax.
Para Najá el entierro es de importancia mayor según veo por la cantidad de gente alrededor. Han venido también las viudas de Chan K’in Viejo y las hermanas Koh. Hay pocos ancianos y viejecitas, muchas parejas jóvenes con niños en brazos. Antes de pasar a depositar los osarios, Kayu’um acompaña a Bety y a María Luisa Armendáriz Guerra a sembrar una caoba y ceiba en homenaje a los muertos para evitar que “una estrella caiga del cielo” lo que ocurre si se tomba un arbol. Los osarios descienden en la fosa y se les coloca la tierra suiza y danesa, se cubren con flores. El resto del entierro es al estilo lacandón, es decir que la fosa es cubierta con unos planchones de caoba y encima se colocó la lápida que tenían en el panteón de San Cristóbal de las Casas donde se lee : Frans Blom, arqueólogo mexicano y Gertrude Duby Blom, fotógrafa y ecologista. Bety ha traído las velas, otros los floreros ; Kayu’um prepara, con hojas de palma, una figura de perro “para que los acompañen, pues Trudi siempre quiso a sus perros pero nunca los trajo a Najá ni a la selva porque no era permitido” explica sonriendo.
Pepe Vázquez avisa: las lágrimas de felicidad de Trudi por encontrarse en el paraíso han llegado. Efectivamente llueve. La ceremonia sigue en Casa de Dioses. Don Antonio ha estado rezando todo este tiempo y comunicándose con los dioses. El rito sigue: el copal es colocado sobre los sahumerios mientras se reza a cada uno de los dioses incluyendo al protector de los blancos, Ah Kyantho. El copal arde y el humo es sagrado. Don Antonio reza y reza, canta y canta, aquí y allá reconozco de nuevo el nombre de Yertrur -a veces don Antonio pregunta a sus hijos por el nombre del esposo de Gertrudis- y el balché se distribuye, las palmas son bendecidas y el final ha llegado justo a tiempo antes del pijazo de agua con que nos despide el cielo.
Llovió como solamente suele llover en una selva tropical o rain forest: sin intervalos, sin pena. Pero el pueblo de Najá está como que de fiesta. En el campamento se sirve la cena de gala preparada por doña Bety. Las fotos de Yertrur y de Frans presiden la mesa. El balché llega en un garrafón que para fines del día queda vacío. La plática es la apropiada: decenas de recuerdos de Trudi, de la selva muchos años atrás cuando sí era selva, cuando habían jaguares con manchas y el negro, tapires, tucanes y no había caminos ni electricidad ni uno que otro turista “por eso Yertrur era feliz” recuerda el primogénito de Chan K’in Viejo. Se canta hasta la cucaracha pero en lacandón; hay recitales y cuentistas -siempre hay quien traduce; los niños lacandones aprenden de los niños ladinos sus primeras palabras en inglés mientras juegan a atrapar cangrejos; hay esposas que recuerdan los regaños de Yertrur a sus esposos cuando éstos se cortaron las cabelleras y las confesiones de los Hach Winik: lo hicieron para que la gente en San Cristóbal “no los viera mal”. Las promesas no se hacen esperar: sembraremos árboles, reforestaremos, defenderemos Najá, la selva, los animales, nuestros dioses, el cosmos, don Antonio no será el último chamán… La noche dice adiós.
La Última Expedición ha llegado a su fin
Desandamos el camino. Veo el lago sagrado de Najá donde Trudi se bañaba desnuda con sus amigas sin decirles que habían cocodrilos, las cuevas aledañas en que se sacrifican las vasijas de dioses al término de ciclos de siete años; la neblina aún cubre el paisaje pero sé que pronto dejará ver “montes pelones como espaldas de elefante”según describió doña Bety, donde los árboles ya no tocan el cielo ni se escucha el rugido del jaguar; el camino es un desastre entre el deslavado de la piedra y el lodo aunque existan campus de la Universidad Intercultural de la Selva Lacandona; la quema de árboles preciosos sigue acabando con el hábitat forestal y hay cada vez más ganado; los pueblos son más y más grandes al igual que las bases militares del ejército federal; hay ruido insoportable y las tienditas venden verduras enlatadas y ropa de textiles sintéticos. Todo lo que Yertrur predijo se ha realizado: la selva ha sido destruida, las comunidades invadidas y ha sido enterrada en su lugar preferido. El aguacero regresa.
