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miércoles, 23 de febrero de 2011

“Nuestros soles, nuestra fuerza cósmica”

Coloco aqui a mi arbitrio unos párrafos que seleccioné de un articulo que podrán leer completo aqui:            





LA CUENTA DEL TIEMPO



Tlacatzin Stivalet Corral
Publicado originalmente el 5 de abril de 2001 en “Nuestros soles, nuestra fuerza cósmica”
Adaptación: Gabriel G. Méndez



° La Cuenta Europea del Tiempo



Al ocurrir la invasión de la antigua Anáhuac, los españoles traían su propia cuenta de los años, que es prácticamente la misma que utilizan actualmente. El calendario europeo actual data de hace poco más de 2000 años, aunque su origen es muy anterior, y en su origen fue lunar, al igual que el de los antiguos sumerios. Conviene esclarecer este enredo en todo lo posible.



Al llegar a la antigua Anáhuac, los españoles recién se habían liberado de los árabes y aún usaban la palabra “almanaque” como equivalente de “calendario”. La palabra “almanaque” es de origen árabe: al manâh. Es posible que dicha palabra se haya tomado de manâh ‘parada en un viaje’, de donde se extendió el significado a ‘signo del Zodiaco [en el cual se estaciona el sol parte del año]‘ .



La palabra “calendario”, castellanización del calendarium, que originariamente era un ‘registro de cuentas’, también ‘préstamo a interés’, finalmente tuvo la acepción de ‘cuadro de los días, meses, estaciones y fiestas de un año’ y, en general, de ‘sistema de división del tiempo’. La palabra latina es un derivado de calendae ‘primer día del mes romano’.





El calendario romano oficial fue establecido primeramente por Rómulo, fundador y primer rey de Roma, quien lo definió como formado por trescientos días, divididos en diez meses, que empezaba en el mes de marzo: el primero de los diez meses. Numa Pompilio, segundo rey de Roma, por el año 50 de la fundación de Roma, agregó dos meses al final del año: enero, como undécimo, y febrero, como último.



Este calendario comprendía doce meses lunares, de treinta días cada uno, los cuales se dividían en tres partes desiguales, marcadas por la calendae ‘calendas’, los idus ‘idus’ y las nonae ‘nonas’. Las “calendas” coincidían con el primer día de la luna nueva, los “idus” empezaban con la luna llena y las “nonas” nueve días antes de los “idus”. Los romanos retomaron el calendario lunar sumerio.



En el año 708 de la fundación de Roma, año 44 antes del nacimiento de Jesús en Nazareth, Julio César quiso ajustar el calendario romano al ciclo solar, ya que los equinoccios y los solsticios no eran bien predichos por dicha cuenta del tiempo. Para este fin, Julio César hizo que visitara Roma un astrónomo de de Alejandría, ciudad ubicada al norte de Egipto, cuyo nombre era Sosígenes.



Cabe aquí tener presente que los egipcios contaban su tiempo con un calendario solar. La base del calendario reformado por Sosígenes, llamado “calendario juliano”, fue la duración del año solar, que, por aquel entonces, Sosígenes, al igual que los demás astrónomos egipcios consideraba exactamente de 365 días y un cuarto. Con esta base se definió la cuenta calendárica juliana.



Así, se estableció oficialmente tener tres años de 365 días y un año de 366. Para cumplir con este requisito, Sosígenes sugirió que cada cuatro años se intercalara un día extra. Como los romanos contaban los días hacia atrás, de manera regresiva, el día extra se acordó que fuese intercalado al día siguiente del sexto antes de las calendas de marzo, ante diem bis sextum kalendae martius en latín.



De aquí el nombre de “bisiesto” para los años de 366 días. Al caer en desuso la manera romana de contar, por contarse progresivamente a partir del primero del mes, este dia adicional se agrega al final del último de febrero. En la actualidad, el día extra es el 29 de febrero. Con esto, nunca coincide la duración gregoriana de año con la duración astronómica, ya que son tres años de 365 y uno de 366 días.



Los primeros cristianos dependían de los rabinos judíos para conocer la fecha de la paisah ‘pascua’. Fue en el “concilio” de Nicea, celebrado en dicha ciudad de la península de Anatolia, actualmente Turquía, en el año cristiano 325, cuando se fijó la “pascua” de los cristianos en relación con el equinoccio de primavera, que en ese entonces ocurría el 21 de marzo. Se pensó entonces que esta fecha sería siempre la misma.



