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lunes, 15 de febrero de 2016

Sobre el abrazo entre Francisco y Cirilo, la sombra de Putin


Sobre el abrazo entre Francisco y Cirilo, la sombra de Putin


Para reunirse con el patriarca de Moscú el Papa ha apoyado la política de Rusia en Ucrania y en Oriente Medio, decepcionando las expectativas de los cristianos de ambas regiones. Como ya había hecho en Cuba
por Sandro Magister
ROMA, 12 de febrero de 2016 – El encuentro con el patriarca ruso Cirilo en el aeropuerto de La Habana es la fotografía perfecta de la geopolítica del Papa Francisco: él rodea los obstáculos, no se enfrenta a ellos. Da prioridad y urgencia al contacto entre persona y persona, como en un hospital de campaña, donde nadie espera a que primero acabe la guerra.
En Ucrania y en Oriente Medio realmente hay guerra. Y Rusia es su actor principal. Pero para Francisco el abrazo con el patriarca de Moscú vale más, como signo de paz, que hacer caso a las poblaciones católicas de esas regiones.
El caso de Ucrania sirve de ejemplo. En este país la Iglesia ortodoxa rusa tiene su tierra natal, pero se siente también asediada por los millones de fieles de rito oriental que han pasado bajo la obediencia de Roma, los “uniatos”, como los llama despectivamente. Viceversa, los católicos de rito bizantino ven hoy a Rusia como su enemigo e invasor.
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Pues bien, Francisco ha hecho siempre de todo para no irritar al patriarcado de Moscú y la política imperial de Vladimir Putin, aunque haya sido a expensas de decepcionar enormemente a los obispos, el clero y los fieles de la Iglesia católica de la región.
Ha definido como “guerra fratricida” un conflicto que para los católicos ucranianos es una pura agresión por parte de Rusia. Y se ha sumado con entusiasmo a la propuesta de Cirilo de un encuentro ni en Oriente ni en Occidente, sino en Cuba, definida tierra “neutral”.
Pero donde en realidad no hay nada que sea neutral y libre. Donde la población encarcelada, entre la que abundan los presos políticos, “es una de las diez más numerosas del mundo”, según las últimas estimaciones del obispo de Pinar del Río, que se ocupa de ella. De donde miles aún siguen huyendo, cruzando Centroamérica hasta los Estados Unidos, salvo ser bloqueados en la frontera de Nicaragua, país filocastrista.
Cuando el pasado mes de septiembre el Papa Jorge Mario Bergoglio viajó a Cuba, no realizó uno solo de los muchos gestos de “misericordia” que siembra en todas partes. Ni una palabra sobre las miles de personas que, en su huída, son engullidas por el mar. Ninguna petición de excarcelación para los presos políticos. Ninguna caricia para las decenas de madres, esposas y hermanas arrestadas en esos días.
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Hoy sabemos que el encuentro con Cirilo en Cuba ya estaba en la agenda de ambos, además de en la de Raúl Castro y del propio Putin.
En la declaración conjunta suscrita por Francisco y Cirilo en el aeropuerto de La Habana cualquier contienda teológica está arrinconada, mientras que en primer plano está el común sufrimiento por las víctimas cristianas, tanto ortodoxas como católicas, en Siria y en todo Oriente Medio.
También aquí la geopolítica de Francisco brilla más por pasión que por cálculo racional. Impresionó la jornada de oración y ayuno convocada por el Papa en septiembre de 2013 para evitar cualquier tipo de intervención armada occidental en Siria. Putin exultó ante la renuncia de Barack Obama de derrocar el régimen chií de Damasco y las Iglesias cristianas de Siria respiraron aliviadas, pues tienen en el déspota Assad a su interesado protector.
Pero cuando, posteriormente, el Estado islámico se expandió dejando a su paso un rastro de masacres y los obispos de Iraq y Kurdistán solicitaron a Occidente una intervención militar de tierra, Francisco no les escuchó.
Hoy, la posición de la Santa Sede en el tablero de Oriente Medio no es neutral, sino decididamente alienada. Y más aún desde que Putin, evitando atacar al Estado islámico, ha reforzado su papel de guía del frente chií pro Assad, en lo que amplios sectores de la Iglesia ortodoxa rusa llaman “guerra santa”.
Efectivamente, la diplomacia vaticana conecta mucho más con el eje chií dominante de Irán -especialmente después del acuerdo sobre la energía nuclear-, que con el mundo suní, cuyo mayor centro de guía, la universidad de al-Azhar de El Cairo, ha roto las relaciones con Roma desde hace cinco años.
Las bombas rusas sobre Alepo, rodeada por las tropas chiíes iraníes, libanesas y de Assad, con la huída desesperada de los civiles suníes, están bendecidas por el patriarcado de Moscú, tan amado por el obispo de Roma.Publicado con Blogsy
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