Espero que Trudi y Frans sean felices en Najá.
Swisslatin / Kyra Núñez (11.09.2010)
FUENTE
Recordemos a Trudy y todo lo que significa para nosotros los chiapanecos y especialmente para los lacandones.
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La vida de la multifacética Gertrudis Duby Blom, de los Alpes de Berna a la selva Lacandona.
Reportaje de Kyra Núñez
Elisa Koh y Nuk María, indígenas lacandonas rinden a Trudi,
el homenaje de bienvenida a su última morada en Najá (foto K.N.J)
Huyendo de la Europa de la Segunda Guerra Mundial, acosada por políticos, diplomáticos y familia, Gertrude Duby inmigró a México en 1940, donde encontró nuevas carreras, un nuevo amor en Frans Blom y se hizo de un hogar extensivo entre lacandones y ladinos en Chiapas.
Todo lo que la multifacética Gertrudis Duby Blom hizo durante cinco décadas en Chiapas fue impactante como una tromba, similar a la que vivimos en Najá el día de su entierro final luego de 16 años, ocho meses y 7 días de su deceso -sus restos mortales guardados desde el 23 de diciembre de 1993 en el cementerio católico-romano de San Cristóbal de las Casas, junto a su esposo, Frans Blom (1893-1963).
En los Alpes de Berna
Pocas veces lo reconoció pero Gertrude Elisabeth Lörtscher nació en Innertkirchen el 7 de julio de 1901. Siempre dijo que “venía de Wimmis” en los Alpes de Berna y cautivaba a los lacandones con historias fantásticas ocurridas a los pies de los Alpes y con cantos de letras incomprensibles para lenguas extranjeras.
Su historia familiar con su explosivo politismo en los cuadros femeninos y juveniles del socialismo, le hizo tomar el nombre de Düby (de su primer marido) como propio, aunque algunas veces se excusó diciendo que su verdadero apellido era « impronunciable en cualquier idioma » tanto como su nombre de familia.
Pocas veces lo contó pero su padre fue pastor evangélico; ella misma se dijo atea y sin embargo, durante la última expedición que llevó las cajas conteniendo sus restos y el de su esposo Pancho/Frans (otro ateo) a su última morada en Najá, fueron alojadas en tres capillas católicas, incluyendo la propia en su hogar de Na Bolom y se le negó la entrada a otra, que le era accesible, la Casa de Dioses en Najá, simplemente porque ya no estaba viva y ello van contra usos y costumbres lacandones.
Defensora de la reserva forestal
Defensora de la reserva forestal de Chiapas y del mundo entero, no se anduvo por las ramas. En su testamento declaró que después de su muerte “Na Bolom, en toda su condición, quede en San Cristóbal, lugar que Pancho (Frans Blom) amó tanto como yo”. Asimismo dejó dicho que, al morir, quería ser enterrada en el panteón de Najá, al lado de su entrañable amigo Chan K’in Viejo -quien murió un día similar al de Trudi, tres años después, en 1996.
No es el caso remover los hechos para encontrar respuesta al por qué el deseo de Trudi tomó tantos años en ser concedido. La actual Presidenta del Consejo de Administración de Na Bolom, A.C. María Luisa Armendáriz Guerra aludió a “condiciones no realizables” en ese entonces; otras fuentes afirman que como murió en vísperas de Navidad no hubo conveniencia de viajar a la selva lacandona y hay quienes dicen que como días después, el 1 de enero de 1994, vino la insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), la guerra con el ejército mexicano impidió, por años, el acceso a la selva para un entierro postergado.