Esto no resultó cierto. El «año juliano» tiene una duración promedio de 365 días y 6 horas o sea, 365.25 días; tanto este año cuanto el año sideral resultan de mayor duración que el año trópico. El año juliano resulta 11 minutos y 14 segundos mayor que el año trópico, es decir, 671 segundos mayor. Esto significa que cada cuatro años, el equinoccio ocurre 44 minutos y 56 segundos más temprano.



Considerando que esto se convierte en un adelanto cuatrianual de casi una hora, al hacer cuentas, resulta que al transcurrir 129 años, el adelanto será de 86,559 segundos, esto es, un día completo más 159 segundos. Al ser similar nuestro xiuhpohualli y el año promedio de los europeos, resulta obvia esta cifra, ya que nuestros abuelos acordaron una modificación cada 130 años, como se calarará más adelante.



Los nombres de los días de la semana también son de origen sumerio. Hace unos dos mil años, los astrólogos eran un grupo religioso más de los muchos que pululaban en la Roma ya imperial. Dedicaban los días a la luna, dies lunae ‘lunes’, al planeta Marte, dies martis ‘martes’, al planeta Mercurio, dies Mercuri ‘miércoles’, al planeta Júpiter, dies Jovis ‘jueves’, al planeta Venus, dies Veneris ‘viernes’.



En castellano únicamente se conservaron los cinco nombres anteriores, aunque los siete días tenían nombre astrológico, en inglés y en alemán sí se conservaron estos nombres. Al planeta Saturno se le dedicó el sábado, dies Saturni ‘sábado’, en inglés Saturday ‘día de Saturno’, en alemán Samstag, al Sol se le dedicó el domingo, dies Solis ‘dia del Sol’, en inglés Sunday ‘día del sol’, en aleman Sonntag.



Para el sabado, a través del latín sabbatum, en castellano se conservó el sabbath hebreo, derivado de sabbath ‘descansar’. Cabe tener presente que tanto el calendario hebreo cuanto el astrológico provienen de Sumeria. Ambos son lunares, por lo tanto el “día” empieza al anochecer. Aunque el calendario romano original era también lunar, después de la reforma de Sosígenes se había ajustado al calendario solar egipcio.



Por otro lado, cuando se implantó el calendario juliano, los romanos contaban los años transcurridos desde la fundación de Roma. Al imponerse definitivamente en Roma, hace unos 1,400 años, los cristianos empezaron a contar los años transcurridos a partir del nacimiento de Jesús de Nazareth, que se calculó haber ocurrido en el año 753 de la fundación de Roma. En realidad ocurrió más de cuatro años antes.



El responsable de este error se llamó Dionisio el Exiguo. Con el paso de los siglos, se descubrió que Herodes murió en el año 749. De aquí se deduce que, forzosamente, Jesús nació antes de su muerte. Esta consideración lleva el nacimiento del maestro de Nazareth a seis o siete años antes. El año 2000 europeo es en realidad el año 2006 o 2007 del nacimiento de Cristo.



Durante unos mil años, se contaba el inicio de los años cristianos en “pascua”, que es una fecha judía correspondiente al calendario lunar sumerio. En el año europeo 1564, el rey Carlos IX de Francia ordenó, por un edicto, que el año civil comenzaría el 1 de enero; marcando una diferencia con el calendario religioso de los cristianos.



Contando a partir del año 325, en el año 1582 de la cuenta europea, el calendario juliano había acumulado un adelanto de 9.724152 días con respecto al equinoccio de primavera, por lo que el “papa” Gregorio XIII hizo eliminar diez días, haciendo saltar el calendario del 4 de octubre de 1582 al 15 de octubre de ese mismo año. Estableció que el año 1600 europeo sí sería bisiesto.



Además, ordenó que no fuesen bisiestos los años centenarios que no sean divisibles por 400: 1700, 1800 y 1900. El año 2000 europeo sí se estableció que fuese bisiesto. Es decir, además de los divisibles por cuatro, únicamente son bisiestos los años divisibles simultáneamente por cien y por cuatrocientos. El ciclo de los años gregorianos es de 400 años.



Así, en promedio, el año gregoriano tiene una duración de 365 días, 5 horas, 49 minutos, y 12 segundos, es decir, 365.2425 días, resultado de promediar trescientos tres «años civiles» de 365 días y 97 «años bisiestos» de 366. Esto es 26 segundos más que el año trópico. La realidad es que el tiempo “gregoriano” nunca coincide con el tiempo astronómico: o está adelantado o está atrasado.