Sea lo que haya sido, finalmente la Fundación Na Bolom decidió el traslado de los cuerpos a Najá y obtuvo los permisos necesarios. En pleno tiempo de lluvias. De manos de lacandones, hombres y mujeres de Najá, los osarios de Gertrudis Duby Blom y Frans Blom Peterson recorrieron el pueblo donde pasaron buena parte de sus vidas para detenerse el tiempo necesario para el homenaje, en el “campamento de Trudi” situado a la entrada de la otrora selva compacta de ceibas y caobas cercana al lago sagrado.
La despedida final
La ceremonia de despedida final de Trudi ha sido un acontecimiento increíble para lacandones y ladinos; bien puede imaginarse que esta última expedición a la selva y el entierro atrasado no fue prevista ni por la suiza, su esposo o la familia lacandona. No se trató de un evento triste como lo fue cuando la suiza murió, por lo que no hubo lágrimas ni lamentos aunque, simbólicamente “el cielo llora” en un aguacero interminable por la felicidad de Gertrudis de llegar al paraíso de los antepasados Hach Winik (hombres verdaderos, como son conocidos los lacandones) y la protección de Hachäkium el creador, explicó alegremente Kayu’um Ma’ax quien la conoció bien.
La llegada de los osarios a Najá resultó adelantada al tiempo y alejada del protocolo maya y sin embargo, los mismos lacandones se apresuraron a encontrar la manera de recuperar un plan pues pues “Yertrur ha regresado a Najá” y trasladados a Casa de Cultura donde decenas de lacandones llegaron de inmediato a ver los ataúdes y a entusiasmarse frente a las fotos de Trudi y el esposo. Me asombra la manera en que los jóvenes lacandones como Kayu’um Ma’ax y Mario Chakin, Young Chan K’in García y Bor Mudo se encargan de cubrir las mesas con hojas de plátano, de encontrar las velas, de improvisar un florero para las bromelias que Chak Nu ha traído para Trudi. No veo por ahora a los ancianos, que debe haber en Najá, sino a los adultos jóvenes, a niñas con sus vestidos multicolores y niños vistiendo, como sus padres, las túnicas blancas que los distinguen de cualquier otra comunidad descendientes de los grandes mayas.
Es el penúltimo alto en la Última Expedición de Frans y Trudi a su amada selva lacandona en Chiapas donde Frans dijo querer quedarse “hasta que mis huesos sean piezas arqueológicas”; a pesar de los torrenciales aguaceros y contratiempos, el programa previsto por Na Bolom A.C. en diciembre de 2009 se llevó a cabo.
El homenaje de sus amigos
Los restos mortales de los europeos naturalizados mexicanos fueron exhumados del cementerio de San Cristóbal de las Casas el sábado 7 de agosto pasado donde reposaron, desde julio de 1963 en el caso del arqueólogo nacido danés y el de Trudi, desde diciembre de 1993. Llevados en dos osarios en caoba preciosa labrados por el artesano Jorge Abarca con delicadas inscripciones nominativas y el imprescindible jaguar moteado que los identificó en vida a la capilla de Na Bolom donde recibieron homenajes de amigos, conocidos, de visitantes y huéspedes de la casa del jaguar, de personas venidas de Nahá, de Lacanjá, Palenque, Metzabok, Yaxilán y Toniná, de Tuxtla Gutiérrez y Comitán, de la Ciudad de México, de los Estados Unidos, Dinamarca, Suiza y de otros lugares hasta el 10 de agosto cuando debutó la Última Expedición.
Ya no es posible hoy día recrear los viajes hacia la selva como era tan común hace apenas dos décadas, es decir, a pié y a caballo, no solamente porque las lluvias se han transformado en trombas sino porque los territorios han sido alterados entre decisiones del Zapatismo con sus municipalidades autónomas y el Ejército Federal que ha cerrado o vuelto inaccesibles, si es que aún existen, las brechas y veredas tan conocidas por Trudi en sus incontables excursiones a la selva tropical, y los gobiernos construyen sin parar caminos asfaltados o terracería, dizque para llevar el progreso o para detener la salida de los Zapatistas de sus regiones autónomas, vaya usted a saber, y en parte también a que de igual manera, los caballos y las mulas han sido casi para siempre reemplazados por los caballos de fuerza de los automóviles todo terreno.
Una ceremonia indígena
Incuestionablemente la magia del nombre de Gertrudis abre puertas hasta de iglesias, como la de Santo Tomás, en Oxchuc, donde se hizo el primer alto de la expedición a petición de la autoridad tradicional del pueblo, don Manuel Gómez Cocum, de 91 años, gran amigo de la suiza “¿cómo voy a olvidarla? desde un principio fue respetuosa, curiosa en saber por qué veníamos a la iglesia, sorprendida por nuestros usos y costumbres; ojalá otras mujeres vinieran como ella lo hizo desde que la conocí en 1951”; la ceremonia organizada por las autoridades indígenas fue digna del momento histórico: la costumbre indígena ambientada con ritual dominico, donde las velas y los refrescos embotellados, las sonajas y las cruces, la música del arpa y guitarra con los cánticos indios muestran lo que somos en México: mezcla de culturas.
El próximo alto de la expedición fue Ocosingo. Nada más que por la leyenda. Trudi estuvo aquí en 1943 esperando la llegada del arqueólogo danés, Frans Blom, el hombre del momento en Chiapas, a quien intentaba convencer -incluso mediante la seducción, dicen ahora las malas lenguas- de llevarla en su expedición a la selva tropical con destino a Yaxilán; no bien había parado el sonido de los motores de la Cesna cuando se hizo obvio el aprecio mutuo entre ambos. Así se inició el romance que duró toda la vida y la leyenda que perdura. Y si bien el paso de los osarios de los exploradores pasó inadvertida para Ocosingo, los integrantes de la Última Expedición no nos sustrajimos al encanto de aquél encuentro y a la magia de su resultado: una pareja extraordinaria, una misión de por vida a favor de los lacandones y de la protección de la selva tropical, una Casa del Jaguar o Na Bolom abierta al mundo sin discriminación de raza, de género, de creencia, de posición política.
La llegada a El Real sobre el recién bautizado como “Gigante”, el potro de Jacinto, nos llevó por territorios zapatistas que cruzamos con el recuerdo de aquella mítica orden dada por el subcomandante Marcos a las fuerzas armadas de su Ejército Zapatista de Liberación Nacional el 1 de enero de 1994: “nadie toca Na Bolom” y previamente, la nota de duelo que, de su pluma y letra lamenta la muerte de una “gran señora”. El Real no es sino el casco de una antigua hacienda, la de Juan Bulnes, el mejor amigo de Frans Blom desde los años 20 hasta su muerte, aunque el paso de los osarios de Frans y Trudi causa sorpresa entre los descendientes Bulnes que poco o nada recuerdan del explorador blanco, ni de ser el sitio de novelas de B. Traven y Jacques Soustelle. El Real es cita destacada en diarios y bitácoras de Duby Blom, su lugar de encanto. “Aquí encontraba el descanso que buscaba, cuando menos una vez al año pasaba aquí unas tres o cuatro semanas, descansando en una hamaca que se le colgaba de un árbol cerca de la ribera del Jataté, un río que adoraba” recuerda Beatriz Mijangos Zenteno « doña Bety » compañera de la pareja desde sus 13 años -hoy tiene 78.