Considerano que cada año de nuestro cauhpohualli es de 365.25, que equivale al año juliano europeo, el ciclo de 130 años resulta ser 129 años de 365.25 y un año de 364.25, se tiene que nuestro año promedio es de 365.2423077, lo cual resulta más cercano al año trópico que cualquiera de los europeos: resulta sólo 0.0001077 de día mayor, es decir, 9 segundos 305 milésimas de segundo 28 cienmilésimas mayor.



En resumen, para que se tenga que hacer el descuento de un día entero en nuestro cauhpohualli, deberán pasar 9,285 años, tiempo en el cual los europeos que siguen el calendario gregoriano habrán hecho tres descuentos, uno cada 3,323 años. Esto hace evidente que tocauhpohualtain ‘nuestra venerada cuenta del tiempo’ es tres veces más exacta que la cuenta de los europeos.



°° La Cuenta Tolteca del Tiempo



Para ubicar la cuenta tolteca del tiempo conviene empezar con una «adivinanza» que recopiló de sus informantes nahuas Bernardino de Ribeira, llamado Sahagún: ¿zazan tlein o, xoxouhqui xicaltzintli, momochitl ontemi?, Aca quittaz tozazaniltzin tlaca nenca ilhuicatl. ‘qué es eso que es azul jícara, de collares de palomitas llena; alguno puede ver que nuestra adivinanza así falsamente es cielo’.



Los diccionarios bilingües traducen la palabra nahua ilhuicatl con la palabra española “cielo”. Aunque se puede decir que aparentemente esto es cierto, al conocer el origen de la palabra nahua se puede constatar que el sentido esencial es muy diferente. La palabra castellana “cielo” tiene una connotación espacial, mientras que ilhuicatl tiene un referente temporal. Conviene abundar a este respecto.



Para seguir, vale decir que la desinencia -catl suele aparecer en sustantivos derivados de verbos: para indicar un hecho consumado. Así, miccatl ‘muerte’ es el hecho consumado del verbo miqui ‘morir’: nomicca ‘mi muerte’, peuhcatl ‘comienzo’ es la acción consumada de del verbo pehua ‘comenzar’: topeuhca ‘nuestro comienzo’, etc.. Estos derivados generalmente aparecen en los diccionarios en su forma poseída.



Considerando que ilhuicatl pertenece a esta categoría lingüística, es la acción consumada del verbo ilhuia, que se utiliza generalmente con el sentido de ‘contestar algo a alguien’, aunque viene a ser de la familia del verbo iloa ‘regresar’, ‘retornar’, ‘volver’, de la misma forma en que se tiene poloa ‘perder’, ‘destruir’, polihui ‘perecer’, ‘perderse’, destruirse’ y polhuia ‘perder algo a alguien’, ‘borrar algo a alguien’.



En este contexto, el verbo ilhuia también significa ‘regresar’, ‘retornar’, ‘volver’; por esto mismo, la palabra ilhuicatl viene a ser un hecho consumado: ‘regreso’, ‘retorno’, ‘vuelta’. Al reflexionar un poco, se puede ver que los momochitl ‘collares de palomitas de maíz’ de la adivinanza infantil no son otra cosa que las constelaciones de estrellas que cada noche “regresan”, “retornan”, “vuelven”.



Lo que ocurre con las zizitlaltin ‘estrellas’ ocurre con tonatiuh ‘va calentando’, con metztli ‘luna’, con tlahuizcalpantecuihtli ‘protector de la alborada’, et cetera: todo retorna cada nuevo día o cada nueva noche. Con esto se puede ver que la palabra ilhuicatl efectivamente viene a significar ‘retorno’ o si se quiere ‘versario’: como en “aniversario” ‘lo que retorna cada año’. Mejor aún, ilhuicatl significa ‘lugar de retorno’.



Aquí cabe señalar que existe una coincidencia con la palabra latina universum ‘lo que se vuelve al unísono’, ‘lo que gira unitariamente’ de versare ‘volverse’, ‘girar’. Esto hace que el universo sea algo «vivo». El origen de esta palabra, “universo” en el dialecto español, nos hace ver que la adivinanza de nuestros abuelos tiene un sentido profundo: el retorno continuo de lo que forma el universo.