Camino a la gran Ceiba
Nahá o Najá en español ladino es el próximo alto de los osarios y destino final en su panteón el lunes 16 cuando don Antonio García Martínez, el último chamán de los lacandones, oficiará la ceremonia espiritual que habrá de acompañar el viaje de Trudi y Pancho al paraíso. La Casa de Dioses (palapa de techo de palma con bordes redondeados) está preparada y en el patio se tiene ya lista la canoa sagrada, hecha de un gran tronco de ceiba, que contiene el licor balché que habrá de prepararnos para entrar en comunicación con una docena de dioses mayas. Don Antonio inicia el ritual con sus cánticos y rezos mientras va poniendo balché en las jícaras y en los rostros de los dioses acomodados en el suelo que funge como altar. Son pocos los participantes al ritual pero muchos los que observamos. Del lenguaje de K’in García entiendo únicamente el repetido “Yertrur” (que es como suena Gertrudis) en sus encomiendas a sus antepasados para que Hachakyum el Creador reciba a Trudi y a su esposo en el cosmos donde habita. El balché es repartido con la indicación perentoria de no dejarlo caer pues ya está bendecido. Bebemos; se trata de un líquido espeso proveniente de la resina del árbol coyol fermentado con caña de azúcar y miel silvestre, que tiene sabor entre cerveza y sidra, olor pungente. Dicen que emborracha a partir del tercer sorbo pero “no es borrachera sino estado de trance para acercarse a los dioses” me explica Mario Ma’ax. En un momento dado, don Antonio interrumpe la ceremonia para indicarnos “es tiempo de ir al panteón, a la gran ceiba”.
Ahí en la Casa de Cultura espera un grupo compacto de lacandones. Antes de las últimas guardias de honor a Frans y Trudi puse en sendos sahumerios la tierra de Copenhague y de Wimmis que he traído ex profeso de Dinamarca y Suiza para que se mezcle a la tierra chiapaneca que cubrirá la fosa. La comitiva se organiza y los osarios son cargados por las manos de Hach Winik con sus largas túnicas ancestrales donde sobre el blanco algodón resalta aún más el largo de sus cabelleras obscuras. Doña Bety carga los sahumerios y yo las bromelias traídas personalmente por Kayu’um Tercero quien la quiso como a su madre porque de ella aprendió “todo lo que sé: si corto un árbol siembro otro”. Llegamos al Campamento de Trudi (dos grandes galeras con techos de palma y una construcción que semeja chalet suizo pero en realidad funge otras funciones más esenciales) donde son colocados en las largas mesas donde tantas comidas han sido servidas para lacandones y sus visitantes por espacio de cuatro décadas; reposan un momento solemne durante el cual la voz de Bety resalta “están contentos de venir por última vez a este lugar donde fueron tan felices y productivos”. Hay aplausos; en todo momento hay.
Un entierro al estilo lacandón
El panteón lacandón es considerado lugar sagrado. Hoy se ve alegre y claramente se percibe, entre las copas de las grandes ceibas, caobas y balchés un mediodía caliente, húmedo y sin nubes; hoy también muchos difuntos aquí enterrados tienen nombres que los identifican pues Na Bolom ha traído pequeños paneles con la identidad de muchos que han sido convocados por los dioses : Chan K’in Viejo, Chambor Díaz, Mateo Viejo, K’in Obregon, Chan K’in Bor, Pedro Kayum…
Con sorpresa veo a Kayu’um Ma’ax que coloca dos nombres extranjeros al lado de la tumba de Chan K’in Viejo; uno porta Roberto D. Bruce S. y el otro simplemente Marie Odile. Días después habré de saber que el primero fue “el maestro de Najá” quien llegó en 1957 sin ser ciertamente, maestro, sino antropólogo reconvertido en estudiante de lengua lacandona con el patriarca espiritual del pueblo; aquí se quedó para siempre. Marie Odile Marion Singer, antropóloga francesa especialista en cultura maya lacandón llegó por los años 70 “ah, qué gran amiga era de Gertrudis” recuerda Mario Ma’ax.