En el «tiempo», cahuitl en lengua nahua, cíclicamente, cada uno de nosotros se manifiesta como tonalli ‘energía brillante’ y como nahualli ‘energía obscura’. Esto se puede ver claramente al considerar la secuencia de los lapsos día y noche. La “energía diurna” y la “energía nocturna” son complementarias. Nuestro cerebro trabaja emitiendo «ondas beta» durante el día y «ondas alfa» mientras dormimos.



Colectivamente, cósmicamente, somos tonaltzintli ‘sagrada energía brillante’ y nahualtzintli ‘sagrada energía obscura’. Los periodos de energía brillante son lo que en castellano se ha llamado «sol», epocas de gran pujanza civilizatoria, los periodos de energía obscura vienen a ser lo que bien se puede llamar «luna», ya que son épocas de descanso civilizatorio. Ambas épocas retornan cíclicamente.



Al concluir cada «luna» empieza un nuevo «sol», al concluir éste empieza una nueva «luna». Esta secuencia hace que se forme un ciclo. En castellano este ciclo bien puede ser nombrado «era», ya que es una ‘cronología que se inicia en un hecho histórico particular’, en este caso el nacimiento de un nuevo sol. En lengua nahua a estos ciclos bien se les puede llamar ilhuicayotl ‘esencia del retorno’.



Cada «era tolteca», tonaltzintli, se identifica con un nombre particular: Atonatiuh ‘sol de agua’, Tlachitonatiuh ‘sol de tierra’, Ehecatonatiuh ‘sol de aire’, Tletonatiuh ‘sol de fuego’, et cetera. Esta forma de nombrar las «eras toltecas» varía según las fuentes. Al leer el Tonalmachiyotl ‘piedra de energía’, más conocida como Calendario azteca, cabe tener presente que los «soles» se nombran por su energía natal.



En dicho monumento, los tenochcas ostentan su identidad tolteca al tiempo que exponen su propio avance. Al lado derecho de la parte alta del círculo central aparece ze tecpatl ‘uno pedernal’, marcando la tradición tolteca de que todos los soles iniciaron en un año uno pedernal, tal como lo señala el investigador Manuel Orozco y Berra en su obra Historia antigua y de la conquista de México.



Asimismo aparece junto el compañero diurno del tlapohualli ze ‘numeral uno’: Xiuhtecuihtli ‘protector de la hierba’, nombre tolteca del fuego. En la cuenta de cincuenta y dos años registrada en las páginas centrales del Códice Borbónico, tanbién aparece Xiuhtecuihtli ‘protector de la hierba’ como compañero nocturno del ilhuitl ze tecpatl ‘retorno uno pedernal’. Esta coincidencia es significativa.





Cada uno de los cinco soles enmarcados en dicho círculo central de la Piedra de los soles están inscritos, de derecha a izquierda, como una fecha calendárica: nahui ocelotl ‘cuatro ocelote’, nahui ehecatl ‘cuatro viento’, nahui quiyahuitl ‘cuatro lluvia’, nahui atl ‘cuatro agua’ y nahui olin ‘cuatro movimiento’. Existe correspondencia de estos “nombres” con la registrada por fuentes toltecas.



Además de los nombres, en el presente aún tenemos versiones encontradas de la secuencia de los soles. Es por lo mismo que conviene empezar por el principio: re ubicarnos «aquí» en el Universo y «ahora» que recién ocurrió el gran estruendo, lo que mucha gente conoce en inglés como big bang ‘gran tronido’. Esto nos permite estar cerca y junto a nuestros abuelos anahuacas.



Los cambios en el universo los percibimos como «retornos»: al cambiar el espacio tomamos conciencia del tiempo. Esto aparece representado en tocauhpohualtzin ‘nuestra venerada cuenta del tiempo’ en forma de figuras duales conteniendo una imagen y un numeral: las imágenes son tomadas del espacio y los numerales del tiempo; por lo tanto la secuencia es dual.



De muy antiguo, los pueblos nahuas consideraron vital el conocimiento de los “retornos de la jícara celeste”, como base para la propia plenitud alimentaria, emotiva y mental. Esto hizo necesario establecer observatorios para contar con precisión los retornos de todas las “pupilas” de la jícara azul: el Sol, la Luna, los planetas, las estrellas. Los centros astronómicos de Tenochtitlan-mexihco fueros destruidos.



No únicamente hay que hablar de destrucción de las edificaciones. Desde el inicio de la invasión española, quienes hablan castellano han realizado esfuerzos descomunales para destruir la «conciencia» anahuaca de los ciclos para, es su lugar, imponer el «esquema mental» de origen mediterráneo que habla de un tiempo lineal: que inició con la “creación” y terminará con “el juicio final”.



Esta fuerza destructiva de los invasores ha disminuido. A partir de la insurrección del “monje agustino” Martín Lutero, ocurrida en el año europeo 1517, la credibilidad de la iglesia imperial de Roma ha ido menguando: Lavoisier en el año cristiano 1774 y Darwin en el año1859 de la cuenta europea eliminaron cualquier resto de credibilidad que pudiera dar fuerza a dicha institución europea medieval.



Este debilitamiento ha permitido que no pocos mexicanos empiecen ya a reconocer la vigorosa actualidad de nuestra cuenta cíclica del tiempo. Cada vez más investigadores independientes han hecho suya la cuenta anahuaca del tiempo y han comenzado a re valorar los centros arqueológicos que poseen observatorios en donde de hacían mediciones astronómicas del paso del tiempo.



De los que se conservan, el más conocido de estos observatorios es el de Xöchicalco ‘en la casa florida’, existe allí una cueva que se ilumina el día en que ocurre el solsticio de verano. Considerando su posición en la xoxouhqui xicaltzintli ‘jícara azul’, además de los cuatro puntos de retorno mencionados, se vuelven importantes los pasos de la Tonateötl ‘pupila radiante’ por el cenit, cuando el sol se come su sombra.



En todos estos casos se esta tomando como concepto de xihuitl «año» ‘el tiempo transcurrido para que retorne el Sol a un punto de referencia en la xoxouhqui xicaltzintli’. La duración de un xihuitl ‘año’ está definida por el retorno de la Tonateötl ‘pupila radiante’, nombre nahua del Sol, al mismo punto de salida en el horizonte o paso por el cenit. Para contar estos «ciclos anuales» hace falta una base.



Nuestros abuelos, conscientes de lo cíclico del tiempo, tomaron como base el «retorno diario» del sol, es decir, en lengua nahua ilhuitl, que es un ciclo completo de tonalli ‘día’ y nahualli ‘noche’. En el presente, por influencia del castellano, muchos traducen ilhuitl por ‘fiesta’ o por ‘cualquier día’. Esto es solo una parte de la dialectalización del nahuatlahtolli ‘hablar armonizante’ originada por la invasión española.



Como quedó escrito arriba, atendiendo a su etimología, ilhuia, hermano de iloa ‘regresar’, al igual que polhuia ‘perder’ lo es de poloa ‘perder’, la palabra ilhuitl significa ‘regreso’, ‘retorno’. Cabe decir que ilhuitl es un derivado «temporal» de ilhuia, mientras que ilhuicatl es un derivado «espacial», por esto, la traducción más cercana para ilhuitl es ‘tiempo de retorno’, mientras que para ilhuicatl es ‘lugar de retorno’.



Los puntos de «retorno» más notables son: el solsticio de invierno, el equinoccio de primavera, el solsticio de verano, el equinoccio de otoño. En sus precisos observatorios, nuestros abuelos encontraron que un xihuitl ‘año’ tiene una duración de 365 ilhuitl ‘día’ y un cuarto de ilhuitl ‘día’, es decir, 365.25 ilhuitl ‘día’. La cuenta de los xihuitl ‘año’ fue llamado xiuhpohualli ‘cuenta de año’ por nuestros abuelos nahuas.







Cada año manifiesta una fuerza armonizante característica, la cual fue identificada por nuestros abuelos toltecas de acuerdo a su propia cosmopercepción. Así, ellos caracterizaron cuatro tipos de año: calli ‘casa’, tochtli ‘conejo’, acatl ‘carrizo’ y tecpatl ‘pedernal’. Esta fuerza armonizante se sigue manifiestando en nuestra patria, que sigue siendo Anahuac ‘anáhuac’, aunque sea llamada Estados Unidos Mexicanos.



La influencia de un toxiuhpohtzin ‘nuestro compañero de año’ en nuestra energía natal es la misma que manifiesta un tocemilhuiuhpohtzin ‘nuestro compañero de retorno’ del mismo nombre, aunque más diluida: un tiempo 365.25 menor. Además de esta influencia, recibimos la influencia del rumbo respectivo y sus respectivos ilhuicapohtzin. Cada uno de los cuatro tipos de año tiene características propias.