Para Najá el entierro es de importancia mayor según veo por la cantidad de gente alrededor. Han venido también las viudas de Chan K’in Viejo y las hermanas Koh. Hay pocos ancianos y viejecitas, muchas parejas jóvenes con niños en brazos. Antes de pasar a depositar los osarios, Kayu’um acompaña a Bety y a María Luisa Armendáriz Guerra a sembrar una caoba y ceiba en homenaje a los muertos para evitar que “una estrella caiga del cielo” lo que ocurre si se tomba un arbol. Los osarios descienden en la fosa y se les coloca la tierra suiza y danesa, se cubren con flores. El resto del entierro es al estilo lacandón, es decir que la fosa es cubierta con unos planchones de caoba y encima se colocó la lápida que tenían en el panteón de San Cristóbal de las Casas donde se lee : Frans Blom, arqueólogo mexicano y Gertrude Duby Blom, fotógrafa y ecologista. Bety ha traído las velas, otros los floreros ; Kayu’um prepara, con hojas de palma, una figura de perro “para que los acompañen, pues Trudi siempre quiso a sus perros pero nunca los trajo a Najá ni a la selva porque no era permitido” explica sonriendo.
Pepe Vázquez avisa: las lágrimas de felicidad de Trudi por encontrarse en el paraíso han llegado. Efectivamente llueve. La ceremonia sigue en Casa de Dioses. Don Antonio ha estado rezando todo este tiempo y comunicándose con los dioses. El rito sigue: el copal es colocado sobre los sahumerios mientras se reza a cada uno de los dioses incluyendo al protector de los blancos, Ah Kyantho. El copal arde y el humo es sagrado. Don Antonio reza y reza, canta y canta, aquí y allá reconozco de nuevo el nombre de Yertrur -a veces don Antonio pregunta a sus hijos por el nombre del esposo de Gertrudis- y el balché se distribuye, las palmas son bendecidas y el final ha llegado justo a tiempo antes del pijazo de agua con que nos despide el cielo.
Llovió como solamente suele llover en una selva tropical o rain forest: sin intervalos, sin pena. Pero el pueblo de Najá está como que de fiesta. En el campamento se sirve la cena de gala preparada por doña Bety. Las fotos de Yertrur y de Frans presiden la mesa. El balché llega en un garrafón que para fines del día queda vacío. La plática es la apropiada: decenas de recuerdos de Trudi, de la selva muchos años atrás cuando sí era selva, cuando habían jaguares con manchas y el negro, tapires, tucanes y no había caminos ni electricidad ni uno que otro turista “por eso Yertrur era feliz” recuerda el primogénito de Chan K’in Viejo. Se canta hasta la cucaracha pero en lacandón; hay recitales y cuentistas -siempre hay quien traduce; los niños lacandones aprenden de los niños ladinos sus primeras palabras en inglés mientras juegan a atrapar cangrejos; hay esposas que recuerdan los regaños de Yertrur a sus esposos cuando éstos se cortaron las cabelleras y las confesiones de los Hach Winik: lo hicieron para que la gente en San Cristóbal “no los viera mal”. Las promesas no se hacen esperar: sembraremos árboles, reforestaremos, defenderemos Najá, la selva, los animales, nuestros dioses, el cosmos, don Antonio no será el último chamán… La noche dice adiós.
La Última Expedición ha llegado a su fin
Desandamos el camino. Veo el lago sagrado de Najá donde Trudi se bañaba desnuda con sus amigas sin decirles que habían cocodrilos, las cuevas aledañas en que se sacrifican las vasijas de dioses al término de ciclos de siete años; la neblina aún cubre el paisaje pero sé que pronto dejará ver “montes pelones como espaldas de elefante”según describió doña Bety, donde los árboles ya no tocan el cielo ni se escucha el rugido del jaguar; el camino es un desastre entre el deslavado de la piedra y el lodo aunque existan campus de la Universidad Intercultural de la Selva Lacandona; la quema de árboles preciosos sigue acabando con el hábitat forestal y hay cada vez más ganado; los pueblos son más y más grandes al igual que las bases militares del ejército federal; hay ruido insoportable y las tienditas venden verduras enlatadas y ropa de textiles sintéticos. Todo lo que Yertrur predijo se ha realizado: la selva ha sido destruida, las comunidades invadidas y ha sido enterrada en su lugar preferido. El aguacero regresa.
Espero que Trudi y Frans sean felices en Najá.
Swisslatin / Kyra Núñez (11.09.2010)
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