Los años tecpatl ‘pedernal’ o ‘cuchillo de pedernal’ están marcados por el rumbo Mictlanpa ‘hacia entre los muertos’ ‘norte’, con el color negro y con Tezcatlipoca ‘su humear del espejo’, símbolo de nuestra memoria ancestral, de nuestro «inconsciente colectivo», en fin, de nuestra conciencia ética. Estos años impulsan a investigar el conocimiento; son años de: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, et cetera. En la tradición tolteca, cada uno de los cinco «soles» que han brillado sobre Anáhuac empezó en un año ze tecpatl ‘uno pedernal’.



Los años calli ‘casa’ simbolizan la tierra en tanto que es habitación del hombre y nuestro propio cuerpo, que es nuestra habitación primera. Cósmicamente se relaciona con el rumbo Zihuatlanpa ‘hacia entre las mujeres’, ‘poniente’. Es el poniente en el momento del ocaso, con el color rojo del atardecer y con Xipeh Totec ‘dueño de sexo, nuestro protector’, símbolo de nuestra energía vital.



Los años tochtli ‘conejo’ son una representación de la fecundidad de la tierra, debido a la costumbre es este animal de anidar en cuevas que cava en la tierra. Como es el conejo, los años regidos por este signo suelen tanto ser imprevisibles cuanto abundantes. Se relacionan simbólicamente con el Huitztlanpa ‘hacia entre las espinas’ “sur” y con el color azul turquesa.



Cósmicamente, los años acatl ‘cañavera’ están relacionados con el rumbo Tlapcopa ‘hacia el lugar de la luz’ ‘oriente’, con el color amarillo y con Quetzalcohuatl ‘gemelo precioso’, símbolo de nuestra sabiduría cósmica. Los años acatl ‘cañavera’ se caracterizan por la inteligencia analítica, por la búsqueda de lo trascendente, del conocimiento, de la sabiduría cósmica.



Para establecer su cuenta del tiempo, nuestros abuelos acudieron a nuestra concepción cósmica dual: cada uno de nosotros al mismo tiempo es persona y cosmos. Esto es, cada uno de nosotros es Ometeötl ‘pupila doble’ y Ometeotzintli ‘fuerza armonizante doble’, que en la xoxouhqui xicaltzintli ‘gran jícara azul’ se marcan por una gran pupila nocturna, metztli ‘luna’, y por una diurna: tonatiuh ‘va calentando’, ‘sol’.



Con este referente se desarrolló una metzpohualli ‘cuenta de lunas’ o ‘cuenta de meses’, que es el equivalente de lo que los europeos llaman calendario. El «referente cósmico» para esta cuenta dual del tiempo fue el xihuitl ‘año’, de 365.25 ilhuitl ‘retorno’. Como referente humano se usó nuestro tiempo de gestación, totemamalizcahuitl, es decir el otztilizcahuitl ‘tiempo de embarazo’, 273 días.



Cabe aquí una aclaración. Al no conocerse con precisión el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, el tiempo de embarazo se cuenta a partir del inicio del último sangrado menstrual. Este hecho es visible. Se sabe que la ovulación ocurre trece días después de este sangrado. Esto hace evidente que, en realidad, el embarazo en sí toma 260 días.



Nuestros abuelos armonizaron ambas cuentas, el xiuhpohualli ‘cuenta de años’ y el otztilizcahuitl ‘tiempo de embarazo’, descomponiendo factorialmente ambas cifras en 360 días + 5.25 días y 260 días + 13 días, a este periodo de 260 días se le llamó tonalpohualiztli ‘cuenta de energías [natales]‘. Así, resulta que 360 días es igual a 18 veces 20 días y que 260 días es igual a 13 veces 20 días o 20 veces 13 días.



El lapso cósmico, el xihuitl ‘año’, se dividió en dieciocho metztli ‘luna’ ‘mes’ de veinte ilhuitl ‘retorno’ y en un periodo de 5.25 ilhuitl ‘retorno’ llamado nemontemi. Cada uno de los ilhuitl ‘retorno’ fue identificado con una imagen, es decir, con una representación espacial. La secuencia fue marcada por un numeral, que contiene la marcha del tiempo. Así, cada ilhuitl ‘retorno’ se representa de manera dual: espacio y tiempo.







Para ubicar mejor la conceptualización espaciotemporal de nuestros abuelos es preciso tener presente que para unir ambas cuentas, la cósmica y la humana, se utilizaron veinte imágenes espaciales para representar los correspondientes ilhuitl ‘retorno’. Estas imágenes son la base de la correlación dual del tiempo: nuestro tiempo cósmico y nuestro tiempo humano.



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